TREINTA Y CINCO- FIN

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A la mañana siguiente, mi puerta está cerrada con llave desde el exterior. Compruebo las ventanas, pero ninguna se abre. Ni siquiera puedo acceder a la sala de estar contigua. Cuando llega mi desayuno bajo una férrea vigilancia, sé que Kincaid me ha hecho prisionera.

—¿Cuándo se nos permitirá salir? —le pregunto al guardia que me ha traído un plato con huevos cocidos fríos y tostadas resecas.

—Están rastreando la zona. Han abierto una brecha en el perímetro —responde mientras se aleja.

—Cuéntame algo que no sepa —refunfuño.

El hombre arquea una ceja, pero no dice nada más. Logro tragar los huevos fríos y las tostadas, aunque solo sea porque he comido muy poco o nada en los dos últimos días. Sin duda, no están a la altura de los estándares culinarios de Kincaid, pero lo más probable es que, después del ataque, no quede ningún cocinero.

Una vez que el guardia se ha marchado pruebo a abrir la puerta, pero sigue cerrada con llave. Podría intentar modificarla, aunque no tengo ninguna pista de lo que me espera al otro lado, así que decido no hacerlo. Mi habilidad para las modificaciones implica cierto riesgo, y tan probable es que destruya la mitad de la pared como que consiga abrir. Dejaré pasar un día antes de empezar a desgarrar este sitio.

Jax me trae la cena, y suspiro con alivio al ver su afectuoso rostro. Entra en la habitación para dejar el plato y empuja la puerta hasta que solo queda una rendija de luz, pero sin atrancarla a su espalda.

—Jax, gracias a Arras —exclamo—. ¿Qué sucede?

—Kincaid está furioso. Cree que el asalto lo planeó alguien de dentro —me explica mientras coloca el plato en mi tocador.

—Y nos va a mantener encerrados hasta que descubra quién fue —sugiero.

—No —responde Jax con expresión sombría—. Ya ha decidido quién fue.

Me muerdo la mano para no gritar. Si Jax está deambulando por ahí con los demás traficantes de sol, y yo estoy encerrada en mi habitación, eso debe significar que soy la principal sospechosa. O Jost y Erik.

—Dante ha desaparecido —continúa Jax—. Y tu madre también.

—Lo sé —murmuro.

—Kincaid piensa que tú tuviste algo que ver con eso.

—No es cierto —traté de detenerle, pero no se lo confieso a Jax. Cuanto menos sepa, menos probabilidades habrá de que se meta en problemas.

—No puedo quedarme —dice Jax—, pero estoy trabajando en algo.

—¿Y se supone que yo debo esperar? —pregunto, apretando tanto los puños que se me clavan las uñas en la delicada piel de las palmas.

—No tienes elección. Te sacaré de aquí, pero necesito que me escuches. No te

comas la cena.

—No podría comer aunque quisiera...

Ni siquiera la toques —me interrumpe Jax—. Tírala. Escóndela. Y cuando vengamos a buscarte, finge que estás dormida.

Vienen a por mí. Soy incapaz de contener el pánico que me provoca este pensamiento. Esta noche vendrán a por mí.

—¿Quién? ¿Por qué?

—No puedo quedarme más, pero confía en mí —responde Jax antes de abrir la puerta entornada y desaparecer. El cerrojo chasquea tras él.

No tengo otra opción.

Entre dos mundos (Gennifer Albin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora