Instante I

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La luz de la luna se cuela por tres enormes ventanales. Más allá de ellos se extiende una ciudad repleta de luciérnagas inamovibles y congeladas en el aire. Algunos coches recorren la inmensa y moderna urbe y aprovechan el poco o inexistente tráfico a esas horas de la noche para hacer que su motor ruja en medio de las vías desiertas. El piso tiene una vista excelente. Después de las cristaleras hay un cómodo, confortable y negro sofá delante de un televisor apagado. Entre los dos objetos, el débil humo de un cigarro todavía sin apagar asciende hasta perderse por el conducto de ventilación. Un pantalón vaquero descansa sobre el sofá. En algunas fotos situadas al lado del televisor se puede ver a un chico y una chica abrazados, sonriendo. El ático está completamente a oscuras. En silencio. De camino a la cama hay más prendas de ropa en el suelo. Bóxers, una camiseta.

Al borde de esta cama se puede ver a un hombre. Está sentado, con las sábanas alrededor de su cintura, ocultando parte de su cuerpo desnudo y sudado. Su cabeza cae rendida en dirección al suelo, sujetada por sus manos y sus dedos, que se hunden en el pelo con desesperación. Desde más cerca se ven unas lágrimas cayendo sobre sus propios muslos. Llora sin emitir ningún sonido. Son lágrimas amargas y tristes. Nunca había sentido tanta impotencia y dolor. La escena está repleta de tonos grises, lúgubres. En el aire, todavía queda el recuerdo de unos gemidos primero, unos gritos (una discusión...) más adelante.

La puerta, justo en ese instante, se está cerrando. A través del minúsculo espacio entre la puerta y el marco se puede ver una mano femenina, nívea, delicada, preciosa, sosteniendo unos tacones negros.

El hombre recuerda, en ese silencio eterno y lastimoso, el comienzo.

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