¿No crees?

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- Buenos días cariño, el desayuno está listo- dice Eleonor abriendo las cortinas que cubrían los grandes ventanales de la habitación de su hija, percibiendo la esplendida luz que le atribuía ese sol mañanero - ¡Despierta de una buena vez Paula! Llegarás tarde a la Universidad- dijo, pero solo recibió un gruñido por respuesta, intentaba jalar su edredón pero ella aplastaba las orillas con el peso de su cuerpo- ¡Paula!- gritó esta vez, ya frustrada de tener que hacer lo mismo todos los días, no cabía duda de que siempre seria así, porque a su hija le costaba mucho despertarse en las mañanas, pero cuando lo hacía pasaba todo el día ajetreada hasta la noche- tienes 15 minutos para arreglarte, si llegas tarde tendremos serios problemas- sin más que decir, caminó hasta la puerta, lanzándola al salir.

-¡Sabes que te amo!- gritó Paula aún adormilada, odiaba ver a su madre molesta y más cuando se trataba de ella, aunque era rutinario pero el peso en sus párpados era más fuerte que cualquier otra cosa. Sabía que debía levantarse porque en 15 minutos ella aparecería nuevamente por esa puerta.

Apartó el edredón de su cuerpo, sentándose en el borde de la cama, con flojera estiró sus brazos y se levantó encaminándose al baño. El tiempo que más disfrutaba y le gustaba de todo el día, era ese momento en la ducha, se sentía en paz, sin presiones, sin las sonrisas falsas de sus compañeros de clase, sin el bullicio que inundaban las calles de Caracas y sin los constantes gritos de su madre, que a pesar de ser cariñosa era un parlante andante.

Después de escasos minutos caminó hacía el armario refunfuñando con las puntas de su cabello mojado soltando gotas por el suelo. Ágilmente se enfundó en unos jeans claros ajustados hasta la cintura, una blusa azul eléctrico holgada y sus converse negras de siempre, pasó rímel por sus pestañas, agarró su móvil para visualizar la hora y justo en ese momento entró su madre lista para gritarle pero al verla ya vestida sonrió.

-Estás preciosa, siempre con la misma ropa- le dice Eleonor, todavía no entendía como andaba casi todos los días con los mismos zapatos, recordaba que su hija y ella eran idénticas en la forma de ser, pues las dos siempre luchaban por lo que querían, inteligentes, seguras de si mismas y muy difícilmente cambiaban de opinión sobre algo, es por eso que ella por más que luchara contra su forma de vestir, Paula siempre se rehusaba a usar ropa costosa y accesorios extravagantes.

-Ya no empieces mamá, sabes lo que pienso sobre usar esa ropa que a ti siempre te gusta- Paula estaba cansada de tener ese tipo de conversaciones todos los días, nunca le ha gustado llamar la atención, es por eso que optaba por usar ropa normal que pasara de ser percibida, a diferencia de su madre que siempre usaba vestidos de diseñadores importantes- y ahorita como está el país, bien podrían secuestrarte sin problemas.

-Para eso tenemos guardaespaldas cariño, para cuidarnos de eventualidades de ese tipo.

El tono de superioridad que usaba Eleonor le molestaba, a veces deseaba tener una familia normal, con una casa normal y especialmente una mamá normal, porque al parecer ella vivía en un mundo de fantasías. Por otro lado, no se quejaba de las cosas que tenía, ni de la forma en que vivía, siempre había pensado en que era un regalo de Dios y no podía quejarse de ello, habían muchos niños viviendo en la calle, muriendo de hambre y ella podía contribuir con hogares de paso para alimentar a aquellos pequeñines. Era algo que la ayudaba a sentirse bien con su fortuna y con ella misma.

Enojada agarró su bolso y se encaminó a la escalares de esa gran mansión a la que nunca se acostumbró.

"Demasiado espacio para poca gente" pensó.

-Me iré en mi auto, tengo varias cosas que hacer al salir de la universidad- Bajó las escaleras escuchando el sonido de los tacones de su madre detrás de ella.

Entre CadenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora