Capítulo 1

27 4 0
                                    


"En alguna pradera que no quiero recordar el nombre, me enamoré de lo mal visto, de lo degradante, detestable y odiado", esa frase rondaba en mi cabeza desde hace más de tres meses, desde ese día, cuando por mi balcón observé un joven esclavo, este recogía las manzanas de los grandes árboles que había alrededor.

En la cuesta de sol lo admiro desde mi balcón todos los días, sin excepción.

Como sus preciosas perlas color café obscuro admiraban el cielo teñido de naranja.

Vi su piel café cuarteada por las horas extensas bajo el sol.

Su tono de piel me recodaba el cacao que hacia mi abuela en la casa cuando "la servidumbre" (como decía ella) no trabajaban los domingos por ir obligados a alguna iglesia y profesar una falsa fe para no ser perseguidos y asesinados.

Después admiré su rizado cabello color negro azabache, me recordaba a la selva y a la palabra libertad en todo su esplendor.

― ¿Qué tanto me mira, señorita?― Preguntó mi Mucama, llamada Isabel

― Nada.― Dije un tanto triste, si se enterara mi mucama iría corriendo con mi padre que está desahuciado en la cama por la leucemia y tal vez con esta desgracia que está pasando, de que su hija unigénita se enamorara de un esclavo, seria el golpe de gracia para mandarlo a la tumba.

― Señorita, ¿ya a elegido un hombre para el baile de la condesa Martha?― Preguntó con interés Isabel.

―Creo que eso no es de tu incumbencia.― Contesté con apatía.

―Yo, yo lo siento, perdón por incomodarla.― Respondió Isabel, mientras agachaba su cabeza verazmente.

― Levanta esa cabeza, algo que no soporto son los chismosos, pero algo que detesto es a la gente sumisa que no pide una disculpa directamente a los ojos.― Articulé mientras observaba como Isabel tendía mi cama.

―Lo siento― Habló de repente Isabel, mientras que está me miraba fijamente.

―No, no tengo pareja, soy una solterona de diecinueve años que tiene la presión de la aristocracia, la discriminación de la sociedad y estás dicen la misma pregunta en todas las fiestas, ¿por qué no estas casada, cariño?― Dije mientras arremedaba a mi madre y a sus amigas.

― Mí más sentido pésame.― Articuló Isabel mientras está sacudía mis polveras.

―Gracias.―Contesté suspirando.



El invierno nos quiere alcanzar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora