Uno

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—NECESITO FLORES muertas. ¿Tiene algunas que hayan comenzado a marchitarse?
—¿Perdón? —Hope Walker miró a la mujer parada frente a ella. Tenía aspecto de que podía chamuscar una lila a veinte pasos. Era una clienta nueva para la florería "Eterna Primavera''.

—Quiero enviarle flores a mi perro -explico la mujer.
Hope frunció el seño y se pasó la mano por el cabello: demasiados rizos; aún debía acostumbrarse a ellos.
—¿Perdón?
—Mi ex tiene la custodia, así que no quiero nada bonito en su portal. Y quiero que la tarjeta diga:
"No son para ti, son para el perro. Mis condolencias, Schatsi, porque tuviste que quedarte con papà''. Voy a pagar con Mastercard.

Para todo lo demás existe Mastercad. Pero no para esto.

—Me temo que no podré ayudarle -dijo Hope con una sonrisa de falso pesar—. Todas mis flores son frescas.
—Algo debe de tener —espetó la mujer.
¿Qué se puede decir a una mujer como a esa? Hope hacía arreglos para felices bodas, graduaciones, cumpleaños. Hacía arreglos para tristes funerales o estancias en los hospitales. Y hacía arreglos para el amor y el sexo, y tal vez no siempre en ese orden. Pero no hacía arreglos para la amargura, la ira o la venganza, y esa mujer calificaba para las tres cosas.
De acuerdo. Esto era un negocio.
—¿Cuánto quiere gastar?
—Lo que cueste.
¿Lo que cueste? Eso decía una mujer cuando estaba herida y molesta y en el fondo, esperando que un gesto desesperado funcionara de manera mágica y la llevara a un final feliz tipo Hallmark.
Hope sabía que esas flores no eran para el perro. También sabía cuál era el mensaje que en realidad esta mujer quería enviar.
—De acuerdo —dijo secamente—. Creo que puedo ayudarle, pero necesita darme licencia creativa.
—Haga lo que guste —dijo la mujer.
Listo. Tenía permiso para hacer lo que mejor hacía: hablar con flores sobre lo que estaba en el corazón de alguien. Tomó la información de la tarjeta de crédito y la dirección de Schatsi y papá. Antes de que se marchara Hope le regaló un trébol a la mujer para hacerla sentir mejor.

Después Hope se perdió tras las gruesas cortinas de terciopelo que ocultaban su área de trabajo en la parte posterior de la tienda y puso manos a la obra. Combinó claveles rojos, que simbolizaban un corazón dolido, con rosas rojas, del amor, la nostalgia y la pasión. Los helechos daban el verdor perfecto porque simbolizaban la sinceridad. En la tarjeta, escribió el mensaje detrás del mensaje: Schatsi, ojalá las cosas fueran distintas. Agregó una nota para explicar el simbolismo de las flores. Esperaría un día antes de enviarlas. Las flores no estarían marchitas, pero tampoco serían frescas. Parecía una buena combinación.
Emergió con su obra maestra y miró en torno a la tienda, toda adornada ante las inminentes pascuas: canastos repletos de tulipanes y narcisos, árboles de huevos de pascua y guirnaldas con huevos pintados.
—Muy bien —dijo—, ustedes la escucharon. La mujer insistió. Y esto logrará mucho mas de lo que ella deseaba originalmente.

La campana sobre puerta de la tienda sonó y Clarice, su eficiente empleada, entro diez minutos tardes, como siempre. Era un imagen en ropa retro de hippie, cabello granate y broquelillos. Clarice tenía diecinueve años y era muy creativa.
—¿Con quién hablabas?
—Conmigo —Hope se encogió de hombros—. Me hicieron un pedido muy extraño. Una mujer quería un ramo marchito para su perro. -Hope señaló el ramo.
—No me parece muy marchito.
—Para mañana, cuando lo entreguemos, estará tan seco como se pueda. Si la mujer no queda contenta, le regresaré su dinero.
Clarice frunció el ceño y meneó la cabeza.
—Menos mal que eres buena con las flores, porque eres terrible para los negocios.
—Mira quién habla
—contesto Hope—. Te apuesto a que si consigues un trabajo de verdad, te echan en la primera semana.
Clarice puso su bolsa de mensajería detrás del mostrador y suspiró.
—Sí, ya sé que se hizo tarde. Dormí mas de la cuenta. Ayer conocí a un hombre maravillosísimo. —se abrazo a si misma y cerró los ojos.
Una pequeña hierba de celos brotó en el corazón de Hope. La cortó mentalmente. El hecho de que tal vez nunca encontrara un hombre no significaba que tenía que resentirlo cuando alguien más tenia suerte.
Clarice tenía mucha suerte.
Otra hierba. Cortar, tirar. Suspirar.
La campana sobre la puerta sonó de nuevo y entró el galán del siglo.
—Caramba
—exhaló Clarice, hablando por ambas.
Hope le disparó a Clarice una mirada, luego preguntó:
—¿En qué puedo servirle?
Parecía un poco avergonzado, quizás por la descarada admiración de Clarice o por la circunstancias de estar en una florería. Era alto, con un pecho estilo Schwarzenegger. Llevaba vaqueros, camisa de algodón y botas de trabajo; tenia el cabello rubio rojizo y la piel bronceada de un hombre acostumbrado a trabajar fuera.

