Untitled.

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Sábado. 6:00 pm.

Era la única que había llegado, extrañamente. Normalmente soy yo la que suele llegar tarde, pero esta vez no solo había llegado a tiempo, además estaba sola. En mis auriculares resonaba la música a todo volumen, para no aburrirme mientras esperaba a Alma, Melania y Cat.

Por la calle paseaba un montón de gente, feliz, con sus amigos o su familia, disfrutando del ambiente invernal y navideño que empezaba a hacerse ver por toda la ciudad. El frío que para ellos significaba una excusa para reunirse, disfrutar y pasar un buen rato a mí me calaba en los huesos. Otra Navidad más para mí. Nada nuevo.

El último momento feliz de estas fechas que recuerdo posiblemente sea de hace al menos 10 años. Toda mi familia riendo y contando anécdotas, la gran sonrisa de mi madre mientras yo cantaba villancicos, orgullosa. Tan unidos. Cuánta mentira. También recuerdo cuando mi padre se fue esa misma noche y volvió a la mañana siguiente con un fuerte olor a vodka, energúmeno, gritando y golpeando todo lo que se le cruzaba. Hasta que me crucé yo. Después de aquello, mi madre cogió sus cosas y nos mudamos aquí. Desde entonces no he vuelto a ver a mi familia. Pero tampoco la echo de menos. No es un momento en mi vida que recuerde con añoranza, simplemente ocurrió. Tampoco es el motivo de que odie la Navidad.

Así estaba yo, cavilando en mis historias, inventando algunas nuevas, viendo pasar el tiempo sin darme cuenta cuando a lo lejos apareció una figura. Su cabello rubio y largo ondeaba al ritmo de sus pasos, y sus profundos ojos azules estaban clavados en mí como la dirección de sus pasos. Antes de que pudiese darme cuenta, ya se encontraba delante mía. Alma.

A: Tía a que no sabes qué ha pasado.

Lo cierto es que aún tenía los auriculares puestos, así que no me enteré bien de lo que me dijo, pero pude suponer algo al leerle los labios. Me los quité entonces y los guardé en mi mochila junto con el móvil.

- Cuenta.

A: Cat y Mel nos dejan tiradas y no van a venir porque anoche estuvieron de fiesta y las muy tontas están con una resaca que no pueden ni levantarse.

- Anda que ya les vale. Menos mal que al final no les hice caso y pasé de salir con ellas.

A: Ya ves, es que no saben controlarse de verdad. Bueno, me apetece dar una vuelta igualmente. Vamos a merendar a una cafetería de por aquí cerca que me han dicho que está súper rico todo y me apetece un montón ir.

- Pero yo no traigo dinero.

A: Da igual, yo te invito. Si eso ya me lo pagas otro día o me invitas tú a otra cosa.

Me levanté y comenzamos a andar. Se me vino de pronto a la idea, que después de dos años conociendo a Alma y siendo tan buenas amigas nunca habíamos quedado a solas. Nuestro grupo se componía siempre de las cuatro, y como mucho llegaba a faltar una de nosotras por algún asunto familiar. Cat y Mel son primas y fueron las que nos unieron a todas, porque Cat es lo que podría decirse mi mejor amiga, y lo mismo entre Melania y Alma.

Comenzamos a hablar de los estudios, y la conversación continuó hasta llegar al café. Se notaba que no estamos acostumbradas a quedar a solas, pero aún así no resultaba incómodo o molesto. Era agradable.

El café tenía una zona exterior, una interior en el local y una terraza, pero no me apetecía pasar frío así que le pedí a Alma que si podíamos sentarnos dentro. A ella no le importó.

Seguíamos hablando de temas sin importancia, de nuestra semana, de historias graciosas, pero mi mente estaba como siempre un poco ausente de manera casi imperceptible. El local tenía un aspecto muy pintoresco con un cierto toque grunge o vintage, o cualquier término moderno que definiese una atmósfera antigua, con objetos reciclados y utilizados de formas impensables. Las paredes estaban recubiertas de tablas de madera, lo que le daba un ambiente cálido que resultaba acogedor. El olor a café recién hecho inundaba la estancia y me gustaba muchísimo.

A: Pues yo me voy a pedir un café y unas galletas.

- No sé cómo aguantas beber café. Tiene un sabor demasiado amargo.

A: Con muuucha azúcar.

No sé por qué pero ante este comentario las dos empezamos a reír. Su sonrisa era preciosa y me hacía sentir a gusto.

A: Bueno, pide lo que quieras, no te cortes con el precio.

- Sí claro, vas tu lista. La verdad es que no me apetece nada.

A: Tía no me hagas esto. Que yo te quiero invitar con todo mi corazón, no me lo rechaces.

- Bueno, pues me voy a pedir un té y una magdalena de chocolate, para que la señorita esté contenta.

Volvimos a reír, esta vez de forma más suave y corta. Pronto olvidé para qué había venido, lo que haría al día siguiente, me olvidé de toda realidad temporal y simplemente me centré en ese café, parado en el tiempo, deformado.

La comida llegó con puntualidad y rapidez y comimos mientras reíamos e inventábamos situaciones absurdas. El tiempo parecía no avanzar, y lo cierto es que lo hacía a una velocidad pasmosa. Cuando terminamos aquella charla sobre nuestras teorías de cómo el hombre llegaría a Marte, miré el reloj de la pared. Las 8:25 de la tarde.




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⏰ Última actualización: Jan 18, 2016 ⏰

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