Prólogo

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Aquella mañana amaneció nublada y muy fría en el orfanato Meminger. Como cada mañana el silencio reinaba en el viejo edificio. No era un lugar extremadamente elegante, las habitaciones estaban prohibidas a los visitantes por lo que sólo las zonas comunes eran cuidadas con esmero. Los niños empezaban a despertarse y a dirigirse a los baños en fila sin embargo nuestra protagonista no está entre estos niños. Ella sigue en la habitación número 07, en su cama, acurrucada entre las sábanas y abrazando la almohada. Ella ya tiene dieciséis años y sabe que pronto el orfanato dejará de ser su hogar. Su cabello, rojo como el fuego, baña las sábanas y sus párpados cerrados esconden unos ojos grises que hace tiempo dejaron de soñar. Y aún sumergida en el mundo de los sueños, ella está sonriendo como sólo sonreímos mientras soñamos con una calma y tranquilidad que todos envidiamos. Pero entonces un grito la despierta;

-¡Jennifer Alexander Meminger!

Alguien ha abierto la puerta con un sonoro golpe; una mujer mayor de pelo canoso y cara llena de arrugas vestida con un camisón y una bata.

Está enfadada.

Nuestra protagonista no se ha levantado con el grito, sigue dándole la espalda a la puerta, pero ahora tiene los ojos abiertos y su tranquila sonrisa ahora muestra satisfacción y diversión. Ella finge que se acaba de despertar y bosteza sonoramente antes de mirar a la puerta, detrás de la mujer hay muchos niños curiosos.

-Buenos días señorita Marie. Qué linda mañana, ¿no le parece?

Ella sonríe ignorando el rayo que se ha podido ver por la ventana detrás de ella. Algunos niños ríen y ella les mira con cariño.

-¡No te hagas la inocente conmigo, jovencita! ¡Sé que has sido tú la que ha pintado el bigote en el cuadro del director!

Ella finge indignarse mientras se levanta y, aunque es buena actriz, nadie la cree.

-Por favor, señorita Marie, ¿cómo puede pensar que yo haría algo como eso?

-¡De la misma manera que hace tres días le pintaste gafas de sol al busto del director!

-Ya le dije que el busto me dijo que le molestaba ese foco directo a la cara.

-¡Y el asunto de los peces la semana pasada!

-No tengo la culpa de que se creyeran peces voladores y acabaran en el desayuno del director. Esos peces no son muy listos, ¿sabe usted?

-¡Y aún está por probar quién colgó las fotos del director por todo el vestíbulo!

-No pensará que fui yo, ¿verdad señorita Marie?

-¿Y quién más podría ser?

Ella sabía que aquella última broma no era suya y sabía quién era el responsable, pero los huérfanos tenían una norma no escrita de no delatarse y ella sólo sonrió con la inocencia que sí le daba esa última gamberrada.

-Señorita Marie, recuerde qué día es hoy. ¿No debería arreglarse?

-Hoy te pasarás todo el día a mi lado. ¿Te ha quedado claro? Nada de polvos pica pica, ni globos de agua, ni pintadas en las paredes, ni carteles en la espalda, ni vasos falsos, ni miembros descuartizados. ¿Entendiste?

-Sí, señorita Marie.

La señorita Marie salió de la habitación llevándose a los niños con ella. Jennifer simplemente cogió su uniforme y fue directa al baño, la reprimenda de la señorita Marie le ha servido para no tener que hacer cola. Su uniforme era una aburrida camisa blanca y una falda gris con calcetines a media pierna y zapatos negros. Se hace una trenza en el pelo y sonríe a su reflejo. Deja atrás los pasillos con papel de pared desgarrados y baja unas escaleras de madera barnizadas, era increíble el cambio de la zona común a las habitaciones.

La Primera Niña PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora