El ratón Canela

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El mundo se caía a pedazos. Había crisis por todas partes, las bombas resonaban en la distancia, el planeta se oscurecía. Y un pequeño ratón roía los cables del motor del camión recolector de basura.

Día tras día, el camión hacía el mismo recorrido. Recogía la basura de las calles fantasmales, la dejaba en la planta central, y volvía a recoger basura.

No se veían las estrellas en la noche, debido a la contaminación. El olor a podredumbre acechaba las calles, los edificios se derrumbaban. Y el ratoncito seguía con su tarea imperturbable, royendo los cables del motor.

Era un espécimen pequeño, color canela. Con ojos grandes que poseían un brillo de inteligencia.

Cada vez que el camionero de piel curtida trataba de darle caza, el roedor se escondía emitiendo chillidos, burlándose de la mala suerte del hombre. No caía en las trampas, ni comía los letales venenos que el camionero le dejaba por todos los lugares posibles dentro del motor.

Cuando el camionero se dio cuenta de que le sería imposible eliminar al roedor, trató de sabotear su trabajo.

Bañó de ají y salsa picante todos los cables.

Dio resultados al principio, el ratoncito canela dejó de roer los cables por una semana.

En ese lapso; dos ciudades se hundieron, debido a la subida del mar. El último elefante marino del planeta murió de una infección, una bomba cayó sobre una central petrolera en Venezuela y el ratón comenzó a morder los dedos de los pies del camionero.

En un principio, éste no se dio cuenta: el ratoncito mordía muy suavemente, era solo un roce. Por lo que el camionero siguió suministrando picante al motor.

Una semana después, Estados Unidos sucumbió a la crisis, hubo tsunamis por toda la costa europea, explotaron tres volcanes en Centroamérica, y el ratoncito comenzó a morder con más fuerza.

El hombre, cansado de ahuyentarlo, lo dejó hacer: finalmente eran sus pies, o el plástico que rodeaba los cables del motor.

Esa tarde, luego de terminar su turno de trabajo, limpió a consciencia el motor. Y llevado por un impulso, bañó en almíbar los cables más gruesos.

Esa semana, el sol se dejó ver por unos minutos, durante el atardecer. Fue la primera vez en veinte años.

La gente se subió a los tejados, y montaron un alegre carnaval en la avenida mayor.

Al mediodía del viernes, el pequeño ratón mordió el dedo meñique del hombre y lo acarició con sus bigotes.

Un día, mientras el camionero trabajaba en la zona alta de la ciudad, la central de gas que estaba cerca de su casa colapsó.

Cuando volvió, la basura de ciertos camiones eran cadáveres. Su barrio fue clasificado como inhabitable, radioactivo. Tuvo que dormir en su camión, frente a un bar nocturno.

A mitad de la noche, se despertó. El ratoncito había trepado por su chaleco, y se había acurrucado junto a su cuello. Su suave pelaje secaba las lágrimas del hombre.

El roedor poseía una sutil fragancia a canela y lavanda. El aroma no se mezclaba con el constante olor a basura del camión.

Al día siguiente, el hombre fue trasladado a un cuarto, en un edificio abandonado.

Las bombas se acercaron a la ciudad. En esos días, brotó una epidemia de Ébola en China, y un barco petrolero naufragó en el Océano Pacífico. El pequeño ratón iba a dónde quiera que fuera el camionero.

Pasaron semanas. Y un día cuando el camión se estaba acercando a la central, una rueda se pinchó.

Habían puesto clavos en el pavimento.

El hombre se apresuró a cambiar la rueda, pero cuando se subió al camión, el ratoncito ya no estaba en el asiento de copiloto. Ni en el piso, ni entre los gastados discos de música.

Extrañado, abrió el capó y revisó el motor.

Tampoco estaba allí.

Prendió el motor, y esperó un minuto. Volvió a bajarse del camión, y revisó el suelo, bajo éste. Aparte de clavos, sólo había latas aplastadas y botellas rotas.

Acongojado, silbó un par de veces.

No hubo respuesta.

Se subió nuevamente al camión, y lo echó a andar.

De vez en cuando, se detenía y apagaba el motor esperando oír los chillidos de su acompañante.

Esa noche, un nauseabundo humo verde cubrió la ciudad. Hubo evacuación masiva al desierto, que siglos atrás había sido un bosque tropical.

El camionero se demoró en evacuar. Había oído los chillidos del ratón canela en la parte trasera del camión, y luego adelante.

Roía los cables con fuerza, con desesperación.

El hombre sonrió, y puso en marcha el motor.

La neblina verde los rodeaba,

Uno apretaba el acelerador y otro roía.

A pesar de que todas las ventanas estaban cerradas, el humo se coló por la parte trasera del camión. El hedor a basura se intensificó.

El ratoncito dejó de roer. Y de un momento a otro estaba trepando por el brazo del camionero, hasta acomodarse en su hombro.

Pasaron por un puente ruinoso, y se internaron en el desierto. Habían dejado atrás la neblina.

Por desgracia, era demasiado tarde.

El hombre tomó con una mano al animalito, y con la otra abrió la puerta del camión. Se bajó tosiendo sangre.

Se derrumbó en el suelo, a causa del gas que se había infiltrado en sus pulmones.

El ratoncito se escabulló, volvió al camión, llegó a los cables del motor y terminó de roer el plástico azul que aún quedaba. Apresó entre sus dientes el trozo más grande, y se lo llevó al camionero.

Trepó por su pecho hasta llegar a su rostro. Y dejó bajo su nariz el trozo de plástico. Luego se acurrucó entre los pliegues del chaleco ensangrentado, con un chillido lastimero.

El hombre sonrió, y acarició al ratoncito, mientras miraba al cielo. No pudo reprimir un jadeo.

La noche se había despejado.

La luna creciente brillaba, blanca cómo una sonrisa. A su alrededor las estrellas titilaban con fuerza.

Por primera y última vez en su vida, el camionero vio el firmamento en todo su esplendor.

El mundo se le antojó hermoso.

Ya no sentía la basura bajo su cuerpo, ni el dolor que oprimía sus pulmones. Sólo existía el cielo estrellado, el suave pelaje del ratón, el ronroneo del camión...

Poco a poco fue cerrando los ojos, mientras el olor a cadáver de la neblina verde era remplazado por la fragancia que lo inundaba por última vez... un aroma a canela y lavanda.







El ratón Canela y otros cuentos #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora