Capítulo 1

84 8 4
                                    

Me llamo Stephanie McPhee, tengo dieciocho años y vivo en una pequeña ciudad de Arizona, llamada Bisbee. En Bisbee hay un clima muy húmedo y cálido. Yo odio el calor, pero ya me he acostumbrado. Lo que me encanta de Bisbee es que no está masificada, no tiene más de cinco mil habitantes. Y lo que más me gusta es su paisaje. Me encanta el color que destaca sobre todas las cosas: el amarillo. El color de la vida y la alegría. Me gusta, porque son las características que no tengo, pero me encantaría tener. Yo soy seria y siempre estoy pensando. Me encanta el silencio. A veces puede parecer que estoy enfadada, pero tan sólo estoy pensando.

En el colegio, yo soy la rara... La chica que está mirando todo con ojos muy despiertos. Son oscuros, como la noche. Reflejan mi personalidad: una chica triste, pero muy responsable.

Cuando era pequeña mis padres me dijeron que era adoptada. Supongo que no me importa. Mis padres son geniales y soy muy feliz. Aunque tampoco puedo ocultar que desde que mis padres me contaron la verdad no he podido dejar de hacerme la misma pregunta "¿qué les pasó a mis padres?" o "¿por qué me abandonaron?". Les he preguntado a mis padres adoptivos muchas veces, pero la verdad, es que ellos no saben mucho más que yo. Cuando les pregunto lo único que saben es que me llevó una señora vestida con una túnica negra y que yo iba envuelta en una manta; y que lo único que llevaba es este extraño colgante que siempre llevo puesto. La verdad es que es precioso. Es plateado por detrás y por delante tiene una rosa amarilla. Lleva grabado algo que no sé leer. He estado investigando y tampoco está en ningún idioma conocido.

Cuando mis padres me lo dijeron sentí como si se moviera el mundo. Ahora ya es un hecho más en mi vida que acepto con tristeza e intriga. Cuando me lo dijeron, yo tenía tan sólo catorce años. Después de eso pasé un mes entero sola, con la mirada perdida y sin hablarle a nadie. Sentía como si todo mi cuerpo se hubiera paralizado, como si el reloj se hubiera parado y no hubiera nadie que pudiera repararlo.
La situación cambió cuando conocí a Simon Hills, mi gran amigo Simon. Después de conocerle volví a hablar y a moverme. Pero tan sólo vuelvo a moverme de cara a los demás, mi cerebro y mi corazón siguen parados. Y siempre seguirán. A los nueve años empecé a preocuparme por mi situación, ya que siempre había pensado que en el futuro todo cambiaría y ahora sé que nada va a cambiar. Lo acepté hace tiempo. Nunca cambiarán las cosas. Nunca podrá ser reparado todo este dolor.

Cuando me miro en el espejo y veo a una chica morena, de ojos oscuros, nariz pequeña y alta y delgada; sólo puedo pensar en una cosa: "¿cómo serían mis padres?", "¿altos?", "¿rubios tal vez?"
No lo sé. Cuando me veo en el espejo oigo las voces de vecinos y conocidos admirando a la hija de mi nueva vecina y diciéndole lo muchísimo que se parece a su madre.

Mi día a día no es gran cosa. Soy buena académicamente y mis padres están muy contentos. Pero eso no es suficiente, teniendo en cuenta que estoy muy sola. No puedo negar que las cosas cambiaron cuando conocí a Simon, pero él tiene clase en otro edificio, y no podemos estar juntos. Los recreos los paso sola, sentada en una escalera escuchando música.
Como ni veo a Simon, lo único que me alegra el día a día es Chispa. Chispa es mi perro. Cuando llego a casa salta sobre mi regazo y lame mi mano. Es muy cariñosa. La llamé Chispa porque cada vez que la veía era como mi chispa de esperanza. También me encanta escuchar música y bailar. Pero no bailar canciones rápidas y modernas. Me gusta bailar canciones lentas. A veces Simon me encuentra bailando sola en el parque y baila conmigo. Hemos estado muchas mañanas de sábados bailando. Nuestros días preferidos para bailar son los días en los que llueve.

Intento no pensar demasiado en ello y romperme la cabeza con ese tema pero no soy capaz. Me encanta leer y hacer skate pero paso muchísimo tiempo sola y eso me da demasiado tiempo para pensar. También me encanta pintar. Voy a clases de pintura desde pequeña. Suelo pintar paisajes o personas que yo me imagino. Cada color, cada tonalidad es un sentimiento completamente diferente. A Simon le encantan mis cuadros. Dice que son preciosos, aunque yo no los veo así. Son una forma de expresar mis sentimientos. Un día, le regalé a Simon uno por su cumpleaños. En él había un chico muy guapo con unas tonalidades claras y con una sonrisa tan alegre que podría hacer feliz a cualquiera con tan solo verle. Detrás, se veía a una chica pintada con colores grisáceos pero a la vez, con una gran sonrisa al ver al muchacho feliz. Yo no lo hice aposta. Supongo que no me di cuenta de que utilizaba colores en función de los sentimientos que me transmiten. Ese día él reaccionó de una forma extraña que yo no me esperaba. Yo me esperaba una gran sonrisa en su rostro. Sin embargo, se quedó muy serio. Me agarró por la espalda y me abrazó apoyando mi cabeza sobre su hombro. Creo que a él le duele incluso más mi tristeza que a mí.

Mañana cumpliré diecinueve años y ya va siendo hora de que olvide todo esto, de que deje las fantasías que me tienen atrapada desde que era niña. Y también va siendo hora de que deje de soñar con algo que nunca va a pasar: encontrar a mis padres.

La razón por la que estoy sola es porque a la gente le parezco extraña y debo admitir que tienen razón. No soy como el resto de chicas de mi edad. No me importa mi aspecto físico y lo que me fascina es una palabra que la mayoría de las muchachas de mi edad no conoce: leer.

Ojalá pudiera saber qué le pasó a mis padres y poder dejar esto, o por lo menos, poder enterrar en mi corazón todas las dudas que me atan sin solución a esta historia. Pero no puedo.





YelroseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora