Qué ignorantes abuelo... Qué desastre, ¡ay abuelo!, siempre que hablo contigo me pierdo y me voy por otro camino, será porque tienes la maravillosa costumbre de escuchar sin interrumpirme.
En fin abuelo, que ese acto de generosidad y de buena educación que decidieron tener conmigo, fue el detonante para pedir permiso a uno de los adultos que nos acompañaba para cambiarme de habitación, y poder estar con personas que como mínimo se dignaran a hablarme. Y así fue como decidí hacerme fuerte y disfrutar de mi viaje. Pensé que esas personas no podían aportarme nada y que me iba. No iba a consentir que volvieran a hacer que me sintiera tan mal.
No, no iban a arruinar mis vacaciones.
Todavía hoy recuerdo cómo me dejaron sola y cómo tuvieron entre ellas ese maravilloso gesto que supone compartir lo que tienes con los demás, pero ahora ya no me entristezco, ahora me enfurezco.
El resto de días que pasé allí, fueron mejores, más agradables, me rodeé de compañeros con los que reía y con los que compartí buenos momentos.
Lo que ellas no saben, lo que ellas no alcanzan siquiera a imaginar, es que hemos perdido la oportunidad de conocernos, la posibilidad de saber cómo pensamos cada una de nosotras siendo tan diferentes como somos.
Oportunidades perdidas abuelo, de esas oportunidades que no hay que desaprovechar, de esas que no vuelven a pasar por nuestra puerta, pero ellas no entienden mi idioma, aún que claro, tampoco hacen el más mínimo esfuerzo por aprender a comunicarse conmigo y sinceramente, a mí ya tampoco me apetece. Aun así cuando las veo les sonrió porque, ¿sabes?, sonreir a quien sabes que te odia es jugar en otra liga, abuelo.