Prefacio

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23 de Septiembre del 2015

—Yo... no sé por qué hizo esto... Ella tenía un futuro, amigos, amor...—Mentiras —Nosotros le dimos el amor de una familia — Mentiras— Ella era... era feliz.

Mentiras.

Me fui de la iglesia, sin dar importancia a los reclamos de parte de mis familiares.

Dolía, y duele ver cómo la gente que ni siquiera ella conocía, se paraba en esa plataforma a dar un discurso de alguien que ni siquiera les importaba y solo estaban ahí por cuestión de "respeto" disfrazado de hipocresía.

Llegue a nuestro departamento.

—Todavía tiene su aroma...—susurre—vainilla y tabaco.

Entre a la habitación del fondo, un pequeño estudio que solo ella utilizaba, las paredes estaban cubiertas con aquel tapiz de flores manchado de pintura, un escritorio de madera, una silla del mismo material junto con un sillón viejo igual de manchado que las paredes.

Y su recuerdo fue tan inevitable como respirar, las acuarelas desparramadas por el piso, el lienzo a medio pintar y  la mancha de su lápiz labial en la taza de café sin terminar.

Con los la respiración entrecortada y los ojos al borde de las lagrimas, me coloque en la silla de madera, enfrente del escritorio, y de un sorbo me tome el café que quedaba. Odio el café, pero al tomarlo sentí como si una parte de ella volviera a la vida para despedirse de mi.

Hice la variedad de pinturas a un lado y abrí uno de los cajones del escritorio, en donde se encontraban las hojas de papel.

Agarre un marcador de punta fina de color negro y la hoja de papel.

Y con delicadeza en las palabras comencé a escribir por la necesidad de tener cerca a aquel océano, que ahora les  mostrara el camino a los barcos de papel.



Barcos de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora