Si de algo me había percatado, era del hermoso color de la arena, tan blanquecina como la piel de una princesa y que cada día que pasaba, mis pies acostumbraban más de ella. Ya perdí la noción de los días, no sé si hoy es jueves, o si mañana es domingo, o si se acerca el verano, la verdad no lo sé, pero al mismo tiempo la vida se hizo más natural, más libre, más neutral, verdadera, al parecer me siento más suelto que esclavo de este lugar. Cuando surcábamos pleno Atlántico embravecido, con furiosas olas llenas de ira neptunianas, el destino nos echó al mar como se desecha la sal sin sazón o las oportunidades sin sabiduría. Perdí a mis más honorables amigos, en una desdichada panorámica al verlos alejarse de mí en las olas y la oscuridad de aquella noche trágica, que me partió el alma hasta hundirla en el fondo del mar mientras nadaba por hacer sobrevivir lo poco que quedaba de mí.
Nadé sin cesar, y mis lágrimas se amalgamaban con el mar, me faisant un avec la mer, y sentía como la muerte nadaba a mi lado, danzaba al son de mis brazadas y jugaba con mis fuerzas, que pocas, ya eran. Sentí en mis pies la vida, y entre mis manos el suspiro de la existencia, tierra, tierra que me llamaba a vivir, con o sin penas, con o sin amigos, vivir, y no más, aunque no fue así. Quedé rendido en un sueño que según mis cálculos astrómetras, duró dos días y medio, volví a nacer, eu nasci de novo. Una isla desolada me dio la bienvenida, caminé, corrí, subí, bajé, miré, fracasé, renové, odié, denuncié, resigné, morí (a la esperanza). Vi en una orilla de aquella pequeña isla la esperanza en algo tan absurdo, (pero qué, si el tiempo al parecer no existe aquí) el de esperar que pronto, si una botella tan pequeña y preciosa había aparecido en este inhóspito lugar, quizá, solo quizá un día como hoy, apareciese algo, alguien que pudiera regresarme a la vida, resucitarme, reconstruirme. Pasaron tantos días que ya ni recuerdo a qué hora más o menos la botellita había aparecido, y así también olvidé la esperanza, aspettare invano. La tomé tantas veces en mis manos, resignado a quebrarla como quebrada estaba mi alma, recordé esas historias de náufragos y aislados que lanzaban una botella al mar con una nota de auxilio. - ¿Auxilio?- pensé ¿Qué cosa se puede escribir en una nota que no sabrás quién la leerá, ni cuándo, ni dónde? Comenzando por el maravilloso y afortunado hecho de que no sabía dónde baise estaba. Solté la botella y cayó en la arena posando para mí como incitándome ¿a qué? Ya había expuesto mi pensamiento hacía esa tonta idea, pero.
Al mirarla noté que seguía siendo la misma botella de siempre, vacía y pequeña, amarillenta, al verla el reflejo de la luz del sol incidió en mis ojos y encandilaron, por si no bastaba, haciendo que deseara aún más quebrar ese objeto que estaba acabando con la mísera paciencia que me restaba, luego de un momento, de pronto la observé, me pregunté quién la había hecho, por qué ese tono amarillento, las forma de sus curvas, su homogeneidad, y entendí. Observé la isla y admiré su creación, detallé cada paraje, cada rincón, disfruté del fruto de su vida, me arropé con su respiración, acepté su destino con el mío, bailé con las estrellas y dancé con las nubes, sonreí con el alba, suspiré con el ocaso, amé, reí, esperancé, acepté, agradecí, entendí, que la botella no era una emisora de un mensaje de auxilio, absurdo como lo pensé, que era un mensaje a mi alma, "vive, vive otra vez".
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La Botella
Historia CortaEl cuento de un hombre náufrago y la moraleja de su existencia.