Era viernes por la mañana y sólo observaba el piso recién pulido por Isabel, ella se encontraba alaciándome el cabello indomable que tenía, era viernes sí lo era y yo no encontraba compañero para el baile de la condesa y era de esperarse que cualquier hombre de mi edad me tuviera repudio por ser la mujer de negocios que se me obligó a ser por las circunstancias de mi padre y sí yo quería ser un damisela en apuros que con sólo una lagrima de mis ojos y de mi soñadora mirada convocara a un caballero de gran corazón que me quisiera no sólo para él sino también para mí, no sólo ver por su deseo y su comodidad si no que velara por mi deleite, por mi deseo, por mi satisfacción como mujer y como humana.
Ya no quería que sólo me salvara de mis circunstancias como débil e inhóspita sino también del adjetivo que siempre repetía mi Prima Anna Mabel para mí "Desolada" y esa palabra la llevaba conmigo tatuada en mi frente y en mi corazón y sí yo aún creía hace un par de años que alguien podría completarme o más bien que alguien me podría salvar y peor aún amar.
¿Quién desearía a la desolada Clementina si ni ella misma se puede amar? Y le rogaba a Dios y a las nueve estrellas fugases que mis ojos han podido presenciar que me diera tan siquiera un gramo de amor para yo misma ofrecerlo a mi reflejo.
─Pequeña niña el día de hoy el cacique y los esclavos vendrán para ofrecerle el pésame por su Señor padre.─ Comentó Isabel mientras enredaba listones en mi cabello.
─ El cacique no pierde el tiempo, ¿Su pésame revivirá a mi padre, Isabel?─ La miré en el espejo y ella sólo agachó la mirada.─ Eso de bajar la mirada es un don que sólo tú tienes, Isabel.
─ Señorita me duele verle el alma, no quiero verla porque es para mí una pena.
─Isabel, Isabel, ¿Cómo se ve mi alma?─ Articulé mientras le agarraba su mano que sostenía mi coleta para que parara tan siquiera un segundo.
─ Se ve azul, un azul que hace ver mi propio aliento.─ Isabel terminó su trabajo en silencio y yo sólo me pellizcaba las manos para no gritar y arrancarme los listones que tanto trabajo le constó poner a la pobre.
Y sí, el cacique terminó llegando antes de la puesta del sol con sus elegantes ropas y los esclavos vacíos del estómago, era el infierno y dolía ya que ellos recolectaban las manzanas de todo el condado y ni una podía tocar sus labios sin antes un latigazo de parte del Cacique, lo aborrecía al igual que a su esposa llamada Prudencia que parecía una dama oscura que hechiza casas y se come niños.
Alinearon a todos los esclavos en fila y pasé por cada uno para oír su temeroso pésame, era con un miedo en hacer un paso en falso para que yo les diera un tunda, caminé entre cada temeroso hombre hasta llegar a él, quien fue el único en subir su mirada y no verme con pena sino con una mirada soñadora que decía "Espero que todo mejore" y pensé "Vaya, así que eres tú"
ESTÁS LEYENDO
El invierno nos quiere alcanzar.
Novela JuvenilClementina Storeyd es una joven aristócrata de la mejor posición económica comparada con otros duques, con tan sólo diecinueve años a conquistado el mercado de manzanas en todo el hemisferio occidental, ella con su poca edad para los negocios tuvo q...