Capítulo 4

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Nos levantamos temprano para armar la carpa en un lugar neutro, entre la casa de mis tíos y la mía, en una pseudo protesta silenciosa. Pues el otro lugar era directamente detrás de mi pieza, la pieza que los Hardin ocuparían. No puedes estar tan cerca del enemigo.

Inflamos los colchones y armamos dos camas pequeñas, llevamos todas nuestras pertenencias a lo que sería nuestro hogar por las siguientes semanas y mirando la carpa con detención, era mucho más grande de lo que había imaginado.
Ayudamos a mi madre a limpiar las piezas.

-¿A qué hora se supone que llegan estos tipos?- pregunté a mi prima cuando al fin nos instalamos en la carpa.

-Tu madre dijo que a las once de la noche estarían llegando al cruce del pueblo.- respondió ordenando su ropa sentada en su colchón con las piernas cruzadas. -Tu padre me contó que harían un asado por su bienvenida.-

-¿Un asado?- mi estomago rugió.- Algo bueno que saquemos de esta visita.-


Eran las cuatro de la tarde cuando decidimos ir al pueblo con mi prima a comprarnos un helado. Tomamos un camino ya olvidado que atravesaba el bosque para no tener que lidiar con el sol que aún ardía. 

Nos gustaba caminar al pueblo, especialmente por ese camino. Nos tomaba un poco más de tiempo llegar, ya que debíamos esquivar los arroyos y grandes arboles que habían pulverizado el camino, pero habíamos andado tantos años por ahí, que lo conocíamos como la palma de nuestras manos.

Nos tomó media hora llegar al local donde siempre comprábamos nuestras golosinas. Se encontraba en la calle principal del pueblo, la única pavimentada, así que no era fácil perderse, pues las otras calles eran de tierra sin ninguna intención de cambiar

-¡Hola Leo!- dijimos al unísono. Era el dueño del pequeño local, ha visto nuestro crecimiento desde que teníamos 10 años o menos, y cada verano nos veía estirarnos un poco más.

-¿Qué les puedo ofrecer chicas?- dijo sonriendo debajo de su gorro que siempre llevaba puesto.

-Dos helados de cono por favor.- Leo se movió por su mesa y sacó dos barquillos. Le pasó uno a Susana y otro a mi. -Aquí tienen.- Le pasé el dinero correspondiente, pero su rostro cambió.

-Subieron el precio de los helados- dijo casi lamentándose.

-Me estás dejando en la banca rota Leo.- sonreí y relajó el rostro.

-Te espero afuera Caro.- escuché a mi prima decir con su helado ya en la boca. Revisé mis bolsillos en busca de más dinero, pero no encontré nada. Volví a mi monedero, a mi bolsillo, pero nada.

-Oh no.-

-No te preocupes cariño, págame cuando puedas.- me dijo alzando la mano como si espantara una mosca.

-Te irás al cielo Leo.- le dije con una gran sonrisa. -Te pagaré a penas venga de nuevo, mañana en la tarde lo más probable.- mi voz sonaba más alto mientras retrocedía y salía del local. Giré rápidamente, y no pude ver con qué impacté.

-¡Mierda!- me tapé el rostro y sentí como mi helado caía al suelo. Levanté la vista y vi a un hombre parado justo al frente, muy cerca de mi. Aún me tambaleaba por el golpe, pero parecía que él no le había afectado en lo absoluto.

-Deberías tener más cuidado por donde andas.- me dijo el hombre serio, con su voz ronca. Noté sus ojos azul profundo, su ceño fruncido y su cuerpo rígido.

-Fue un accidente, lo lamen...- alcancé a mascullar, pero él ya me había rodeado para acercarse a la caja del local. Tomé mi helado del suelo y ajusté mi cartera.

"Pedazo de idiota" dije despacio a penas moviendo mis labios.

-¿Por qué te demoraste tanto?- preguntó mi prima con el helado hasta la mitad.

-Leo nos tuvo que fiar... Y choqué con un idiota.- dije con el ceño fruncido acordándome del suceso de a penas unos segundos atrás.

-No entiendo.-

-Me di vuelta muy rápido y choqué con un extraño, ni siquiera me ayudó cuando botó mi helado. Y no quiso escuchar mis disculpas.- le expliqué un poco más enfadada de lo hubiera querido. -Se molestó demasiado por un accidente común y corriente.-

-Bueno, técnicamente, debería estar molesto, tu lo chocaste.- dijo sin mirarme.

-Bueno intenté...-

-!Shh!- dijo rápidamente sin dejar que terminara la frase. -¡Mira eso!-
Tenía los ojos abiertos como plato mirando sobre mi hombro. -¿De dónde salió ese pedazo de hombre?- Giré para saber de qué estaba hablando. Lo reconocí en seguida. Moví la cabeza en negación.

-Pedazo de idiota querrás decir.- Susana armó el puzzle rápidamente y dejó caer la mandíbula.

-¿Él es el tipo con quién chocaste?- asentí sin darle importancia. -Carolina, míralo, seguramente a mi no me importaría chocar con él.- dijo con su voz de otras intenciones.

-Es un idiota.-

-Carolina, míralo bien, vamos.- me giré para mirarlo nuevamente, caminaba hacía su auto.
A decir verdad no era un tipo poco apuesto, de hecho, todo lo contrario. Usaba una camisa blanca que dejaba en evidencia su espalda ancha y sus brazos elegantemente tonificados. Su cabello castaño claro relucía por el sol y ya conocía el color de sus ojos. Me estremecí al recordar lo frío que eran.

-Es un idiota.- repliqué molesta.

-Tienes problemas a la vista. - respondió mi prima al darse por vencido. -Deberías hacerte ver, el pack de oftalmólogo y psicólogo sería perfecto para ti.- y estuve tentada a tirarle mi helado.

No me conozcasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora