Capítulo 8 - Liberación

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Juro que después del capítulo anterior, alguien tiene que llevarme a exorcizar :p

¡Disfruten!

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Por primera vez y después de muchos días el sueño que aquejaba mis noches no se presentó; aun así desperté muy temprano, poco antes de que saliera el sol y a regañadientes, porque me sentía incómodo con mi cuerpo. Abrí los ojos con lentitud y lo primero que captó mi vista fue el hermoso hombre dormido a mi lado; observé sus párpados cerrados, cejas pobladas pero definidas, nariz y pómulos marcados y esos labios llenos ligeramente coloreados de rojo que me tentaron a besarlos mil veces más. La tentación era demasiada, que la primera orden que dio mi cerebro a mi cuerpo fue un "acércate y bésale", pero la incomodidad entre mis piernas era aún mayor que eclipsaba la orden de mi cerebro y exigía ser atendida antes de cualquier tipo de acción que mi mente tuviera planeada hacer.
Con pereza, intenté levantarme de la cama, pero uno de los brazos de Eunhyuk rodeando mi cintura impidió que pudiera moverme siquiera un poco. Con mucho cuidado tomé su pesado brazo y lo levante sin dejar de observar su rostro inerme y pacífico. Eunhyuk al sentir como me alejaba, se movió tratando de alcanzar mi cuerpo, haciéndome sonreír al pensar en su promesa de nunca dejarme ir y siempre estar a mi lado, que estaba cumpliendo al pie de la letra incluso aunque se encontrara sumido en un profundo sueño. Cuando por fin pude levantarme de la cama pareciendo un mono de circo tras hacer miles de malabares para no despertar a mi novio/hermano/reciente-amante, mi espalda baja exigió que fuera menos brusco en mis movimientos. Instantáneamente a mi mente llegaron imágenes de dos cuerpos unidos, gimiendo y alcanzando la liberación al unísono y temblé cuando los ecos de aquellas imágenes llenaron mi cabeza. La noche anterior había sido fabulosa, ¡magnífica! y no solo porque fuera nuestra primera vez si no porque había amado cada momento que habíamos compartido y cada roce del cuerpo de Hyukkie en contra, sobre y dentro mío.
Caminé hacia atrás con un poco de dificultad admirando el cuerpo de Eunhyuk sobre el colchón: los valles que formaban sus músculos duros y definidos, su piel blanca y delicada y la fortaleza que representaba para mí todos y cada uno de sus rasgos en conjunto. Dios, estaba profundamente enamorado de ese idiota. Incluso dormido, Eunhyuk despertaba en mí un nervioso sentimiento en la boca del estomago que se asemejaba a millones de mariposas tratando de salir de mi interior; elevaba los latidos de mi corazón y me hacía querer respirar más rápido no para vivir, si no para captar en el aire su aroma almizclado; ansiaba su aliento caliente chocar en contra mi piel, sentir que sus labios tocaban los míos...o tocaran cada centímetro de mi cuerpo; sin duda alguna, todo eso que sentía eran síntomas de inequívoco enamoramiento.
Cuando mi espalda topó con la puerta cerrada del baño, me detuve a admirar un poco más la imagen de Eunhyuk y cuando creí que era suficiente (aunque en realidad nunca lo era), a regañadientes y porque la incomodidad por la que había salido de la cama aumentaba, me giré y abrí la puerta, no sin girar mi rostro una última vez para comprobar que Hyuk seguía en el mismo lugar en el que lo había dejado segundos antes. Suspiré como adolescente enamorada y esbocé una sonrisa antes de entrar en el baño, con un "Te amo" queriendo ser liberado y dirigido al hombre acurrucado cual niño pequeño en la cama. Cerré la puerta despacio, y con la acción, casi como si hubieran estado esperando a que lo hiciera, miles de pensamientos caóticos llegaron a mi mente; la ensoñación terminó y de golpe volví a la realidad: a mi condición, al tiempo restante... el sangrado de la noche pasada que sin duda causaba la terrible y molesta sensación en mi cuerpo.
Suspiré cansadamente y miré al piso a la vez que me encaminaba hacia el retrete sin levantar ni una vez la vista del suelo; al llegar a mi destino, bajé mi bóxer cerrando los ojos para evitar encontrarme con alguna sorpresa non grata.
Respiré lentamente varias veces intentando calmarme y cuando creí que era suficiente, contuve el aliento, luego abrí los ojos despacio y miré con temor la compresa que me había puesto la noche anterior.
Solo había una franja marrón oscuro no muy ancha que se extendía a lo largo de la compresa. Sangre que ya se encontraba seca.
Solté el aliento de golpe cuando vi que no había mucha sangre –más de la que esperaba al menos- en ella y fui consiente que mi corazón latió con ímpetu en mi pecho casi como si quisiera salir por la fuerza. Hice algunos malabares para comprobar que el sangrado se había detenido en el recto, y para mi suerte, así había sido. Retiré la compresa y la envolví bien para luego lanzarla al bote de la basura casi como si se tratara de un animal muerto, incluso, sentí alivio cuando dejé de verla. Me acerqué entonces a la tina de baño y abrí los grifos lo suficiente como para que un chorro generoso de agua comenzara a llenarla.
Cuando me sentí satisfecho con la cantidad y temperatura del líquido vital llenando la porcelana prístina, metí un pie sintiendo la piel de mis brazos erizarse ante el cambio de temperatura: donde mi cuerpo representaba el frío contra la calidez del agua.
Después de que hube entrado por completo al agua, pasé mucho tiempo con el cuerpo sumergido pensando en el susto que me había llevado cuando vi como la sangre había corrido por mis piernas y no parecía quererse detener. Había sido un alivio que lo hubiera hecho, porque de otra forma, hubiera entrado en pánico. Era consciente de que aquel acontecimiento no era nada normal, no cuando un dolor en la parte inferior del vientre viene acompañado de sangrado. Llevé las manos, que hasta el momento había tenido sobre los bordes de la bañera, hasta mi vientre y con mucho cuidado lo palpé dándome cuenta de que aquel pequeño dolor que antes había sentido ahora había desaparecido. Quizá fue el ejercicio extenuante, pensé. Sin embargo, ni la posición en la que lo habíamos hecho, ni ninguna tarea anterior que hubiera hecho durante el día, había sido lo suficientemente ruda como para causarme un malestar como aquel, mucho menos un sangrado. Consideré que el estrés pudo haber sido también la causa de aquel acontecimiento, sin embargo no tenía la certeza de nada en absoluto, así que por el momento decidí zanjar el tema.
Cuando consideré que el tiempo para la reflexión había terminado, comencé a limpiar mi cuerpo a profundidad y cuando estuve listo salí de la tina y busqué una toalla con la cuál secarme. Al hacerlo, mis manos se toparon con los dos collares que colgaban de mi pecho y los sostuve con fuerza, cerré los ojos volviendo a recordar la noche anterior. Mi cuerpo tembló y la excitación se formó en mi entrepierna dejándola a media asta, enchinando la piel de mis brazos. Sonreí. Era un pervertido.
Veinte minutos más tarde, me encontraba caminando unas cuantas calles lejos de casa. El aire fresco de la mañana inundaba mis pulmones y quise guardar el sentimiento de tranquilidad que provocaba en mí la brisa matutina. Caminé y caminé sin rumbo perdido en vagos pensamientos generados por la forma en la que esta mañana miraba todo lo que había a mi alrededor. Ante mi, la madre naturaleza ofrecía una bella actuación coloreando los árboles de hermosos tonos marrones, jugueteando con múltiples hojas de colores que adornaban las ramas curvadas de los árboles. No supe cuanto tiempo caminé, pero pronto mi cuerpo comenzó a exigir piedad y tuve que ceder para tomar un descanso. Busqué un lugar donde tomar asiento y para mi suerte, pronto me encontré con un sendero que me llevaría hasta el tronco de un árbol que aun conservaba su frondosidad a pesar del otoño. Ahí, bajo aquel árbol mi cuerpo languideció y me sumí en un profundo sueño.

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