Simpáticos

13 0 0
                                    

Una brillante tarde llenaba de luz la habitación, entre mis dedos un juego de llaves: las llaves del auto, las llaves del departamento y las llaves de la casa de mis suegros.
Luisa, después de terminar una llamada, se me aproxima para decirme que es hora de partir.
Las visitas a la casa de mis suegros nunca me han agradado. Pero bueno, así debe ser cada malidto año.
Luisa y yo nos conocimos hace 7 años en la preparatoria, ella era una brillante y hermosa dama, a punto de iniciar a cumplir su meta de ser una gran Ingeniero químico, sus expectativas eran enormes, y habría ya logrado ser aceptada, con honores, en la mejor universidad del país, recuerdo que en ese momento su mirada se lleno de emoción y con una gran sonrisa ella dijo, "ahora, nada en mi vida me podrá hacer más feliz que esto". Seguro era cosa del destino que yo la conociera el día que se había enterado de su resultado, pues yo sólo iba cruzando por ahí, cerca de ella, cuando se lanzo sobre mí, cuando se dio cuenta que no me conocía, con timidez retiro sus brazos de mi cuello, y su mejilla de mi mejilla. Era claro que yo, no podía arruinarle el momento, así que le ofrecí una comida, lo cual, ella se vio, aunque sea por pena, obligada a aceptar. Durante la cena, que fue en una cafetería próxima al centro de la ciudad, ella se disculpó algunas veces (3), por el suceso embarazoso.
Algo había en su manera de hablar, que me parecía siempre cierto lo que contaba, pues lo decía con muchísima seguridad. Yo habría, pues, abrirle mis oídos, empaparme de su bagaje lingüístico, y así, en tan peculiares palabras, abrir mi pensamiento y dejar que ella entrase a mi realidad, (que reciente, ella me ayudaba a modificar, contemplandola a ella dentro).
Fue asi, que en una sola tarde, me perdí enamorado de ella. A las 2 semanas, no lo soporté más y, cuando salía del salón le grité y le pedí que fuese mi novia, ella, compartiendo mi emoción, gritó que si, bajé corriendo a abrazarla y darle, un maravilloso, primer beso.
A los 3 meses, llegó la graduación, y con ello, las vacaciones de verano. Nos separariamos 1 mes, pues ella viajaría a la capital del país, para instalar sus cosas en su nuevo apartamento y de paso, probar la vida en una ciudad más grande. Yo por mi parte me quedaba en la misma ciudad, sin saber qué hacer de mi vida, pero lo que si sabía era que tenía que hacer algo. Hacía tiempo, que de algún modo, captaba la lógica en los circuitos electrónicos de aparatos como la TV, el tostador, bocinas, lavadoras, etc. Sabía todo eso, claro, gracias a la influencia de mi padre, que como ciudadano en sociedad, desempeñaba cargo de profesor en una universidad privada de bajo costo, a cargo de un Jesuita. Pero dentro de casa era todo un multíusos, desde componer la tv, hasta reparar algunas cosas del auto. Me enseñaba a hacerlo, incluso, en contra de mi voluntad. El plan consistía en quedarme en la universidad en la que trabaja mi padre y estudiar arquitectura, pero en realidad, eso solo era para complacer a mis padres.
Decidí entonces que debía ir tras ella. Algunos familiares poseían casas allá, podría quedarme con ellos.
Baje y le dije a mis padres que estaba enamorado, y que perseguía un sueño del que dificilmente, me harían ceder. Ellos lo tomaron con humor, me voltearon a ver y me dijeron que no hay que ser tan impulsivos y debemos pensar en las cosencuencias, que en un enamoramiento adolescente es común pensar que el mundo se cierra a una sola persona, pero que ellos no me dejarían cometer tal pérdida de tiempo para mi futuro, que estuviera consciente y que reconsiderara las cosas.
No habría por qué seguir las instrucciones de aquellas personas que a los 18 años, huyeron de sus hogares y se casaron en una comunidad intermedia, entre la cuidad de dónde vivía mi madre, al pueblo dónde vivía mi padre; un lugar que nadie se esperara encontrarlos ahí, con familiares lejanos. Por lo tanto, tomé mi teléfono, me puse en contacto con un familiar de la capital, y le pregunte, si habría algun problema en que yo viviese con ellos por un tiempo, a lo cual, ellos benevolentes, accedieron. Se lo comenté a mis padres una vez que ya tenía las maletas listas en la puerta, su reacción esta vez, no fue sólo graciosa, fue una carcajada. Yo solo me acerqué a mi madre y le di un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, y fue ahí cuando su reacción dio un drástico cambio...
Salí de casa y no mire atrás, pues se me rompía el alma dejarlos, pero al igual encontraba una sensación de libertad, y me sentía excitado por las nuevas cosas qué vendrían.

El cautiverioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora