Ella se sentó en su silla, frente a la ventana de su habitación...
Abuelo, ¿puedo preguntarte algo?
La voz sale de su garganta, mientras mira el pequeño rincón de su habitación donde su abuelo vive, rodeado de flores y de sus cosas especiales.
No espera respuesta alguna, su abuelo no va a contestar, no al menos con una voz que cualquiera pueda oír.
Decidida, las palabras comienzan a salir de su cuerpo a borbotones, sabe que él la escucha:
Abuelo, las personas son crueles. Cada uno se siente superior al siguiente y hacen daño con intención, a sabiendas de que eso no les va a conducir a ninguna parte, salvo a tener una pequeña porción de satisfacción personal inútil y que no llenará ni una ínfima parte de su podrido corazón... Me pierdo, me pierdo y al final no te contaré lo que necesito sacar de aquí para que deje de molestarme... Empiezo otra vez abuelo.
Hace unos días fui a un viaje, un viaje que prometía ser divertido, un viaje con personas de mi edad. En el autobús que nos llevaba a nuestro destino comenzó mi calvario personal. Mis amigas y yo no alcanzábamos el número de personas para llenar una habitación y cuando me propusieron compartirla con ella y sus amigas...
Yo dudaba, pero ella vino y me miró con su cara de buena persona, esa que sabe componer para las ocasiones en las que realmente es necesario y dijo:
¿Por qué no quieres compartir habitación conmigo...?
Allí, en ese preciso instante supe que las cosas no iban a ir bien, pero yo, ingenua y queriendo pensar que las personas pueden cambiar, dije:
¡Vale, no hay problema! ... Ay abuelo, me equivoqué.