Prólogo

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La primera carta la recibí entrados los días de octubre, fue una noche calurosa cuando el correo llegó. Eramos nuevos en el vecindario, nos habíamos mudados recientemente debido a mis problemas en el anterior instituto.

Quizás fue el destino, o quizás una coincidencia que ese día mis padres hubieran decidido ir a hacer la compra, dejándome por primera vez sola en la casa.

No solían confiar en dejarme sola, no después de lo sucedido. Pero este era el primer paso, y me sentía muy orgullosa de ello, era como si hubiera vuelto a ganar su confianza.

Cuando se fueron, simplemente me senté frente al televisor y puse el primer programa que captó mi atención. A la espera de entretenerme lo suficiente, sin causar daño alguno, hasta que regresaran.

Pero no quiero irme con anacronismos en esta historia, merece ser contada desde el comienzo, y por eso ahora mismo la estas leyendo.

Recuerdo que hacía calor, y mi perro, Mandela, estaba especialmente pesado. Había estado correteando por todo el piso de madera, ladrando a las moscas que aparecían y saltando encima del sofá, en espera de recibir algún mimo.

Yo estaba cansada del instituto, había tenido un día especialmente duro luego de una difícil prueba de matemáticas, así que entenderán el por qué no estaba en uno de mis momentos "hora de jugar". Aun así, mi perro no parecía captar la indirecta, porque seguía molestando, mientras brincaba cual canguro. 

Mientras en la tele proyectaban "Juego de gemelas" por decimoquinta vez, mi perro apartó su atención de mi, para salir corriendo hacia la entrada ladrando. No era difícil deducir que alguien había llegado, ya que mi perro tenía un radar especial para las personas.

Así fue como me levante y camine hacía la puerta, justo cuando un sobre era deslizado por debajo.

Espere a escuchar la puerta siendo tocada, pero cuando nadie lo hizo, y el ruido de un coche alejándose se escuchó, me di cuenta de que había sido el correo.

Me agaché recogiendo el sobre, suponiendo que sería alguna factura o una carta para alguno de mis padres. El nombre de "Esther" se leía a la perfección, con una letra en cursiva, muy prolija y femenina.

Recuerdo haber repasado mentalmente los nombres de todos los conocidos de mis padres para saber si podía buscarle un rostro a la desconocida con linda letra. Pero por más que lo intente, no conseguí proyectar ninguna imagen ante ese nombre.

Había dejado la carta sobre la mesa, sintiendo una intensa (y antinatural) curiosidad, que había sido abandonada cuando "Juego de gemelas" había sido reemplazada por Mentes Criminales.

Cuando mis padres llegaron, tarde un largo tiempo en recordar la carta, la cual había sido olvidada en un lugar recóndito de mi cabeza. 

Fue a la hora de cenar, mientras comíamos arroz con carne, que recordé lo de la carta, y le dije a mi madre de golpe:

—Hoy llegó una carta, de una tal Esther

Mi madre había pasado de la sorpresa (por recibir una carta) a la confusión, ella me dijo que no conocía a ninguna Esther, mi padre secundo la moción. Por lo cual, ambos decidieron que debía de ser un error.

Aun así, la curiosidad había vuelto a mi, y no pude evitar mirar hacia la cocina, donde sabía que la carta esperaba impaciente.

—Mañana ve al correo y diles que debió de haber una confusión —mi madre me había dicho.

Asentí, simplemente para cambiar de tema, sabía que antes de que llegará mañana, leería la carta, porque la curiosidad había logrado colarse en mi mente, y era muy difícil que saliera de allí sin ser saciada.

Fue a la noche, cuando mi padre se hallaba lavando los platos, y mi madre viendo televisión, que se me dio por darle un vistazo a la misma.

Me escabullí por la cocina, deslizando el sobre  y desapareciendo antes de que mi padre me pidiera ayuda. Solía tener la creencia de que si me paraba sin hacer nada, era un malgaste de tiempo. El tiempo era algo preciado para los adultos, aunque nunca entendí la razón.

Sea como fuere, corrí hacia mi habitación en el segundo piso, cerré la puerta detrás de mi, y me arrojé a la cama, donde mire al sobre durante unos largos minutos.

Las preguntas incidían en mi mente, atormentándome y llamando a la familiar conciencia.

Una parte de mi se preguntaba si era una violación a la privacidad, pero otra, una más oscura y retorcida, quería saber que escondía aquella carta, que recelosamente se hallaba sellada.

Era medianoche, cuando por fin,  me decidí a leerla. Y lo que me encontré, era algo que no esperaba.

Algo que cambió mi vida.

Para siempre.


Cartas a una desconocidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora