III

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Vestida de blanco de la cabeza a los pies, observo mi silueta frente al gran espejo de mi recámara: mi largo cabello recogido en un moño alto dejando caer algunos mechones sobre mi rostro; largo vestido blanco con pequeños apliques florales, de cuello cuadrado y mangas amplias repletas de encaje que alguna vez perteneció a mi madre y que al parecer ha sido hecho a mi medida también; zapatillas altas y una antigua joya de mi abuela obsequiada hace dos primaveras.

Me siento fatal.

-- ¡Mi niña, pero si estás preciosa! - exclama con fervor mientras se acerca a mí casi corriendo. Toma mis manos entre las suyas y les planta un beso a cada una.

Sonrío.

-- Déjame ver... - suelta mis manos y en cambio las coloca sobre mis mejillas, inspeccionando mi rostro con minuciosidad. - Estos labios están muy pálidos - comenta mientras rebusca algo en su bolsillo. - Relaja los labios - dice, mientras parte la frambuesa en dos y hunta su líquido viscoso sobre mi boca con cuidado.

-- ¿Te parece bien que haga uso de este vestido? - Me alejo mientras doy una vuelta y miro los pliegues de este con inseguridad. - Creo que no luce muy bien en mí.

-- Por supuesto que luce bien. Luce perfecto, me atrevería a decir, alteza - comenta con seriedad. - Vamos, pequeña, están esperando por usted abajo.

Toma mi mano y me lleva hacia el exterior de mi cuarto, donde pronto firmaré mi sentencia. Trago con fuerza y reprimo las ganas que tengo por soltar mi mano de su agarre y salir corriendo. Pero esta vez no pasará, lo sé.

-- Sabe, han llegado jóvenes príncipes y duques de pueblos vecinos con el afán de admirar la pura belleza de vuestra alteza - comenta observándome con una gran sonrisa. Sí, seguramente vienen por mí. - Incluso he escuchado de boca de su padre que muchos ya han puesto en marcha sus mejores dialectos y modales para acercársele y pedirle al menos unos minutos con usted en la pista de baile. ¿No es eso estupendo?

-- En absoluto, Kelsey. Es un baile, no una cacería - comento asqueada por la breve imagen mental que se ha formado en mi cabeza. Muchos hombres de todas las edades pidiendo y rogando por mi mano. Eso sólo me hace sentir una presa; una de muy buena calidad.

No hace falta que la observe para saber que se siente arrepentida por su comentario. Pero no tiene la culpa. Todos han estado intentado animarme sobre esto, pero la verdad es que lo único que necesito es paz y algo de espacio. La palabra matrimonio siempre me ha supuesto un gran reto y no un paso más en la vida, uno que debo dar sí o sí, es más como algo a lo que toda persona perteneciente a la nobleza está obligado a ejercer a determinada edad, como mi madre, quien se comprometió a los 15 y se casó a los dieciséis sin poder objetar al menos. Todo lo contrario a mí, que pude librarme de ello con facilidad a los dieciséis, pero debo enmendarlo a los dieciocho. Hoy, el día de mi cumpleaños.

-- Estoy lista - digo mientras camino a paso acelerado.

Me pregunto si este nudo que se ha formado dentro de mi vientre también lo sentiría mi madre el día de su compromiso. Resoplo. Tal vez a ella le fue mejor dominándolos y manteniéndolos quietos hasta después del baile. Y no es de extrañarse. Mamá solía ser una luchadora, por lo que he escuchado de la gente que me rodea, ella no sólo era el prospecto ideal de belleza y pureza, era además una mujer de enardecida esperanza que nunca dejó que padre - con catorce años por encima de sus diecisiete - la sometiera a sus mandatos y por el contrario, logró que él se enamorase perdida e incandescentemente de su potencial. Hasta aquel día en que, inexplicablemente, papá se encontraba informando a la aldea sobre la razón de su muerte.

Aprieto mis manos en puños mientras giro a la derecha, preparada para ir escaleras abajo y presentarme ante la corte.

Más de ochenta caballeros solteros, entre ellos jóvenes y medrados, se encuentran bajo este piso en la espera de la damicela y futura heredera al trono. El simple hecho de planteármelo de esta manera tan ligera hace que mis músculos se contraigan y quiera detener el paso de mis pies sobre los escalones. No es de esta forma como me habría gustado acabar; porque es mi fin, lo sé. Una vez que mi futuro prometido se llene del poder que de mí se transfiere, ya no le seré de utilidad. Al menos no en la corte para el mandato del pueblo. Mi cuerpo se estremece y siento una fuerte corriente atravesar mis huesos mientras el pensamiento se planta sobre mi mente.

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⏰ Última actualización: Nov 15, 2015 ⏰

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