Capítulo 6.

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Alice Pov.

Tras colocar la correa alrededor del cuello de Maya, recogí mis llaves y las guardé en mi bolsillo derecho. El sonido de las llaves chocando unas con otras hizo que los nervios del animal saltasen, pero la calmé acariciando la parte trasera de sus orejas. Abrí la puerta, salí y me aseguré de cerrarla bien; últimamente robaban mucho por el barrio.

Maya estaba mucho más ansiosa que yo por salir, pero era normal, yo odiaba a la gente del exterior y ella tenía que salir mínimo tres veces al día para hacer sus necesidades. Aunque lo bueno de la hembra era que era muy obediente y nunca daba tirones, siempre daba gusto salir con ella. Era un gran momento para olvidarse de todo...

Pasando la casa continua a la mía, recordé que la siguiente pertenecía a Grisam. Las casas estaban separadas por unas vallas, pero rodeando las vallas solía haber unos parterres con flores decorando la blanca cerca y, al final de esta, en la parte que daba ya a la acera, había un arbusto. Todas las casas eran iguales, tan solo variaba el orden de las salas, el color y el tamaño; es obvio que no se demoraron en buscar otros arquitectos. Maya se paró en el matorral que dividía la vivienda de mis vecinos de la de Grisam a hacer ahí sus necesidades, y sin yo quererlo noté como había acabado delante de la parcela de la familia Scott. Escuché un pequeño sollozo, casi inaudible, y mi mirada curiosa barrió todo el lugar. Me sorprendió mucho encontrar al chico que había conocido ese día apoyado de rodillas en el suelo, removiendo piezas metálicas de un montón de chatarra y, aún más, que el sollozo había procedido de su garganta. Entorné los ojos y me di cuenta de como algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Me quedé paralizada, sin saber reaccionar. ¿Debía preguntarle que qué le ocurría? Desde luego, a mi muchas veces me hubiese gustado que se hubiesen interesado por mí, pero no todos son como yo. Quizá a él le molestase que quisiese entrometerme en su vida. Mientras debatía mentalmente qué hacer en esta situación, Maya me sacó de trance al detectar mis ojos el movimiento del blanco y el negro sobre el verde del seto. Cuando creí ya saber qué hacer, me di cuenta de que era tarde.

Como siempre.

El chico había recogido toda la basura del suelo y estaba desapareciendo de mi vista al entrar en su hogar. "¿Se habrá fijado en que le había visto llorar?", "¿qué voy a hacer cuándo le vea mañana?", esas y algunas preguntas más revoloteaban por mi mente.

-¡Eres un hijo de puta! -escuché.

Las casas estaban insonorizadas, así que no fue difícil percatarme de la ventana rota que había en la planta superior de la que procedía aquel grito, ni de los cristales que había por el césped. Agudicé el oído y escuché algunos insultos más que hubiese preferido no haberlo hecho; pero eso era como cuando ocurre un accidente: no quieres ver a los heridos, pero eres incapaz de dejar de mirar.

-¡Que vayas a por ello, puto niño! -ordenó un hombre de voz ronca.

-¡Si quieres tu mierda, ve tú mismo a por ella! -reconocí la voz de Grisam.

-Debí ponerme condón...

Segundos después, escuché un grito corto, pero estridente. "¿Qué... qué demonios ha hecho?", me pregunté.

-Y tú, mujer, ya que solo sabes quejarte y lloriquear, haz algo útil y más te vale que cuando vuelva a casa tenga la cena hecha. Ahora vengo...

Entonces lo entendí todo, Grisam tenía problemas en casa... Ese hombre los maltrataba.

-Joder, Maya, rápido -le rogué al ver como ella orinaba de nuevo- ¡Maya, enserio! No quiero que parezca que estábamos espiando... Bueno, lo estábamos pero... ¡joder, Maya, rápido!

Y justo cuando se abrió la puerta, pude reanudar mi camino. Solté todo el aire que no sabía que mantenía en mis pulmones e intenté disimular todo lo que pude... "Vamos, Alice, puedes hacerlo mejor...", me dije.

El hombre mantenía una zancada rápida, y pronto llegó a mi lado. Me miró y me dedicó una sonrisa que me puso los vellos de punta.

-¡Hola, vecina! -me saludó como si no hubiese ocurrido nada-. Nos mudamos hace poco mi familia y yo a este barrio. Cuando quieras, pásate por mi casa, es la de ahí atrás. Serás muy bien recibida, lo prometo...

Físicamente, era igual que Grisam con varios años más, pero su voz me transmitía toda la desconfianza que no me transmitía el chico. Aunque me había quedado sin palabras porque no me esperaba esa reacción, y porque el olor a alcohol y vomito me produjo nauseas, intenté seguir el hilo de la conversación.

-Eh... ¡bienvenido al barrio! Es una alegría tener nuevos vecinos tan amables como tú -mentí-. Antes conocí a su hijo.

-¿Ah sí? El chaval tiene buen gusto... -murmuró-. Bueno, he de irme. Nos vemos.

Me despedí y el hombre siguió con su rápido paso. Me fijé en que llevaba un traje, pero era bastante viejo y estaba lleno de polvo. "Un hombre con clase... algo debió de hacer que esa familia cayese en picado... Ese olor a alcohol no me da buenas vibraciones", deduje. Horrorizada, me quedé quieta mirando a Maya, la cual parecía haberse dado cuenta de la estupidez que había cometido. La mejor forma de desahogarme a veces era hablar con ella, aun sabiendo que no recibiría respuesta, pero nada sentía mejor que que te escuchasen.

-¿Por qué le habré dicho que conozco a Grisam? Dios, soy idiota. A saber qué problemas le doy ahora... Espero que no le diga nada... ¿Pero por qué me preocupo? Si ni siquiera somos amigos... -Maya se me acercó y se sentó a sostenerme la mirada- Esta bien, tienes razón, aunque no seamos amigos no debo buscarle problemas a nadie... ¡Maya, deja de mirarme así!

La perra, confundida, giró la cabeza y se puso de pie para seguir el trayecto que habíamos empezado hacia un tiempo ya. Noté como las miradas de las personas que pasaban por la zona se habían posado en mí y habían visto como hablaba con la perra. Rápidamente, el calor acudió a mis mejillas dándoles un rojo color. Decidí dar media vuelta y hacer como si no hubiese ocurrido nada.

-Lo siento, Maya -susurré-. Hoy el paseo es un poco más corto. Volvamos a casa, por favor...

Quizá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora