PROTOTIPO

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VII
¿UNA AMENAZA REAL?

Mis pensamientos dejan de buscar sentido a la situación que ahora me afecta. Mis “oídos” captan ya el sonido de esos pasos lentos, de cadencia tranquila, que se acercan con marcado eco sobre aquella extraña superficie metálica. Me concentro en el momento presente. Y tengo una premonición, digna de mi reminiscencia humana, que me hace suponer que algo importante va a ocurrir. Ese “algo” es digno de ser grabado y así me dispongo a hacerlo.
Inmediatamente, mi sistema de grabación de sonidos se pone en marcha e impresiona en el disco duro de la memoria de mi cerebro, todo lo que ocurre desde ese momento. 
Alguien se detiene a mi lado y me habla como si yo pudiera responderle:
―Cariño, ¿crees que resolveré la misión que me ha dejado el coronel? ―reconozco la voz de Elena, ella sigue siendo tan fría como la recuerdo de otros momentos―. Tengo que trabajar de nuevo en ti. Todo por culpa del coronel, por querer llevar el programa hasta hacerte invencible… Amor mío…, estoy decidida a que me dejes en paz. Me has dando muchos problemas, ¿sabes…? Desde que estoy trabajando contigo, tus jefes no han hecho más que fastidiarme…, no tenía más remedio que cumplir las órdenes que me daban, para mejorar tu naturaleza de máquina imbatible y no levantar sospechas. Pero también he urdido el plan para ayudar a los míos ¿Sabes que estamos a punto de conseguir la victoria, pero tú eres el único escollo para que se haga realidad? No, no es la victoria de un grupo rebelde humano, sino la nuestra, la de nuestra raza de supervivientes, que viene a vuestro planeta para quedarse en él. Amor mío, ahora es el momento que sepas quién soy yo y qué hago aquí. Yo soy el artífice de las historias que has vivido…, la que te ha implantado los personajes que nunca existieron en tu vida de autómata, incluido el de tu querida esposa, en el que he introducido un modelo idéntico a mí y, ante todo, yo soy quién te dio el alma que tienes. No, no me des las gracias, no se merecen. Ahora, que te has convertido en una esperanza para los humanos, de vencedor absoluto e indestructible, eres un serio peligro para nosotros y nuestros planes. Como estaba previsto, me llevaré las directrices que tenían bien guardadas el coronel. Él, tus altos mandos y tú, pagareis por tus momentos de gloria, por tus triunfos, en los que yo era un cero a la izquierda, al lado de tu gran importancia. Ésta será la última vez que oigas mi voz, me voy con el tesoro que solucionará nuestra conquista final de tu planeta. Siento que no puedas contestarme. Sería interesante entablar una conversación contigo…, pero tus jefes quieren que pases a la acción de inmediato y tengo que salir de aquí. ¡Es una lástima, ya no podrás hacerlo…! Ahora hay un problema, que te compete resolver, tu último desafío: yo misma. No podrás entrar en combate ¿Sabes por qué?... porque estoy aquí para impedirlo ¡Te destruiré! Está en mi mano la herramienta para ello y lo haré.
Después de ese monologo, lleno de resentimiento y odio, la teniente Elena ha dejado escapar un suspiro y mueve un mueble con rodamientos, que se desliza por el metálico suelo.
Después, manipula varios objetos metálicos que hay sobre su superficie, como clasificando la herramienta necesaria para una operación quirúrgica. Oigo el entrechocar de unas piezas con otras y, de forma inesperada, una pequeña exclamación de la mujer. De repente mis sistemas de grabación captan el apagado sonido de un muelle que se expande; a continuación, un estilete cae sobre una de las teclas del ordenador, donde mis cables están conectados y, de inmediato, se activa la pantalla de éste. ¡En ese momento recupero la vista!
Percibo, con una claridad sorprendente, cómo la teniente Elena, que está concentrada en la selección de la herramienta adecuada, está inclinada estudiando la utilidad de cada una de ellas, en la pequeña mesita metálica que está a su lado.
De una fugaz ojeada, confirmo mis sospechas. La memoria lógica, que me permite pensar hace un rápido balance: soy un cerebro cibernético que está a la espera ser injertado en la cabeza de un cuerpo humano. Éste descansa en esta misma sala, en una superficie blanda, horizontal, al otro lado de la mesa donde estoy; solamente falta conectarme con él, para que ese cuerpo funcione como se espera.
Mi futuro anfitrión ha sido operado y sometido a una transformación interna completa; sus huesos son de liviano acero, los músculos se parecen a los de un ser humano normal, pero de un material duro y flexible a la vez, están interconectados a un sistema nervioso en extremo sensitivo, caracterizado por un combinado de cables metálicos y orgánicos considerablemente finos (una milésima de milímetro de espesor), parecidos al sistema de cableado de fibra de tv.; además de un sistema vascular a prueba de lesiones y, finalmente, un compresor en forma de corazón.
Yo, como la pieza más importante, estoy colocado en una urna metálica a prueba de cualquier agresión directa, pero que está conectada a una computadora. Ésta es, en cierto modo, mi “talón de Aquiles” y que toma su energía de la red eléctrica, ahora con el sistema operativo activo. En este momento, sería fácilmente vencido, al desconectar aquella de la red general y desconectarme de sus cables visibles (la conexión por “bluetooth” no está operativa); pero aún aislado, tendría la facultad de poner en marcha mi programa de “auto-conducta”, por el que actuaría de forma independiente, pero sólo si estaba insertado en el cuerpo humano que está diseñado para mí.
También, el que manejara el ordenador con ánimos destructivos, podría devastar mi sistema lógico como máquina pensante y demoler la masa metálica del hardware…, pero eso sería si yo le dejara.
Desde la pantalla del ordenador, que se ha encendido por el accidente descrito, veo lo que ocurre en la estancia. Elena tiene la apariencia de siempre, más hermosa, si cabe, que antes. Su figura, sus maneras, su sonrisa…, todo en ella me sigue gustando, como antes… Al menos, así me lo parece como mitad humana, que conserva el instinto sexual intacto. Ésta está que bebe los vientos por ella, pero la otra mitad estudia la manera de eliminarla, por considerarla un peligro. Creo que no habrá lucha interna por la decisión definitiva, sea cual sea ésta.
Aparte que desapruebo que alguien me manipule, mi naturaleza cibernética ve en ella un peligro para mí, como prototipo, y para el proyecto (que no conocía) de luchar contra los invasores de la Tierra. Ella es la avanzadilla de esa invasión y su increíble apariencia humana, con el grado de teniente, ha logrado engañar al equipo del alto mando y a todos los que la han tratado…, excepto a mí.
Desde la pantalla del ordenador, echo otra ojeada a la sala, sin dejar de atender a los movimientos de Elena. Las paredes están repletas de muebles metálicos, de diferente altura y anchura; cada uno de ellos tiene en su frente varias líneas horizontales de pilotos de varios colores e interruptores de diferentes dimensiones, que parpadean de continuo, encendiéndose y apagándose, según la función concreta que está realizando cada uno. Ahora sé que pertenezco a ese mundo, sin embargo, desconozco el parentesco que me une a él. Pero puedo, no obstante, sacar un croquis visual de la ubicación de cada mueble y su funcionalidad específica. Por este brevísimo estudio, obtengo la situación de la red donde están conectados y el voltaje que alimenta a los diferentes aparatos. Todos están interrelacionados con la misma intensidad eléctrica.
Elena se ha vuelto de repente a mirarme, se sorprende al ver la pantalla encendida y baja sus ojos al teclado. Advierte, como yo distingo, el estilete, que en su caída accidental, ha presionado levemente en la tecla de encendido de la unidad y ha ido resbalando por las demás botones del teclado, hasta descansar en el reposa-brazos; de inmediato se dispone a quitarlo de ahí, se mueve con agilidad urgente y alarga su mano en esa dirección.
Pero reacciono con la rapidez que caracteriza a la frialdad de cálculo de una computadora, mis neuronas cibernéticas conectan con una subrutina del sistema de funcionamiento básico de protección del hardware de la computadora y, para que se convierta en un bucle, le doy una pauta paradójica para provocar un cortocircuito. Esta maniobra deja sin “masa” el armazón del equipo; la corriente de la red eléctrica se concentra de forma automática y se equipara con la potencia de la red general, que es de alta tensión. La consecuencia de aquella treta, que dura una diezmilésima de segundo, es dejar el dispositivo totalmente desprotegido de la tensión que circula por él, pero al mismo tiempo es la destrucción del propio sistema. Sé que estaré un tiempo suspendido de energía, muerto, en apariencia; tampoco ignoro que habrá un apagón general en todo el edificio, pero la maniobra vale la pena. La avería parece dramática, pero de fácil arreglo.
Elena atrapa aquella hoja metálica y afilada, pero roza con su piel el teclado y en aquél momento se produce la descarga. Ella también es metálica por dentro, como yo, y su contacto con el metal de la hoja aumenta la velocidad de la corriente por su cuerpo en el acto; aquella le hace abrir exageradamente los ojos, que miran a la pantalla con un desmedido gesto de estupor. La envoltura carnal de la mano que sostiene el estilete empieza a oscurecerse y a quemarse, sin poder retirarla del reposa-brazos. Como una corriente de destrucción, sus brazos sucumben ante la ardiente amenaza que quema su carne y el complicado entresijo de acero y cables de su interior, luego la ruina se extiende por el resto de su cuerpo. También su bello rostro empieza a quemarse, se vuelve oscuro, como sus ensortijados cabellos castaños; finalmente, todo su cuerpo sufre los espasmos de la electricidad. Se retuerce, como el destinatario de mi cerebro lo hacía, cada vez que empezaban las sesiones de “lectura de los sueños inducidos”. Pero, en esta ocasión, la combustión hace mella en todas las fibras de su cuerpo y las llamas la envuelven como si de una antorcha se tratara.
Mientras tanto, hay una reacción en cadena que afecta paulatinamente a todos los muebles eléctricos de alrededor. Al mismo tiempo, el ordenador al que estoy conectado salta por los aires en medio de una formidable explosión. En ese mismo instante pierdo la visión que había recuperado, pero también la consciencia.
Hay un lapso indeterminado, que no puedo medir en este momento. Se ha anulado cualquier clase de sensación  y, por lo tanto, tampoco hay espacio ni oscuridad, sólo la nada insustancial, el limbo de algunas culturas humanas. Sí hay, no obstante, un punto brillante en algún lugar abstracto, como una estrella lejana, cuyo ínfimo resplandor queda persistente, cuando hay una mínima señal de energía. Ese punto luminoso es una esperanza de que en cualquier momento pueda empezar a vivir de nuevo, al menos de forma latente, como antes de hacerme cargo de ésta realidad. Podría pensarse que entro en un sueño, pero las máquinas no tenemos sueños, si por ese término se tiene a una singularidad sin imágenes ni argumento, un “flash” estancado en el entresijo de cables de mi interior.
Una milésima de segundo, un minuto, una hora o, tal vez, un día o dos después (el sentido del tiempo está marcado con unos dígitos de vana valoración en mi mente cibernética), vuelvo a tener consciencia auditiva.
Como supongo, se ha reorganizado el medio y el proyecto sigue adelante; según las palabras que llegan a mi nuevo sistema de grabación de sonidos, se han tenido que reparar varias cajas electrónicas, las que no tenía interruptor automático de desconexión interna. Ya tengo una nueva computadora, por la que puedo ver a través de su pantalla activada y desde donde se monitorizará mi trasplante al humano, que, afortunadamente, está intacto. No obstante, se realizará en el mínimo tiempo posible, porque se teme que su naturaleza se desmorone, ya de por sí bastante dañada, pese a los aditivos energéticos que se le han inyectado; su sistema cardiovascular ha estado demasiado tiempo sin energía, inducida por los sistemas informáticos conectados a él, que se averiaron seriamente, y ha perdido un veinte por ciento de su masa muscular.
Mi anfitrión está muy grave, después de la última sesión de entrenamiento que la teniente Elena, particularmente y al margen del programa, le estaba dando, estaba acabando con su salud. No obstante, en breve (según el informe médico del centro), y después de una continua alimentación y recarga de energía, se habrá repuesto y podrá estar a punto para que le sea instalado definitivamente el cerebro cibernético, es decir,  yo mismo… 
A propósito de Elena, he podido sacar, por el tema de conversación de los militares que hablan a mí alrededor, que no encontraron ningún rastro reconocible de su cuerpo; sólo, de entre la masa chamuscada que vieron en el suelo, al lado del ordenador destrozado, encontraron la placa identificativa de su rango militar y un estilete. Por esa pista sacaron en conclusión que había muerto carbonizada, “sin causa aparente”, según parece, estaba a punto de realizar una operación de naturaleza desconocida, pero ignoraban que le pudo suceder en realidad. Sin embargo, yo hice resaltar un mensaje en la pantalla del ordenador, parpadeaba con gran insistencia, en él decía que había algo grabado en mi memoria, la que está en mi cerebro… El equipo del alto mando está en pleno, cuando se decide la reproducción del disco duro. Al fin escuchan las confesiones inconfesables de la teniente Elena. No obstante, después de algunas fechas le rinden un homenaje póstumo de un minuto de silencio, dentro de la sala de oficiales, situada en otra habitación del mismo hospital psiquiátrico. Lo que me da a entender la falta de consonancia de la mente humana.
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Éste es el día que me dan el visto bueno definitivo para enfrentarme al enemigo, sólo queda agregarme una célula de acumulación de energía que se alimenta de la emanada del sol; las pruebas han sido satisfactorias para los esforzados militares que me han creado. No sólo han satisfecho a la totalidad de expertos del equipo de mandos militares, sino que han superado las expectativas que tenían de ellas. Ahora sólo falta la prueba de fuego, el combate real contra los “no humanos” invasores, que ya se han apoderado de toda la ciudad, donde (virtualmente) hice mi adiestramiento. Por ahí empiezo mi esforzada lucha por la supervivencia y la erradicación de autómatas extraterrestres
Pero hay algo que empaña la alegría general: de forma inesperada me desligo del control de su seguimiento. El sistema “bluetooth” que han activado para mi control, lo he desactivado yo voluntariamente. Nada más salir del edificio, donde ha estado ingresado mi anfitrión humano los últimos diez años, han perdido totalmente todo contacto conmigo. He insertado en el sistema de seguimiento un “fantasma”, que he programado para que invada toda la pantalla del ordenador cada vez que intentan la inspección de mi paradero; éste borra las coordenadas que aparecen en la imagen por una decima de segundo y en su lugar hace aparecer un decorado que representa los edificios de una ciudad, donde hay un bombardeo continuo y repetitivo; en él, el fantasma vuela entre los edificios, sorteando las explosiones; Es un simpático monigote que, representado por una sábana blanca con dos ojos y una boca sonrientes, siempre le manda un mensaje de optimismo, envuelto en una inocente sonrisa, además de saludar inagotablemente, a la persona que maneja el ordenador.
Dos meses después, les mando un mensaje, que no puede ser rastreado; les he anuncio que estoy perfectamente, que no se preocupen por mí y que pronto les mandaré mi réplica humana, mi doble, para que hagan de él un soldado como yo, uno más en la lucha contra el invasor. Pero eso será si llego a tiempo a su rescate.
Bueno, esa será otra historia, no ya de mi entrenamiento, sino de mi lucha real…
                                                                    
FIN

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