La muchacha no hablaba nunca, pero siempre se escuchaban gritos todos los días exactamente a las nueve de la mañana y no paraban pasado el mediodía. No eran gritos agonizantes, ni de dolor; eran gritos desesperados, como los de una discusión, pero la muchacha vivía sola y eso era lo que todos sabían.
Tenía su rutina: salía a eso de las cinco de la tarde, caminaba con la cabeza gacha y las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, la misma de todos los días.
Esperaba sentada frente un bosque cercano hasta que el sol se ocultaba y la luna no salía, caminaba a paso lento mientras contaba cuantos pasos iba dando, y a lo lejos escuchaba el revoloteo de aquel cuervo que se había convertido en su única compañía deseada. Éste se posaba en el mismo tronco que daba a la altura del hombro de la chica, para que ella pueda acariciar las oscuras plumas de su lomo.
Nadie sabía de donde había aparecido el animal, rara vez alguna persona que no sea la chica lo veía. Los dos desaparecían juntos, y la joven chica no regresaba a su morada hasta que la luna no se encontraba en su punto más alto y esplendoroso.
Se solía decir que Lorelai, como así se la conocía, era una lunática, que padecía de paranoia y que esa era la razón por la cual discutía en su soledad. Tal vez era cierto, sin embargo, nadie la conocía.
Había llegado al pueblo un día lluvioso de octubre en un camión que transportaba pocas cosas, las necesarias para que Lorelai pudiera subsistir. Días después el mismo camión había llegado con un peculiar espejo, que parecía antiguo; al principio Lorelai no lo había aceptado, sin embargo, el espejo tomó lugar en el pasillo principal...
Nadie sabía de Lorelai, nunca abrió la puerta para recibir los saludos de bienvenida de los pueblerinos, los cuales dejaron de insistir tres días después de su llegada. Para muchos, la chica no vivía en aquella casa, para otros, ella no existía.
Lorelai era una chica joven que se resguardaba en el misterio, no tenía televisión ni vía telefónica. Lorelai, era solitaria y eso a ella le gustaba. Despreciaba casi todo, y lo que no despreciaba era para muchos, extraño. Lorelai era de esas chicas que a primera vista te da la impresión de que es rara y marginada, que el misterio y los asesinatos son su pasión por ejecutar, era de esas chicas a las que jamás se te hubiese ocurrido hablarle.
Solía salir de su casa tan solo cuando le faltaba alimento, pero siempre compraba lo mismo. Siempre lo mismo; se sabía la cuenta de memoria, el cuanto caminaba por día, cuantas horas y minutos pasaba sentada en el patio trasero de su casa, cuantas miradas cruzaba con los demás cuando salía, era precisa con casi todo, pero no hacía absolutamente nada.
El pueblo era pequeño, siempre pasaba nublado y por lo tanto era algo deprimente y oscuro. Sus pobladores no eran muy animados, pero entre todos se conocían. Siempre tenían presente la crítica hacia todos y todo. Sus vidas eran momentáneas y aburridas, pero eso a ellos no les importaba, pretendían ser felices, y eso era lo primordial para ellos...
Una madrugada de invierno, cuando la lluvia se hacía más intensa, Lorelai había llegado a su casa luego de su estancia en el bosque. Estaba mojada completamente, pero eso no le afectó. Entró a su morada, se quitó sus desgastados zapatos, los que siempre usaba, y caminó por el pasillo.
Estaba totalmente absorta en sus pensamientos, cuando un repentino ruido la interrumpió, no se sobresaltó y regresó la mirada, hallándose con la nada. Se topó con el espejo que adornada la pared izquierda del pasillo. A Lorelai no le agradaban los espejos, sin embargo, lo tenía ahí, algo le impedía deshacerse de él. Cerró los ojos antes de mirar su reflejo, respiro profundo, y el sonido hizo aparición nuevamente. Un golpeteo. Así que abrió los ojos, encontrándose en el espejo una silueta que la saludaba por sus espaldas. El espejo se había empañado y, mientras la silueta se acercaba, Lorelai no se movía, y en el espejo se leía: "Déjame salir de aquí". Lorelai sintió como le tocaban el hombro, un rayo se proyectaba y como las letras del espejo y la silueta desaparecían, dejando así, ver el reflejo de la muchacha. Se puede decir que tal vez ahí fue cuando todo comenzó.
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Lo que Lorelai podía ver © (ASyP)
ParanormalAquella muchacha no hablaba con nadie, vivía alejada de aquel pequeño pueblo de pocos habitantes, tenía una rutina nocturna, su mejor amigo era un desdichado cuervo lleno de melancolía que la acompañaba en sus despechadas tardes y noches. Aquella mu...