Londres.

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-¡____! ¡Levántate! ¡Nos va a dejar el tren!

Me di la vuelta y me tapé la cabeza con la colcha, intentando ignorar a mi mejor amiga, Tegan. No se me daba bien las mañanas.

Con desgana, eché un vistazo a mi despertador azul...

¡Demonios! ¡Tenía razón! ¡Nos quedamos dormidas!

Salté de la cama para vestirme y me puse mis jeans grices ceñidos y una camiseta blanca de rayas. El tren salía en menos de una hora, no daba tiempo ni para bañarse. Afortunadamente, en el tren hacia Londres de aquel día solo íbamos a ir ella y yo y, después de los últimos acontecimientos, en realidad no había nadie a quien necesitara o quisiese impresionar.

Tomé el cepillo del tocador y lo deslicé por mi desastroso pelo rubio la más rápido que pude, lo cual era bastante difícil, porque lo llevaba tan largo que me llegaba hasta el final de la espalda. Me moría de ganas de cortármelo, pero mi madre no me dejaba. Con un escaso metro sesenta y con mis ojos azules tanridículamente grandes, mi madre me ha llamado siempre su <<pequeña sirenita>>, y desde que se divorció de mi padre no quería volver a verla triste por ningún motivo.

Precisamente era mi padre a quien íbamos a visitar durante las siguientes dos semanas. Yo acababa de cumplir dieciocho y de terminar el instituto, y no tenía excusa para no irme y quedarme una temporada. Mi madre dijo que fuera, pero yo me seguía sintiendo un poco culpable. Además, no sabía cómo iba a sentirme estando cerca de papá después de no haberlo visto durante tanto tiempo, así que me llevé a Tegan como un apoyo emocional. Bueno, para ser sincera, también quería disfrutar un poco de su compañía. Papá no llegaría hasta la segunda semana, y después de las terribles rupturas que ambas sufrimos recientemente, las dos necesitábamos relajarnos. Nada de chicos.

Agarré la maleta, dando gracias por haberla dejado preparada la noche anterior, y bajé las escaleras. Tegan me estaba esperando. Al ver la silueta alta y esbelta de mi amiga, que daba golpecitos impacientes en la mesa del vestíbulo con una mano y se apartaba su corto y oscuro pelo de la cara con la otra, me di cuenta una vez más de lo infantil que parecía yo a su lado. Ella también era, sin duda, la más sensible de las dos.

-Así que por fin te levantaste de la cama ¿eh? -me dijo-. Apúrate, tenemos que tomar ese tren.

Pero el brillo afectuoso de su mirada color chocolate me indicó que no estaba tan enfadada como parecía. Tegan nunca se enfadaba conmigo durante mucho tiempo, hiciera lo que hiciera.

-Ya voy, mamá -bromeé

-Anda, muévete -se rió jalándome en dirección a la puerta

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Llegamos a la estación sin aliento, minutos antes de que saliera el tren, y saltamos entre las puertas justo cuando se estaban cerrando. Nos arrojamos sobre un par de asientos con mesita como si fueramos dos paquetes sudorosos. Sentí que mi estómago protestaba: el viaje de Edimburgo a Londres era largo, y en la carrera enloquecida de casa a la estación no hubo ni un sehundo para desayunar.

Tegan levantó una ceja y sacó de su mochila una botella de refresco de cola y una bolsa de papas.

-Toma, creo que te vendría bien esto -me dijo pasándomelas por encima de la mesa.

-Gracias, Tegan. ¿Qué haría yo sin ti?

Sonreí, avergonzada. Decidí que ya era hora de dejar de centrarnos en lo desastrosa que era yo y cambiar de tema.

Secretos en el Backstage (Zayn & Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora