Vampiros contra licontropos

38 1 0
                                    

Una luna majestuosa iluminaba la noche cerrada cuando faltaban pocos días para que se mostrara en todo su esplendor durante el plenilunio. La calle estaba desierta y sólo el eco de unos pasos retumbando en la noche rompía el silencio reinante. Una sombra fue creciendo hasta mostrar a una joven que caminaba apresuradamente. Iba tensa e insegura, mirando alrededor con desconfianza.
Era una chica frágil y delicada, de cabello negro como el azabache que le caía por la cara tapándole dos ojos de color verde y mirada profunda. Un gran anorak negro abrochado hasta arriba le cubría el cuerpo hasta los muslos, mostrando únicamente unos leotardos de colores llamativos. Parecía perdida por un barrio que no era el más adecuado para pasear a esas horas de la noche. Su decisión de acortar por aquellas calles había sido un error pero ya era demasiado tarde para darse la vuelta. Confiaba en que le quedara menos recorrido por hacer del ya hecho.
Caminaba esquivando a los vagabundos que la ignoraban mientras bebían de sus botellas pobremente escondidas en unas bolsas de papel. Iba mirando al suelo, encogida con el deseo de ser los más invisible y pasar lo más desapercibida posible.
A lo lejos, dos jóvenes de aspecto marginal hablaban entre risas rompiendo la bucólica tranquilidad del lugar. Uno era alto y delgado, con el pelo corto y teñido de un llamativo verde chillón. El otro era más bajito e iba con la cabeza rapada lo que le mudaba un aire más agresivo. Los dos vestían unas cazadoras tejanas raídas y viejas y unos pantalones negros ajustados.
Pasó junto a los jóvenes que estaban sentados encima de un coche. Le miraron con una sonrisa burlona. El más bajo avisó al otro con un codazo y se pusieron delante de ella interrumpiéndole el paso. La chica se paró sorprendida y atemorizada.
-¿Te has perdido, nena? Este sitio no es muy recomendable para ir tan sola. Aquí podría pasártelo cualquier cosa.
Sus palabras amables tenían un tono amenazante.
-No, estoy bien. Dejadme pasar.
Se rieron si hacerle caso y se acercaron más a ella. El alto del pelo verde quería continuar con el jueguecito pero el de la cabeza rapada comenzaba a impacientarse. Se dirigió a ella agresivamente, con un gesto rápido sacó una navaja de su bolsillo y se la mostró a la chica.
-Nena danos la pasta ya si no quieres que te rajemos.
La chica mortalmente asustada metió la mano en el bolso y sacó unos billetes verdes dándoselos.
-Es todo lo que tengo -dijo con voz temblorosa
El más alto los cogió con avidez y los contó rápidamente.
-No hay mucho- le comentó a su colega que esperaba impaciente su veredicto.
-Es todo lo que tengo- repitió, justificándose con evidente nerviosismo.
Al delincuente no le había gustado la respuesta. La chica no tenía ninguna oportunidad de escaparse y había que exprimir la oportunidad hasta el final. Iban a sacarle todo lo que pudieran. Sumido en sus pensamientos seguía su jugueteo con el arma.
-Pues no es suficiente.- El más bajo de los dos protestó amenazándole con la navaja afilada en su rostro.- ¿Qué más tienes ahí?
Agarró el bolso y husmeó en él. Sacó un reluciente móvil de última generación, que se lo pasó a su amigo.
-¡No, el móvil no!-suplicó la joven, pero sus agresores no atendieron a sus súplicas.
-Pero aún no es suficiente. Tendrás que pagar con especias, -saciada su codicia ahora querían satisfacer otros instintos - ¿Qué tienes ahí debajo?
Le pasó la navaja por el cuello y fue bajando por el anorak abriéndoselo.
-Sí. – aplaudió el otro con alegría- Muéstranos que tienes debajo.
Reía excitado acercándose a la joven que daba pasos hacia atrás cuando apenas había recorrido unos metros. Le tiraron al suelo y uno de ellos se echó encima, cuerpo contra cuerpo. Jadeaba sobre su rostro e intentaba besarla mientras de su boca salía una sonrisa sádica. Su compañero, de pie junto a ellos, se aflojó el cinturón y comenzaba a desabrocharse el pantalón.
-¡Soltadla!
Una voz femenina les interrumpió en su acoso a la joven.
Sorprendidos, miraron a la persona que había dirigido la orden. Una mujer alta y esbelta, envuelta en una gabardina negra salía decidida de las sombras hacia ellos. Vestía de cuero negro y llevaba unas gafas oscuras impropias de aquella hora del día, o de la noche.
Los dos macarras, recuperados de la sorpresa inicial, le miraban divertidos y seguros de sí mismo; sin hacer caso de la orden de la desconocida.
-He dicho que la soltéis. –repitió la misteriosa desconocida endureciendo el tono.
Se había acercado a ellos hasta pararse a sólo unos pasos. No llevaba ninguna arma encima y parecía estar sola por lo que no impresionaba mucho a los dos macarras.
-Que bien. Ahora tenemos otra muñeca con la que jugar.- respondió el más alto que había dejado la operación de bajarse los pantalones a medias, pero llevaba el cinturón en la mano. Se acercó hacia ella dispuesto a agarrarla pero recibió un fuerte empujón que le hizo golpear contra el coche que tenía a su espalda cayendo, posteriormente al suelo. Se incorporó enfadado mirando a la mujer con furia. Le mostró el cinturón y comenzó a agitarlo en el aire dispuesto a utilizarlo como arma con el extremo de la hebilla como proyectil.
-Ahora verás, zorra.
Se abalanzó con violencia hacia la mujer que le esquivo con sorprendente agilidad. Le zancadilleó cuando pasó a su lado le zancadilleó provocando que el delincuente callera al suelo de bruces, golpeándose la cara contra el suelo. Su compañero, que se había despreocupado de la muchacha dejándola en el suelo, se levantó y esgrimió su navaja. Se la pasaba de mano a mano, amenazando a la mujer que no parecía asustarse. Se miraban tanteando el terreno cuando lanzó un navajazo de aviso que no consiguió su objetivo. Mostraba un nerviosismo creciente. Su compañero se había levantado detrás de la misteriosa mujer e iba sigiloso por detrás para agarrarle e inmovilizarle los brazos.
-¡Cuidado! – le advirtió la joven al darse cuenta de las intenciones del más alto.
La mujer, sin girarse, tomó a su atacante traicionero por el cuello y lo proyectó contra su amigo enviando a ambos al suelo. Se levantaron rápidamente y, ya fuera de sí, atacaron con la furia de un toro desbocado. La mujer de negro les esperó de pie sin inmutarse. Cuando estaban a la distancia necesaria descargó sus puños atravesando el pecho de los dos delincuentes que cayeron ensangrentados entre espasmos. El abrigo negro había quedado manchado de sangre debido al brutal ataque; ella procuraba quitárselas con visible incomodidad mientras se despreocupaba de la suerte de sus rivales. Se agachó hacia ellos dando la espalda a la muchacha, al levantarse se limpió la boca ensangrentada.
La joven quedó aterrada al ver la macabra escena. Inconscientemente se había acurrucado contra el coche, temblorosa y sollozante. La mujer de negro, limpia de manchas, se acercó a la joven.
-Tranquila. Ya pasó todo.- le dijo en tono amable mientras le daba la mano- Puedes salir de ahí, pequeña.
La muchacha temblaba asustada y desconfiaba de la mujer. Había visto como mataba a aquellos delincuentes con sus propias manos y no mostraba la más mínima emoción.
-Vamos, te llevaré a casa.- La mujer insistió con dulzura ofreciéndole nuevamente la mano para que se levantara.
La chica finalmente se levantó. Vio de cerca a la mujer. Tenía una palidez extrema y el taco frío. Se había quitado las gafas negras mostrando unos ojos rojos brillantes de aspecto animal. Sonreía con amabilidad, bajo la cual se podían apreciar unos colmillos anormalmente desarrollados.
La chica le miraba con desconfianza. Temía haber salido del fuego para caer en las brasas. La mujer le sonreía con dulzura pero ese gesto, mostrando sus extraños dientes, le producía más nerviosismo que tranquilidad.
-Yo me llamo Linda. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
-Sofía – respondió con timidez la joven buscando con la mirada gente a quien acudir. Pero sólo estaban los vagabundos que ignoraban toda la escena.
Linda le pasó el brazo por los hombros y le acompañó unos pasos por la calle.
-Te llevo a casa. ¿Dónde vives?
Sofía dubitativa no contestó a la pregunta. Su salvadora, percibiendo la inseguridad de la joven, insistió.
-Tengo ahí la moto. No tardaremos nada.
Le señaló una moto negra al otro lado de la calle. Eso le convenció; tenía frío y había tenido una experiencia desagradable. Quería llegar a casa sin más sobresaltos. Aceptó con la cabeza y Linda le llevó hasta la moto. Se subieron en ella y la arrancó rugiendo el motor con fuerza. Sofía tomó el casco que Linda le cedía amablemente. Una vez dispuestas aceleró la moto y despegó por las calles. Sofía tuvo que agarrase a la cintura de Linda para evitar caer por la inercia de la aceleración.
En la calle apenas había tráfico, sólo algún taxi al que esquivaban con asombrosa habilidad mediante maniobras arriesgadas que podrían provocarles una caída. Pero Linda era una experta manejando la máquina. Poco a poco fueron alejándose de las calles marginales llegando al centro de la ciudad, pero la moto no se detuvo ahí; prosiguieron hasta alcanzar los límites de la ciudad. Sofía no vivía por allí; su salvadora se estaba equivocando de camino o, tal vez, la llevara a otro sitio. Sofía, que nunca había podido llegar a confiar en Linda, comenzaba a preocuparse por su nueva situación. Con el casco y la velocidad no podía mostrar sus preocupaciones a la piloto, pero el sitio por donde iban era cada vez más inhóspito inquietando a la joven. Pasaban junto a viejos almacenes y naves industriales sin señales de vida ni apenas actividad.
Con el creciente temor que se apoderaba de ella, Sofía saltó instintivamente de la moto, aprovechando que Linda aminoró al tomar una curva. Cayó rodando y chocó contra unas cajas de basura que amortiguaron el impacto. Se levantó rápidamente y echó a correr sin una dirección concreta, lo más lejos que pudiera de allí. Linda frenó bruscamente, giró y fue tras la muchacha. Esta corría por las callejuelas entre las naves industriales para dificultar su caza.
Linda al principio la persiguió con la moto, sorteando los cubos de basura y desperdicios pero los pasos angostos le impedían maniobrar bien con la moto. Descabalgó de ella y siguió la persecución a pie. La había perdido de vista pero podía oler que estaba cerca. Ya no oía ruido por lo que supuso que la chica se habría escondido. Caminaba despacio atenta a cualquier sonido que la delatara.
-Vamos Sofía. ¿Por qué te escondes? ¿No quieres ir a casa?
Esperaba ponerla nerviosa y que saliera de su escondite, o al menos que hiciera algún ruido que pudiera localizarla pero esto no se produjo. Linda comenzaba a impacientarse.
-¡Sal ya de una vez!
Oyó el ruido metálico de un cubo que se caía. Sofía salió de su escondite tras Linda y echó a correr con todas sus fuerzas, pero no llegó muy lejos. De un asombroso salto la mujer se plantó delante de ella.
-Con tanto esfuerzo me has abierto el apetito. Tengo hambre.
Agarró a Sofía por el cuello y se la acercó a la cara. Sus colmillos asomaban relucientes en su boca. Iba a hincarle los dientes cuando una luz cegadora iluminó su pálido rostro.
-¡Quién anda ahí!
La voz de un hombre hablaba tras el haz de luz deslumbrante. Linda no mostró ninguna preocupación sólo le resultaba molesta la interrupción. Tranquilamente, con una fuerza sobrehumana, colgó a Sofía de un saliente metálico del edificio que tenía al lado. El punzón se clavó en la carne de la joven produciéndole una herida de la cual comenzó a emanar la sangre.
-Suelta a la chica.
Linda ignoró la orden y siguió caminando hacia la voz.
-Alto o disparo.- gritó de nuevo la voz masculina.- No se mueva.
El eco de un disparo retumbó en el callejón. La bala dio en el pecho de Linda, pero esta pareció no percibirlo pese al agujero que le produjo. Dos disparos más que sólo hicieron enfadar más a la mujer que se lanzó al ataque mordiendo el cuello de su agresor violentamente. Saciaba su sed soltó al hombre que cayó ya cadáver al suelo. Se volvió a buscar a Sofía; la había reservado para el gran señor de la noche. Pero al mirar hacia su prisionera vio como alguien la descolgaba y le ayudaba a huir. Furiosa, no esperaba tantos problemas por una pequeña jovencita, corrió hacia ellos y se paró al descubrir al forastero.
-¡Tú! Esa chica es mía, búscate a otra, perro.
Un hombre alto y fornido rió mientras retenía a la chica con una mano.
-¿Eres tú, paliducha? Si quieres a la chica tendrás que quitármela.
-No dudes que lo haré.
Sus ojos rojos mostraban su furia y se acercaba a su rival con paso decidido. El hombre, soltó a la muchacha que cayó al suelo malherida y agotada.
El hombre comenzó a agitarse. Su rostro empezó a transformarse tomando la forma de una bestia peluda. Su cuerpo se agrandó creciéndole unos poderosos músculos cubiertos de un pelaje oscuro. De sus manos salieron unas afiladas garras que blandía como unas armas mortales. Se había convertido en un gigantesco hombre lobo de cerca de dos metros de altura cubierto de pelo negro que ocultaba unos músculos de acero.
Linda no se asombró de la transformación, obviamente conocía a su rival. Sin amilanarse se lanzó furiosa contra el lobo. Ambos saltaron encontrándose en el aire donde se lanzaron espectaculares puños y patadas. Linda esquivaba con agilidad las zarpas del lobo que embestía con su fuerza animal. Este se cubría de los mordiscos del vampiro sabiéndose más fuerte pero menos ágil. Una combinación de patadas dio una ligera ventaja al vampiro que consiguió tumbar al hombre lobo. Aprovechando que estaba caído se lanzó contra su cuello para seccionarle la yugular y matarlo desagrado.
El lobo consiguió en el último momento interponer su brazo al ataque del vampiro sufriendo una ponzoñosa herida pero parando el ataque mortal. Tomó con su brazo el cuello del vampiro y le asestó un formidable golpe en el estómago que provocó una hemorragia en ella. Tras liberarse del hombre lobo comenzó a toser escupiendo sangre.
Linda estaba comenzando a cuestionarse la lucha. Las fuerzas estaban muy parejas y corría el riesgo de que ambos acabaran con heridas mortales. ¿Era sólo por aquella chiquilla?
No, el orgullo refulgía en sus ojos como el fuego del infierno. Volvió a la carga contra el lobo que se había incorporado esperándola de pie con un cubo de basura metálico en sus manos. Se lo tiró, pero ella consiguió esquivarlo. Cayó cerca de Sofía que, escondida entre basuras y cartones intentaba escapar de ellos sin ser vista.
Agazapada, comenzó a gatear junto a la pared, evitando las luces de los deficientes focos de la calle. Poco a poco había llegado al final del callejón sin que los monstruos se hubieran percatado de ello.
Llegó a la calle principal, que estaba más iluminada sin mirar hacia atrás. Andaba de puntillas, por temor al más mínimo ruido que le delatara y se fue alejando cautelosamente. Pero esa precaución era inútil porque el ruido de los dos luchadores era escandaloso y ahogaba todos los sonidos. Lo que no había evitado era la llamada a curiosos. Una multitud de hombres con los ojos rojos y colmillos en sus bocas le sonreían malévolamente. Eran los refuerzos de Linda.
Tras ellos aparecieron otros hombres, más altos y grandes, que vestían cazadoras de cuero con un lobo bordado. Lo que provocó la consternación de los vampiros.
La pelea del callejón se contagió entre los nuevos visitantes formándose una auténtica batalla campal. Los moteros de la chupa de cuero rápidamente se transformaron en feroces hombres lobo, como el que había en el callejón. Los pálidos de los ojos rojos no se amilanaron y se lanzaron contra ellos. La sangre floreció rápidamente en la calle. El ruido era escandaloso. Utilizaban todo lo que tenían a su alcance, coches, farolas, señales de tráfico,... A los pocos minutos la calle había sido destrozada, la sangre inundaba la calle manchándolo todo.
La chica asustada, no sabía donde esconderse. Ya no había ningún mobiliario urbano donde refugiarse y al descubierto corría el peligro que cualquier cosa lanzada al aire le impactara fatalmente.
-¡Ya está bien! – gritó hastiada de la tensión de la noche.
Pero nadie le oyó. Todos estaban preocupados en las diferentes peleas y no se preocuparon de la chica.
-¡YA ESTÁ BIEN! – volvió a gritar más fuerte con el mismo resultado.
Entonces ocurrió algo prodigioso y sorprendente. La joven desamparada comenzó a crecer hasta consentirse en una mujer de 50 pies de altura. Los vampiros y licántropos, poco a poco, fueron cejando la pelea y se volvían hacia la fabulosa criatura. Con los ojos inyectados en sangre y una cólera digna de su tamaño comenzó a golpear, aplastar y pisotear a todas las criaturas de la noche que huían despavoridas por la calle. Las aceras, ya de por sí ensangrentadas, se convirtieron en ríos rojos de sangre y vísceras. Al momento no quedaba nadie vivo en aquel lugar. Los que no habían conseguido huir yacían como grotescos cadáveres en la noche.
Por el callejón aparecieron Linda y su rival hombre lobo. Le miraban sorprendidos. Fue lo último que hicieron.
Acabado con todo no era capaz de volver a su tamaño normal sin aplacar su furia.
Así que, en dos pasos se plantó en el puerto, dispuesta a ir a Tokio y arrasarlo.
Una vez más.

Vampiros contra licántroposDonde viven las historias. Descúbrelo ahora