Cogió la última caja y la metió en la furgoneta que le había prestado su jefe para hacer la mudanza. Estaba emocionado con la idea de ser independiente al fin. Tres meses atrás cuando tomó la decisión, jamás imaginó que sería tan complicado encontrar un lugar decente donde vivir. Al final un buen hombre le consideró su buena obra del año y lo adoptó como inquilino de su bloque de edificios. Y no podía quejarse, ese piso tenía todo lo que necesitaba, era como caído del cielo.Procuró ir despacio. Si rozaba, aunque fuera un poco, la furgoneta, su jefe le cortaría su hombría. Y bien, había cosas con las que no se debía jugar.Él lo sabía.
Una voz robótica interrumpió el silencio y su gesto se hizo más duro conforme su propio teléfono le relataba el último mensaje recibido. En parte, ese mensaje era uno de los motivos por los que se mudaba. Necesitaba una vida nueva, lo más alejada posible de la antigua. Calló el teléfono a mitad del mensaje de enhorabuena por su nuevo piso y se inclinó sobre el salpicadero para comprobar que ya había llegado.
O eso creía.
La acera estaba llena de gente mirando hacia el cielo con la boca abierta. Si empezaba a sobrevolar la zona una bandada de gaviotas con problemas de digestión, ahí iba a suceder una catástrofe.
Bajó de la furgoneta, incapaz de ver si el resto de sus cosas seguían donde las había dejado. Se hizo paso entre el amasijo de personas que se apelotonaban delante de su nuevo portal. Un tipo que no se apartó cuando le pidió paso, exclamó un "¡Venga!" justo en su oído y por un momento se planteó tirarle la caja llena de libros sobre el pie, pero decidió que sería mejor conservar sus fuerzas para los cuatro pisos que debía subir con el sofá de segunda mano que se había comprado. Cuando llegó el pequeño claro, que las cajas de su mudanza impedían a la gente avanzar, tiró la caja de malas maneras y fue directo a su amiga Alice, la cual miraba a hacia arriba con su teléfono apuntando al cielo.
—¿Se puede saber qué ocurre? ¿Por qué está toda esta gente intentando que no me mude? —preguntó irritado.
Su amiga, que se había ofrecido a quedarse vigilando sus cosas hasta que llegara con una segunda ronda de cajas, se tomó la molestia de mirarlo por primera vez para hacerlo de forma extraña.
—¿Pero tú no has mirado hacia arriba?
Solo negó. La idea de mirar donde miraba el resto se le antojaba ridícula, además de arriesgada, tan cerca del muelle lleno de aves marítimas.
—Pues levanta la cabeza, tío. Tu mudanza va a quedar marcada por la tragedia —terminó por decir Alice.
Al final tuvo que claudicar y levantar la cabeza para ver lo que había provocado todo ese revuelo.
Incapaz de creer lo que ocurría se tapó la cara con ambas manos y maldijo a todo lo que se le ocurrió. Si su jefe viera la escena le diría que eso era una señal muy clara de que no debía mudarse, él, en cambio, era más creyente de la idea de que le iban a arruinar la mudanza. Ahora tenía sentido. La gente gritando al cielo, la misteriosa música fúnebre que procedía de algún lugar que no supo identificar y la ingente cantidad de idiotas con la boca abierta.
Le arrebató el teléfono a su amiga, la cual protestó levemente al ver como le borraba el vídeo que estaba grabando.
—¿Cuánto tiempo hace de esto? —preguntó ofuscado tirándole el teléfono de vuelta a las manos.
—No sé —dudó llevándose las manos a su oscuro y rizado pelo—. Poco después de que te fueras a por el resto de tus cosas.
—¡Venga, guapa, que tengo que irme a trabajar! —gritó un viandante ansioso.

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El coleccionista de juegos
Teen FictionSi te dijeran que tu primer día de independencia haría de todo tu mundo un caos, tal vez te lo pensarías. Él no sabe qué hacer. El día de mudanza a su primer piso, una vecina se lo arruina con un intento de suicidio algo confuso. Y de ahí en adelant...