capitulo 24

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Carol hizo una pausa.
-Cuando ellos murieron, él pensó que no había ningún motivo para seguir viviendo, y eso hizo que los negocios de la familia entraran en quiebra; La salud del padre también se resintió y murió al poco tiempo, pero no antes de hacerle prometer a samuel que recuperaría la isla y llevaría sus restos allí. ¿Lo entiendes ahora?
-¿Que si lo entiendo? -repitió andrea .
Por supuesto que lo entendía. Aquella isla no era sólo un trozo de tierra para él. Era su casa. Era allí donde su corazón estaba, junto a su madre y su hermano. Y era allí donde su padre debía descansar.
Finalmente, entendió que su padre le había elegido porque podía hacer presa de él tan fácilmente como había hecho presa de ella. Les había chantajeado emocio- nalmente a ambos. Y el chantaje emocional era mucho más poderoso que el chantaje económico.
-Creo que voy a vomitar -dijo andrea , llevándose una mano a la boca, y echando a correr hacia el cuarto de baño.
Resultó irónico el hecho de que samuel eligiera esa misma noche para llamarla por teléfono.
rato.
-¿Te encuentras bien? Carol me ha contado que te habías sentido mal hace un
-Debió de ser algo que comí. Ahora me encuentro bien -dijo, quitándole importancia, y deseando que Carol no le hubiera contado la verdadera razón por la que se había puesto enferma.
¿Y qué había sido lo que la había puesto enferma? Todas las palabras crueles con que había descalificado a samuel , volvieron a su mente. Palabras crueles provocadas por el hecho de que él se hubiera vendido por una ganancia material, mientras que ella se había vendido por amor.
-No debes preocuparte demasiado ahora que Suzanna está fuera del hospital
-ordenó él.
-No lo haré. Además, es una niña fácil de entretener. -Me he dado cuenta. ¿Has visto a tu padre? -No.
-Bien. Esperemos que todo siga igual.
-¿Por eso has llamado? ¿Te preocupa que mi padre venga por aquí? No lo hará, lo sabes -le aseguró-. No se preocupará por mí de nuevo hasta que tenga el niño. °
-¿Te molesta eso?
Andrea frunció el ceño ante esa pregunta.
-No -dijo con firmeza. La falta de interés de su padre por su persona había dejado de herirla hacía mucho tiempo.
-Bien. Escucha, tengo dos razones para llamarte -anunció, de repente, casi con brusquedad-. Esta semana tenías que hacerte una revisión médica y como no vas a viajar a Atenas sólo para eso, te he preparado una cita en una clínica de Londres.
Samuel le dio el nombre y la dirección, así como la fecha y la hora, que ella anotó apresuradamente.
-Y la otra razón por la que te llamo es porque acabo de descubrir que tienes tu pasaporte aquí. Debí meterlo en mi maletín sin darme cuenta cuando salimos hacia Londres y aquí ha estado hasta que lo encontré por casualidad esta mañana. También me he dado cuenta de que llevas en él tu nombre de soltera, con lo cual ahora no te vale.
-Ah, entonces me tendré que hacer uno nuevo. -Ya lo estoy arreglando -anunció-. Leon está haciendo todos los trámites necesarios para que esté listo cuando vuelvas a Grecia. Sólo tendrás que firmar lo que Leon te de y darle una foto nueva. ¿Podrías ha- cerlo esta misma mañana?
-Por supuesto, pero también puedo hacer el resto. Estoy embarazada, no soy una inválida.
-No quise decir que lo fueras, pero me imaginé que preferirías emplear tu tiempo en Londres para estar con Suzanna -dijo, en un tono que dejaba claro cuáles eran sus prioridades.
-¿De verdad? -replicó ella, en un tono seco. Él murmuró algo entre dientes.
-¿Por qué tienes que convertir cada conversación en una pelea?
-¿Y tú por qué tienes que ser tan dominante? -¿Porque intento ahorrarte un montón de problemas?
-¡No me gusta que organicen mi vida! -exclamó. -Intento ayudarte, ¡maldita sea! -explotó¿Cuándo vas a dejar de comportarte de esa manera y darte cuenta de que soy tu aliado, no tu enemigo?
«¡Cuando dejes de confundir mis emociones tanto que no sé quién eres!», pensó con amargura y colgó el teléfono, antes de que aquellas palabras salieran de su boca. Entonces se levantó, temblando de ira y sin saber por qué estaba tan enfadada. «Lo que te pasa es que quieres que él te demuestre cariño y consideración», le dijo una voz interior, «pero cuando lo hace, te asustas tanto que no puedes sopor- tarlo».
Leon le llevó aquella misma tarde una serie de papeles para firmar, algunos le hicieron fruncir el entrecejo.
-Son copias por si acaso se extravía algún papel -le explicó.
Ella se encogió de hombros y obedeció, para a continuación darle las fotografías requeridas: cuatro instantáneas que hizo en una cabina de la calle. Carol había ido con ella, también 5uzanna y entre todas convirtieron la excursión en un juego.
Andrea consiguió varias fotos de Suzanna haciendo muecas a la cámara, e incluso dos de Carol, también haciendo tonterías.
Días después, fue a la cita que samuel le había arreglado en una famosa clínica londinense. Le hicieron
varias pruebas: de sangre, de tensión, la examinaron físicamente y le hicieron una ecografía. No encontraron ningún problema, para alivio suyo. Los mareos eran se ñales de niveles bajos de azúcar, que se podían remediar fácilmente teniendo algo dulce a mano. Le aseguraron que no tenía que preocuparse de nada más. Salió de la clínica contenta de no tener ningún problema en su salud y con una fotografía en blanco y negro de su bebé acurrucado en el vientre.
-¿Te hicieron daño? -preguntó Carol, al ver la fotografía.
-¿Con la ecografía? No. Notabas una sensación un poco extraña, eso fue todo. Tuvieron que repetirlo varias veces hasta conseguir la posición adecuada.
Carol le devolvió las fotografías, pero había una luz extraña en su mirada que andrea no pudo interpretar. Una mirada que recordó durante varios días sin saber por qué.
Pasó otra semana y samuel no volvió a llamar de nuevo. Realmente, ella no esperaba que llamara, después de la ultima discusión, pero le molestaba que ni siquiera lo hiciera para saber cómo había ido la revisión en la clínica.
Luego algunas preocupaciones empezaron a tomar prioridad. Una de ellas la manera en que Suzanna iba haciéndose más callada y triste a medida que las tres semanas llegaban a su fin.
Carol encontró una noche a andrea llorando sobre la mochila infantil que la señora Leyton le había enviado aquel día.
-Oh, andrea -exclamó Carol con un suspiro, abrazándola-. No te hagas esto a ti misma.
-No puedo soportar la idea de que se marche -le confió destrozada-. No sé cómo voy a hacerlo. Ella odia ese colegio. Odia que la aparten de mí. La separación va a ser muy dura para ambas.
-¡Oh, Dios mío! No puedo soportar verte así. Andrea , escucha, tú...
-Carol...
Fue la voz de Leon la que impidió que Carol dijera lo que estaba a punto de decir.
-No te metas en ello -le advirtió el hombre. -No digas eso, Leon. Si samuel supiera...
-Te he dicho que no te metas en eso -repitió. Estaba de pie en la entrada del dormitorio de andrea y parecía tan firme que cuando andrea lo miró a través de las lágrimas, pensó que era samuel quien estaba allí.
La muchacha se estremeció. Ellos habían hecho un trato importante para ambos, así que tenía que ser fuerte hasta el final.
-Estoy bien -dijo, levantándose con arrogancia-. No es nada -dijo, mirando a Carol con una sonrisa cínica en los labios-. Aunque te agradezco que te preocupes por mí.
-Todos nos preocupamos -afirmó Carol con ansiedad-. Aunque puedo entender que no lo creas. Dos días después, pálidas, pero relajadas, andrea y Suzanna habían pasado por aquello muchas veces, bajaron las escaleras de la mano. La niña vestida con un uniforme negro y gris y andrea con un sobrio traje de chaqueta gris, una blusa blanca y el pelo recogido en una trenza.
Esperaba encontrar al chófer de samuel esperándolas, pero no había imaginado que estuvieran también Carol y Leon.

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