-”Un día de verano cualquiera. Una chica camina tranquila por la calle. Esta sola.
Su pelo castaño está mojado. ¿Se había dado un baño en algún lugar cerca? Lo dudo, por aquí no hay un alma, y mucho menos un edificio. Ahora que me fijo, no solo su pelo, sino que también su ropa esta empapada. Le falta una zapatilla.
Me acerco a ella, quiero ayudarla, pero no sé cómo ni por qué he de hacerlo.
Llora, suspira, para nuevamente seguir llorando.
Cuando la toco la espalda para llamar su atención, se gira inmediatamente.
No puede respirar. Se está ahogando.
No sé que hacer, estoy paralizado mientras observo como su vida se escapa con el ultimo suspiro de sus labios.
De pronto rompo a llorar. Alzo la vista y ahí está, como por arte de magia, un árbol. El árbol. Vuelvo a mirar hacia abajo, pero ha desaparecido sin dejar ningún rastro.”-.
Me despierto agitado, este mismo sueño me persigue cada vez que cierro los ojos.
Me encontraba en la cama, dando vueltas de un lado a otro, sin poder parar de pensar en esa muchacha.
Sin quererlo su imagen me venía a la cabeza.
Me levanté, eran las tres de la mañana. -Bonita hora para levantarse.-pensé.
Fui a la cocina y me preparé un té para calmar mis nervios, pero creo que no funcionó.
Puse todos los papeles relacionados con el caso encima de la mesa, estuve ordenándolos un buen rato, entreteniéndome con las pocas pistas que tenía, imaginando como era su historia y por un momento sentí las manos de un hombre agarrándome con fuerza el cuello. No podía parar de mirar aquellas fotos que había tomado yo mismo hacía unas cuantas horas…
La noche se me había hecho larga y necesitaba descansar. El reloj del salón marcaba las cinco en punto, dejé la taza en la pila y vagamente moví mis pies, que apenas reaccionaron, caminando con pasos cortos hasta el cuarto de baño. Me quedé parado un buen rato frente al espejo, abrí el grifo mientras notaba el agua cayendo por las palmas de mis manos, para finalmente llevármelas a la cara.
Volví a la cama, pero lamentablemente no conseguí conciliar el sueño, sus marcas aparecían en mi mente cada vez que cerraba los ojos.
Las seis menos cuarto. Dí una última vuelta para finalmente despertar de mi estado de meditación profundo.
La mañana ya asomaba por un rincón de mi ventana. Y, tan lentamente como el sol se levantaba, yo me vestía para poder ponerme cuanto antes con el caso que esa noche me había quitado el sueño.