Ven, juega conmigo

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Eran siete muñecas.


Las guardaba con recelo en los cajones vacíos, en los estantes; las atesoraba y cuidaba con el fervor de un anciano que se aferra a la última felicidad que el mundo pueda brindarle.

El polvo se acumulaba bajo los muebles y sobre ellos, pero las muñecas se hallaban siempre limpias, siempre bellas.

Cada tarde, el cansado y solitario abuelo las sacaba de sus guaridas y las limpiaba, les cambiaba las ropas y las observaba. Sobre todo las observaba, como si ese simple hecho pudiera transportarlo a tiempos mejores, a tiempos felices.

Olían a días en cama y tardes junto al hogar. En ellas el anciano rememoraba cada recuerdo, efímero y tierno. Recuerdos que en un pasado habían sido realidad y presente, recuerdos que ahora eran despojos recogidos de un mundo más viejo.

Todas las muñecas estaban en buenas condiciones y eran queridas, todas excepto una.

Esa muñeca que el abuelo nunca tocaba, la muñeca por la cual él lloraba, la muñeca que dormía en una cama deshecha y nunca hecha.

Era preciosa; tenía el vestido más bonito, con vuelos y flores, ojos verdes y tez sonrosada, y un rostro inocente que no parecía ser culpable de nada.

No había sido su culpa.

La muñeca no había decidido estar en el lecho de muerte de su pequeña dueña, esa noche febril y ese amanecer triste y gris no había sido su culpa. El mismo abuelo le había dado la muñeca a la niña, para distraerla, para que el rostro de la muerte pareciera otro de sus amigos invisibles. Hasta ese punto no le guardaba rencor a la muñequita angelical.

Pero si vieras como la vida se escapa de la niña de tus ojos, como huye de ella para reunirse en una cita eterna con la muerte, y le pidieras que te abrazara, o que te besara en la mejilla, ¿Cómo te sentirías si te rechazara, y abrazara a la muñeca en vez de a ti?

La muñeca no tenía la culpa, y el abuelo la odiaba aún más por eso.

Sobre la mesita de noche había un ramo de flores secas, rosas deshojadas y margaritas fláccidas, también polvorientas.

Las cortinas remendadas estaban corridas, pero las ventanas permanecían cerradas, como tratando que por lo menos el mismo aire que había respirado su nieta se conservara.

Las partículas de polvo flotaban en el aire, conquistando y colonizando cada superficie de suelo y mueble.

Pero ahí estaban las muñecas, limpias y brillantes. El anciano les entregaba poco a poco, su alma. Quizás esperando que así ellas le devolvieran a su nieta, aunque tan solo fuera por un instante.

El otoño dio paso al invierno, a los vientos despiadados, a los fríos paisajes de hielo, a los árboles desnudos, y eventualmente al escalofriante llamado del cementerio... Y él lo sabía.

Una tos molesta lo confinó a ese cuarto en donde el tiempo no existía, donde los ojos de las muñecas lo vigilaban sonriendo, alentándolo a seguir adelante.

Esa noche sintió el llamado. Estaba sentado, lustrando los zapatitos de cuero de una muñeca de ojos azules, cuando sintió una pequeña, una ínfima brisa que solo alcanzó sus oídos.

Provenía de la cama.

La muñeca que allí dormitaba lo llamaba, como diciendo "Ven, juega conmigo".

Los seis meses que había pasado buscando la esencia de su nieta fallecida en las muñecas de estantes y cajones se le antojaban lejanos. Ya había aceptado la verdad, que siempre había estado frente a sus ojos; las muñecas que le eran queridas no podían devolverle o mostrarle a su nieta... Ellas no.

Nuevamente una suave brisa, él se incorporó con un temblor, y caminó con pasos vacilantes a la cama.

Con sumo cuidado hizo a un lado el edredón, descubriendo las delicadas facciones de la muñeca sucia. Se sentó con el corazón encogido y acarició con cuidado sus mejillas, removiendo el polvo de ellas. Dudó unos momentos, no queriendo confiar y entregarse a la muñeca, pero esos momentos no se repitieron.

Con una alegría débil y discreta murmuró dulces palabras de perdón, y con ellas le entregó el último respiro, el último trozo de su alma.

Y la muñeca desapareció, y ya no estaba en el cuarto.

Su nieta le sonreía, mirándolo anhelante, diciendo "Ven, juega conmigo".


El ratón Canela y otros cuentos #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora