Ya no te veo, no te siento y todo esto se ha acabado en dulces besos que se quedan a la imaginación y sonidos perfectamente expuestos que salen directamente del corazón devorando carne y hueso.
Pero es inútil comprender ya que con el sueño ha muerto el cuerpo.
Desde aquí te veo, volar libre sin trampas, engañando al universo por un pretexto, un berrinche que nos costo el anhelo de un mundo eterno.
El humo de las calles se junta en mi ser, poco a poco extraño el dulce olor de la población de esta podrida ciudad en mis rutinarias mañanas, hasta el alteo de las moscas sobre mi cadáver parecen muy acogedoras en este eterno silencio.