—Necesito ordenar unas flores -dijo, declarando lo obvio.
Hope caminó hacia él. Olía a aserrín y loción.

—¿Ya tiene una idea de lo qué quiere? -pregunto Hope. Ella tenía una idea; nada que ver con flores.

—No lo sé. Un tipo de arreglo.
—¿Para su novia? —gorjeó Clarice detrás del mostrador.

—Mi madre —el cliente meneó la cabeza—. Es su cumpleaños y no se ocurre dónde puedo conseguir algo bello y expresivo.
Un guapo que quería a su madre. El hombre tenía que tener un defecto. Hope caminó hacia la mesa de hierro forjado donde guardaba el libro con fotos de sus arreglos, y lo abrió.
—¿Le gustaría ver algunas muestras?
—Eh, de hecho tengo que ir de vuelta a trabajo. Mi empresa está renovando este edificio.
La renovación del edificio que albergaba su florería, la tienda de regalos "Lo que se te ofrezca", y "Los edredones de Emma" había hecho del ruido de martillos y serruchos un cotidiano sonido de fondo en lo que los constructores apuntalaban la combada estructura en la parte posterior del inmueble. Así que ella lo había escuchado antes de verlo.
—Tal vez pueda usted elegir algo —sugirió el hombre.
Hope detestaba que la gente dijera eso. Las flores tenían un lenguaje propio, y cada arreglo debía decir algo especial que reflejara el corazón quien lo daba.
—Las flores son algo personal —Hope le dijo—. ¿Su madre tiene una favorita?
—Le gustan las rosas -sus cejas se fruncieron-. No vive en Heart Lake. Está más cerca de Lyndale. ¿Entrega hasta allá?
—No hay problema —Hope asintió—. ¿Cuánto quiere gastar?
—El precio no importa.
—Las rosas rosa oscuro simbolizan el agradecimiento. Puede agregar unos narcisos y el contraste de colores será estupendo.
—¿Esos simboliza algo?
—Sí, como todas las flores. Los narcisos simbolizan el respeto.
Chaqueó los dedos y señalo a Hope como si ella hubiese tenido una idea idea brillante.
—Perfecto, agréguelos.
Fijo su mirada en ella.
—Muy bien —dijo ella. Fue al mostrador y él la siguió, sacando su cartera. Ella abrió en su computadora un formato de pedido y tomó el nombre y dirección de la destinataria —.¿Y qué quiere que diga la tarjeta?
—¿Feliz cumpleaños, mamá?—adivinó el hombre.
Claro se río entre dientes y Hope la fulminó con la mirada.
—Las palabras no son mi personalidad, aunque si las aprecio. Estoy abierto a sugerencias.
A Hope le gustaba esta parte de su trabajo. Disfrutaba ayudar a l gente con las tarjetas que acompañaban sus regalos casi tanto como al crear los arreglos florales.
—Ya que ha elegido flores tan simbólicas, sería bueno decirle lo que significan. Así que, ¿qué le parece "rosas por gratitud, narcisos por respeto"?
—Me gusta —dijo y asintió.
—¿Y la firma? —preguntó Hope.
—Con amor, Jason. No, mejor, que sea amor y gratitud. ¿Qué le parece?
Miraba a Hope como en espera de su desaprobación.
—Eso lo dice todo —dijo ella.
Eres perfecto. Para otra mujer, no para Hope .
Él entregó su tarjeta de  débito. Ella miró el nombre impreso. Ja son Wells. Era un nombre bello, de sonido sólido, que armonizaba con esos músculos bellos y sólidos. Ah, ya basta.
Terminaba la compra-venta, él inclinó la cabeza, sonrió y dio las gracias. Luego salió de la tienda.
   Hope lo miró marcharse.
—Maravilloso trasero —dijo Clarice, haciendo eco de sus pensamientos —. Sin anillo de bodas. Me pregunto si tiene novia.
  —¿Qué no conociste al señor Fenomenal anoche? —Hope bromeó.
   Clarice hizo un gesto.
    —No para mí, sino para ti. Ha de tener al menos treinta años. Es tu edad.
—¿Yo? —Hope meneó la cabeza—. No es mi tipo.
—Un hombre así es el tipo de cualquiera.
No de cualquiera, pensó Hope. Un hombre como ese necesitaba una mujer perfecta, no una que estuviese marcada y tuviera un implante donde su pecho izquierdo solía estar.
 

El amor floreceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora