Eric: El agujero

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Mandó a Alice a su casa antes de mandarla a otro lado menos agradable. Por su culpa tenía que preparar una fiesta de inauguración que no había pedido.

Sacó un montón de cables de una caja y los depositó sobre una de las cajas de madera que usaría como mesita auxiliar hasta que pudiera permitirse muebles de verdad. Cuando salió de su casa, o mejor dicho su ex casa, o la casa de su infancia. No sabía cómo llamarla. Tal vez era demasiado pronto para llamarla de alguna forma, así que en su cabeza la llamaba el punto A. Desde que se fue del punto A, su madre estaba la mar de contenta por el hecho de deshacerse de todos esos cachivaches que rompían con la decoración rústica de su casa. Ahora todos los cachivaches debían permanecer en el nuevo punto B, y debían ser organizados antes de que un montón de gente desconocida llamara a su puerta. Eso iba a ser un desastre, ni siquiera tenía una nevera como tal. ¿Dónde enfriaría los hielos?, ¿Dónde se sentaría la gente?, ¿Qué les daría de comer? Su hermana tenía razón cuando le dijo que en el fondo era como su madre, siempre en busca del detalle, horrorizado porque algo saliera mal. Eric se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer sobre el único mueble decente del salón. Observó el punto B. No tenía duda de que no era un mal punto, además de un chollo. Los propietarios tenían tantas ganas de alquilarlo que prácticamente se lo regalaron. Tal vez por eso el olor a naftalina no le molestaba demasiado, solo tendría que apañárselas para no constiparse durante dos días con las ventanas abiertas. Por lo demás, el punto B era una buhardilla algo anticuada y con papel pintado en todos los rincones, pero todo daba igual si pensaba en la cantidad de luz que entraba. Era como vivir a la intemperie, bajo el cielo, pero con la comodidad de un techo que impidiera que se mojase los días de lluvia. Eso es al menos lo que pensó al verlo por primera vez. No se lo dijo a nadie porque la comparación le pareció falta de sentido alguno, pero era así.

El teléfono sonó.

—Hola, señor independiente.

Eric no pudo ocultar la burla en su rostro al escuchar la voz de su hermana. Sabía, que si quería, podría haberla convencido para que le ayudara con la mudanza. Incluso su pareja, Parker, se había ofrecido, pero decidió que debía dejarlos terminar su viaje de descubrimiento personal. Los dos habían cogido todos sus ahorros hacía un año y habían decidido irse a recorrer el mundo. Ya habían estado en Brasil, Perú, Nueva Orleans, Alaska, Japón y Tailandia. En aquel momento Eric sabía que estaban en algún sitio entre Noruega e Inglaterra, pero no tenía la menor idea de dónde.

—Anne, ¿qué tal?, ¿Por dónde estáis? —preguntó mientras se estiraba en el sofá y sonreía al techo.

—Estamos en Ámsterdam. La comida local es fascinante, ¿lo sabías? Parker no para de incitarme para que pregunte por recetas de lo que va probando. Ha echado barriguita.

Una protesta se oyó de fondo y su hermana se rio, dejándole suspenso durante un rato. La relación con su hermana había crecido tanto en los últimos cuatro años, que la echaba terriblemente de menos. Los dos habían cambiado mucho durante ese tiempo. Pasaron de comunicarse solo por mensajes a prácticamente verse casi todos los días. Y ahora eran inseparables, algo que a su madre le traía de cabeza en más de una ocasión.

—Oye, ¿necesitas algo para tu nuevo hogar? —preguntó su hermana todavía riéndose entre dientes.

Eric miró a su alrededor, sabiendo perfectamente qué necesitaba. O a quién. Pero no lo diría en voz alta, ni hablar.

—Una nevera, muebles, vasos, una mudanza nueva... —Aunque no la veía, pudo intuir el ceño de su hermana contrayéndose ante la duda—. Mañana doy una fiesta de inauguración y no tengo de nada.

—¡Una fiesta! Que gran idea, Eric.

—¿Te repito la parte en la que no tengo de nada?

—No seas gruñón —protestó su hermana—. Ve al supermercado y compra algo. Parker ya está llamando a Rose para que te lleven cosas del pueblo.

El coleccionista de juegosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora