Prólogo.

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-¿Que los ángeles no existen?
-Obviamente, no.
-Pues señor, no sé si los ángeles existen o no, pero sí se que hay una persona que ha conseguido hacerme feliz... -y bajando el tono de voz hasta convertirlo en no más que un susurro, añadió:- cuando ni yo mismo pude...

Tomó aire y miró a los ojos a aquel hombre.

-Así que, señor, quizá los ángeles sí que existan. O quizá no. Quizá solo fui capaz de encontrar a alguien que tenía encima la misma mierda que yo... Pero señor, estoy seguro que nunca antes me había sentido así...
-Hijo... -murmuró el hombre, sin preocuparse en ocultar la angustia en su voz.
-No, señor, no. No trate de sentir lástima hacia mí, cuando sé perfectamente que siempre le di igual. Y he de ser sincero, usted a mí también. Pero ella no. Y me niego.

Se pasó el dorso de la mano por los ojos dejando escapar algunas lágrimas.

-Me niego a pensar que la he perdido. No, señor, no quiero. Estoy enamorado de ella. Y me hace sentir tan bien... Por eso me niego a perderla. Porque sé que es mi significado de la palabra felicidad. Porque estoy ahora más perdido que nunca. Porque... ¿sabe qué, señor?

El hombre de mayor edad le miró a la cara, sobrecogiendose al ver la perdición en los ojos del joven. A pesar del nudo de su garganta, consiguió preguntar:

-¿Qué, hijo?
-Quizá usted no me crea, pero que sepa que la amo. La amo. La amo de verdad. Es a la persona a la que más he amado en mi vida, quizá a la única a la que he llegado a amar... Y quizá no me crea, pero cuando digo que lo daría todo por ella, es todo...

El muchacho agachó la cabeza poniéndose una mano en el pecho, a la altura de su destrozado corazón. El hombre le puso una mano en la espalda; había entendido a la perfección lo que quería decir.

Parecía que habían pasado siglos hasta que el hombre se decidió a dar pie a la conversación de nuevo, rompiendo el silencio del luminoso pasillo del hospital.

-No lo hagas... No es necesario.
-Es necesario.
-No, hijo, no lo es... De verdad. Ella está enamorada de ti. Y de verdad lo está. Quizá no la hemos perdido porque su corazón está tan repleto de amor, que aun no se ha cansado de latir. Ella me hablaba de ti. Yo sabía que eras bueno para ella. Tú la escuchaste cuando yo no pude, tú la mimaste cuando yo no estaba, tú la quisiste cuando ella no sabía que yo también lo hacia... Simplemente, tú estuviste cuando yo no. Así que, por favor, no lo hagas. No mereces eso. Has hecho que fuese feliz, cuando no sabía que era infeliz. Has hecho que sonriera de verdad, y se notaba... Porque las sonrisas llegan desde los ojos hasta la boca... Y chico, no sabes cómo le brillaban los ojos cuando pensaba en ti... Y sé que quizá no fui lo que ella necesitaba, pero me alegro tanto de que tú lo fueses...

El joven lo miró a los ojos, aun llorando, y abrazó al hombre sin miedo alguno al rechazo. Se aferró fuerte a él, arrugando su camisa al agarrarla con sus puños, y empezó a llorar como un niño al que le acababan de quitar un caramelo. Y se sentía como un niño abrazando a su padre. Y se desahogó como un niño que no lloraba desde hacia mucho...

-No mereces eso...
-La decisión está hecha -dijo el joven muy seguro.
-¿Hay alguna forma de convencerte de que no lo hagas?
-No señor...
-Entonces, solo quiero decirte que gracias por todo...

El hombre abrazó con fuerza al joven, quien aceptó el gesto un tanto sorprendido.

Y volvió el silencio. Pero no era incómodo. Era de los que hablan cuando las palabras no lo hacen... Pero duró poco.

-Y sí, quizá los ángeles existan. Me has convencido. Estoy seguro de que eres un ángel, hijo.
-Gracias a usted, señor...

Quizá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora