Capítulo 24

37 1 0
                                    

Cariño mío:
Desde que te amo y, a la vez, desde que sé que puedo dejar este mundo, he recibido con ansia cada mañana, con más ansia que nunca los ocasos, he respirado y vivido con más deseo que nadie los crepúsculos. Estos últimos días, cuando anochecía, salía al jardín y disfrutaba la paz de una vida que tal vez pronto conocería la otra paz... sentía el césped blando bajo mis pies descalzos y gozaba esa última sensación de libertad.
Y te amaba y me gustaba estar sola para pensar en ti y recordar cómo muy poco a poco llegué a quererte: al principio me parecías un chico tonto y desubicado. No podía creer que fueras el maniático sexual de un auto rojo y me reía de ti. Conquistaste mi corazón lentamente, con cada detalle; tu estilo me atrajo, tu personalidad, Carlos, me gustaba aunque me negara a aceptarlo.
Te cuento esto porque en el pasado nunca tuve la oportunidad de contarte nada y en el futuro tal vez tampoco la tenga.
Mi mamá pensó que yo era una chica muy madura y que, como tal, tenía derecho a saber lo de mi padecimiento. Era imprescindible una operación sumamente peligrosa en la cual había enormes riesgos de que perdiera la vida o el juicio. Fue así de sincera conmigo. Aprecio la confianza que me tuvo pero, ¿sabes cuándo me lo dijo? Yo hubiese reaccionado con más serenidad si me da la noticia unos días antes, ¡pero tuvo que ser exactamente la noche de cuando fuimos a comprar aquel libro!, el día en que estaba más locamente enamorada de ti y sentía el amor refulgente que despertaba que despertaba en mí un sinfín de esperanzas y de alegrías. Lloré mucho esa noche y no porque fuera inmadura, sino porque me enfrentaba a la posible pérdida de toda una vida que disfrutaba y amaba, sobre todo ahora que se había visto enormemente enriquecida por ti.
Lloré tanto aquella noche que me desmayé y tuve otro acceso respiratorio, como el de hoy. Mi padre, al enterarse de que mamá me había dicho la verdad, enloqueció de furia. Riñeron. Se insultaron los dos, se gritaron por mi causa. Me asusté tanto que tuve miedo de que se separaran. No le mentí a nadie, Carlos; lo de los problemas entre mis papás era cierto.
Comenzaron a realizarme estudios neurológicos muy complicados. Con frecuencia me dolía la cabeza y me desmayaba. Por eso falté tanto a clases. Me aislé de mis amigas y te rechacé a ti, ¿verdad que me entiendes?, me hundí en el silencio de mis pensamientos tratando de hallar la forma de demostrarte mi inmenso amor sin que te ocasionara sufrimientos después... Te necesitaba, Carlos, por eso cuando me hablabas de tu cariño procuraba no mirarte a la cara, tenia miedo de delatarte con los ojos lo que sentía con tanta intensidad.
Los desacuerdo no terminaron en casa y cada vez se hacía más tirante la relación entre mis padres. Estoy segura de que mucho influyó también el dolor, el desequilibrio emocional surgido de saber que tal vez perderían a su hija. Todo siguió así hasta que un día llegué con una caja de chocolates y un poema "Quiero ser en tu vida" (traté de aparentar frente a ti que no era importante lo que me dabas, me comporté grosera incluso, estaba muy confundida, no sabía cómo tratarte, pero en cuanto te fuiste regresé por mi regalo y mi poema). Esa misma noche, cuando mamá tejía y papá leía el periódico, me eché a sus pies y rompí a llorar abrazando la caja que tú me habías obsequiado, entonces mis padres comprendieron el porqué de mi tristeza. Les hablé de ti. Del enorme amor que me inspirabas. Ellos me ayudaron a decidir que no debía decirte la verdad y a partir de entonces se reconciliaron y comenzaron a ser muy cariñosos conmigo otra vez. Tanto influiste en el pensamiento de mis padres que han decidido gastar todo su capital en un viaje para mí. Si la operación sale bien, realizaremos el viaje en cuanto me den de alta y después me quedaré en una ciudad en la que hay un hospital especializado en problemas como el mío. Si la operación sale mal, perderé la vida o quedaré afectada de mis facultades mentales.
Como vez, las tres opciones te excluyen de mi futuro.
Por eso tengo que despedirme de ti, pero no quiero hacerlo sin antes comentarte una experiencia que me ha ayudado mucho y que tal vez sea lo único que pueda ayudarte si esta carta llega a tus manos. Verás. En los últimos días hemos ido a platicar con un consejero espiritual. Nos ha transmitido una gran paz. Especialmente a mí... He conocido al Hijo de Dios vivo y ha sido una experiencia única. Siempre me hablaron de Él como un ser triunfante y victorioso, pero ahora lo he visto lastimado, torturado injustamente, humillado por amor, y he comprendido que la enfermedad no proviene de Dios, que el dolor pertenece a este mundo y forma parte de la condición imperfecta del hombre. Carlos, por favor, abre tu mente e intenta asimilar esto. Es, de verdad, el mejor regalo que puedo darte antes de partir. Fue para mí un motivo de gran paz el saber que Dios mismo es quien se acerca a mí, que Él es quien me busca y me llama por mi nombre. Los seres humanos somos tan pequeños, limitados e insignificantes que no s resultaría prácticamente imposible llegar a Él con nuestras propias fuerzas, pero cuando entendemos que Él , en su infinita bondad, baja hasta nosotros para tendernos la mano, las cosas cambian. Al aceptarlo abiertamente nos convertimos en sus hijos, en sus herederos. Yo no sabía eso y naturalmente me desmoronaba fácilmente ante la adversidad. Siempre tuve mucha fe, pero en cosas equivocadas. Era como aquella persona que necesitaba cruzar a pie un río congelado y tenía muchísima fe en que el suelo soportaría su peso, pero no sabía que el hielo era delgado y frágil, así que cuando comenzó a caminar se rompió, cayó al agua y se ahogó. Otra persona, río arriba, también necesitaba cruzar, pero a diferencia de la primera tenía mucho miedo, casi nada de fe, apenas la suficiente -como un grano de mostaza- para caminar titubeando, temerosa, por el piso congelado, pero como apoyaba sus pies sobre hielo duro y grueso logró pasar sin problemas. La fe por sí misma no sirve para nada. Lo importante es EN QUIÉN se deposita esa fe. Yo tenía fe en cosas equivocadas: horóscopos, colores, piedras, cristales, amuletos. Por eso estuve vacía interiormente. Hoy el Señor es mi fortaleza y todo ha cambiado, créeme. Me siento con energía para afrontar lo que tenga que pasar. Déjate tocar por Él. Déjate conducir por Él. Un violín Stradivarius será una creación perfecta pero no produce hermosos sonidos por sí solo. Únicamente el verdadero maestro puede hacer que un violín, aun rústico y corriente, emita melodías preciosas.
Carlos, cuando mi cuerpo se haya borrado de la historia, quedarás tú, con tu cuerpo y tu vida. Quiero que hagas de tu vida lago muy grande, que realices tanto tus propios proyectos como los míos. No sabes cómo me duele no poder ser tu amiga más importante, tu compañera de vida, tu ayuda idónea... pero te bendigo en tu caminar hacia la cumbre pidiéndote que te abandones en manos de Dios y exigiéndote con infinito amor que, cuando triunfes, le brindes a Él toda la gloria y la honra...
No quiero llorar, pero tal parece que otra vez empieza a derrotarme la tristeza. Te fui siempre fiel, créeme, te amé sólo a ti; nunca hubiese sido capaz de cruzar una palabra siquiera con alguien como Adolfo en otras condiciones, pero debía hallar la forma de que me olvidaras y vivieras tu vida.
¡Cómo me gustaría tenerte cerca de mí durante la operación!
Dentro de unos minutos me internarán y, de verdad, querría escuchar tu voz, sentirme acariciada por tu mano y despedirme con otro beso tuyo.. Soy tan débil... que he comenzado a llorar de nuevo, pero no por tristeza. De veras. Lloro porque Dios me permitió el gozo de encontrarte antes de partir, por la alegría que me has dado con tu amor, con tus palabras, con tu abrazo, con tu beso... Por la alegría de un gran cariño hacia ti y de la certeza del amor del Señor en nuestras vidas. Te amo con toda el alma, y así, espero que este papel nunca llegue a tus manos, pero si llegara, sería expresamente para agradecerte que me enseñaras a amar, a apreciar el sol de cada mañana, a respirar y a vivir con asía cada alborada, a sentir el césped bajo mis pies descalzos y a gozar de esas últimas sensaciones de libertad.

Tu novia eternamente.

Un Café Para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora