Capítulo 1

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TRES MESES ANTES

Nosotros cuatro veníamos de un pequeño pueblo que está ubicado al este de Temuco, muy cerca del volcán Lonquimay y estábamos viajando hacia Santiago porque mi padre había decido que mis hermanos y yo. Merecíamos un mejor futuro y que necesitábamos escapar del pequeño pueblo para conocer nuevas formas de vivir, mi hermana Sofía estaba encantada con la idea y no dejaba de radiar felicidad, mientras que mi hermano Alex y yo no estábamos muy contentos. Temuco para nosotros había sido una forma de vivir, habíamos nacido en ese mini pueblo y todas nuestras peculiares tradiciones eran diferentes a las de Santiago, nuestras costumbres cambiarían demasiado cuando llegáramos a las Condes. La señora Norma quien era la madrina de mi padre nos iba albergar en su casa por un tiempo, mi padre era hijo de unos señores empresarios que no se encontraban en el país y aquellos señores eran de dinero y con apellidos importantes, pero la señora Norma lo había querido siempre como un hijo y por eso quiso ser su madrina. Y por el lado del colegio. A contar del cinco de marzo entraríamos a un súper colegio acto solamente para los mejores alumnos del país.

El aire limpio y las montoneras de árboles que se chocaban unos contra otros y las espigas doradas de trigo habían desaparecido hace mucho, los animales y los caballos que nos pertenecían, ya no estaban a la vista y cada momento extrañaba más esos extravagantes sonidos de aves cantando al ulular del viento sin esmog o plástico petrificado. Las calles cubiertas de cemento agrio y arenoso, eran diferentes a los caminitos de tierra por los cuales solíamos caminar en tiempos de primavera. Las elegantes casas que alardean comodidad, espacio y elegancia, me daban una rara sensación de incomodidad y sentía escalofríos cuando la sirvienta de la casa nos hizo pasar a la inverosímil mansión que parecía a esas casas bonitas que salen en las revistas de publicidad. Todos vagaron por la mansión como si fueran dueños de aquella, dejando las maletas en el suelo de azulejos multicolores que hacían juego con la paredes acolchadas y cubiertas de múltiples de cuadros estampados como una gran exposición de museo que brillaban bajo la tenue luz del sol que entraba por la gigantesca ventana.

Todo parecía bonito. La televisión en el medio rellenando el livings con furtivas flores florecidas a los lados con su extraña forma de adornar el gran espacio cubierto de cosas caras y sin olvidar las alfombras asiáticas que adornaban el gran pasillo que nos llevaba a los dormitorios. Todos nos sentamos a esperar a la gran dueña de la mansión en unos sillones de cuero preciosos que al frente había una transparente mesita de centro con unas orquídeas en un florero egipcio.

Una señora bellísima de pelo corto y demasiado alta, nos saludó con una pizca de insolencia y abrazo a mi padre como si no lo hubiera visto en años. Ella se veía adulta, pero en su cara no tenía tantas arrugas como las típicas señoras de sesenta años.

-Tantos años querido. -le arrullo las mejillas. -cómo has crecido Víctor. -le dijo por último y nos indicó educadamente que nos sentáramos.

La sirvienta que promediaba unos cuarenta años con una cabellera negra que brillaba a lo lejos y con un llamativo delantal negro con blanco, nos sirvió jugo natural con rodajas de limón adornando la elegantísima copas. Mi hermana que parecía una hija de cuicos no dejaba de dar saltitos en el sillón y ostentaba todo a su alrededor. Mientras que yo no dejaba de rodar los ojos por las cosas que tenía frente a mi rostro -ese reloj de oro que está en la pared sirve para niños sin hogar- Pensaba y me frustraba la idea de ser la nueva Soledad que miraba a su alrededor y no dejaba de desear que todo se quemara sin ningún remordimiento. No era comunista, pero odiaba que los cuicos, las personas con mucho dinero tuvieran todo lo que apetecían.

Cuando la señora Norma contaba una súper historia de ladrones asaltando a su amiga que vivía en la Dehesa, apareció un chico con una solemne belleza poco común, era alto y delgado, color de pelo castaño no tan corto ni tan largo y su torso estaba desnudo y sus oblicuos se notaban a lo lejos, no me quede como una babosa viéndolo, si no que estaba mirando fijamente el sillón en donde estábamos sentados que probablemente costaba unos veintitrés millones de pesos.

-Cariño, ponte una polera. -le ordeno la señora, pero el hizo caso omiso y saludo a todos con un beso en la mejilla y como iba de esperarse dejo a mi hermana babosa y gritándole que lo amaba internamente.

Mi hermana dio un salto al lado mío y se incorporó a ver detenidamente al chico arrogante. -¡No! ¿Tú eres Damon Luther? -grito descontroladamente. -el chico ingles que llego aquí cuando apenas tenía 10 años junto a su familia de actores millonaria.

-¡Sí! -medio sonrió y enarco las cejas de forma divertida. -¿eres una fan o algo así? -se movió incomodo hacia el lado de la señora Norma.

Todos se quedaron en un incómodo transe de silencio y aproveche para decir las primeras palabras que decia en largos días. -¿Quién es ese? ¿Quién es ese Damon Luther? -las cabelleras se movieron hacia a mí y esperaron a que mi hermana o el chico respondieran.

-¿No me conoces? ¿No ves televisión? Qué demonios ¿vives debajo de una roca? -me pregunto burlándose de mí y pasando sus dedos largos por su cabello salvaje.

-No, no veo televisión. Porque infunde malas cosas y hace a las personas mediocres. -le respondí a su pregunta y quedo boca abierta.

-Es actor, es uno de los actores adolescentes más prestigiado del medio nacional y de algunos países extranjeros. -dijo mi hermana atónita.

Rodé los ojos por milésima vez y me deje hundir en el blando sillón, esto cada vez era peor ¡Vamos! ¿Quién vivía con un súper actor? Esto tenía que ser una maldita casualidad.

Cuando la amable sirvienta nos mostró las habitaciones, quedaría como una mentirosa si no dijera que casi me desmaye cuando vi la gigantesca habitación con paredes tapizadas. Las habitaciones parecían de esas habitaciones de hotel, imposibles de pagar por una persona que gana el salario mínimo y con camas de dos plazas con diminutas almohadas sobre ella. La pared tenía una repisa para dejar cosas importantes y un gran ropero del techo hasta el piso. Me lance a la cama que parecía resorte y me quede como bolita, mirando hacia el techo blanco y supongo que después me quede dormida porque el mundo se desvaneció.




Todo Puede Cambiar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora