Tres

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Jason Wells entró en Eterna Primavera el sábado. Si un pez tras un cebo pudiese sonreír, luciría así, pensó Hope. Llevaba vaqueros, camiseta y un rompevientos, y de nuevo le provocó esos temblores por dentro.
—Hola. ¿De vuelta por más flores? —preguntó, haciéndose la tonta.
—De vuelta para resolver un misterio —respondió.
—¿Sí —así que Bobbi no lo había encontrado cuando entregó la canasta, si bien, por la mirada de Jason, era obvio que el cohete del amor ya había despegado—. ¿Y qué puedo hacer por usted, Sherlock?
—Ayer recibí una interesante canasta de aquí. Pensaba que tú podrías saber quién la envió —miró por sobre el hombro de Hope y señaló en la dirección del taller—. ¿De casualidad la persona que lo envió estará allá atrás?
—Lo siento, Bobbi está haciendo unos mandados ahora, pero estará de vuelta en una hora.
—Volveré —sonrió él.
Se estaba dando la vuelta para marcharse cuando la puerta se abrió y entró Bobbi, luciendo adorable con vaqueros, un suéter rosa y una chamarra de piel roja.
—Hola
—Hola —dijo él.
Por el modo en que se miraban uno al otro, Hope sintió que veía una película.
—Recibí una bonita canasta —dijo Jason a Bobbi—. ¿Tuviste algo que ver con eso?
Bobbi sonrió. Era la reina de la sonrisa coqueta.
Hope se deslizó hacia su taller, encendió el radio y comenzó a barrer tallos y listones para echarlos a la basura, tratando de ignoran el murmullo entrante de las voces.
La campana de la tienda repiqueteó y un momento después Bobbi apareció bailando en el taller.
—Le encantó la canasta. Y la tarjeta —Bobbi abrazó a Hope—. ¡Eres genial!
—Si, lo soy.
—La semana entrante iremos a comer al Family Inn.
—Grandioso —dijo Hope para entusiasmarla.
Bobbi quedó de pronto en silencio. Eso no era normal.
—¿Cuál es el problema?
—No le dije por qué no podía salir a cenar.
—En algún momento va a averiguar en qué trabajas.
—Lo sé, pero entretanto... él cree que trabajo aquí.
—Pues sin duda has hecho mucho trabajoen los últimos dos días. Eso vale.
¿Por qué Bobbi lucía tan culpable?
—Cree que las dos somos dueñas de la florería.
—¿Qué?
—Por favor no te enojes. No podía decirle que era una mesera de bar. Digo, él se encarga de una empresa de construcción. No quise que pensara que soy una doña nadie —dijo Bobbi.
—No eres una doña nadie —insistió Hope—. ¿Qué propósito tiene salir con alguien si no lo dejas conocerte tal como eres?
—Lo haré —dijo Bobbi—. Tan pronto como me conozca mejor. Así que, por favor, por un tiempo, dejemos que piense que soy alguien.
—Eres alguien —Hope le dijo—, pero si necesitas esta florería para demostrarlo, no hay problema.
—Ah, gracias —dijo Bobbi—. Eres la mejor hermana del mundo.
No era cierto, pero quería serlo.
Y se lo repitió a sí misma en lo que trajinaba el resto del día, cuando iba a casa, mientras entraba a su departamento. Lo había arreglado para que fuera acogedor, llenándolo de libros, plantas, recuerdos de viajes y fotos enmarcadas que había tomado en excursiones a la cordillera de las Cascadas. Pero aún le faltaba algo. Testosterona.
Se aposentó ante su antigua mesa amarilla de Formica y abrió la edición nocturna de El Heraldo de Heart Lake. Y luego, como un regalo de los dioses de las flores, lo halló. Jardinoterapia. Llamaría temprano por la mañana del lunes y reservaría un lote en el jardín comunitario.

Otro capítulo chicas!

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⏰ Última actualización: Jan 29, 2016 ⏰

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