Una extravagante historia de serie 'B'

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La Tierra, año 2357

Se llamaba Seymour McClure, y trabajaba en New York, en la Jefatura de Policía de la 7ª con Park Avenue como Inspector Jefe de la Brigada de Delitos Extraterrestres, y allí solía pasar la mayor parte de su rutinaria existencia. Solitario y enemigo del matrimonio, sus relaciones se solían basar en el más absoluto ostracismo y el más radical aislamiento social. Pocas personas le conocían realmente, y de aquellos que presumían de hacerlo, sólo un reducido número podía saber de la existencia de una antigua novia, una ocasional amante o una amiga especial que conociese el lujoso interior de su ático de Albany, uno de los más espaciosos y elitistas lugares de todo el Estado de New York. Aún así, éste se introducía en las autopistas de la información y era adicto a navegar entre redes informáticas gracias a uno de aquellos sofisticados aparatos que tan de moda se pusieron en la década de los '40, y que le permitía poder moverse a la velocidad del pensamiento, sin necesidad de usar ningún tipo de computadoras o complejos sistemas informáticos o telemétricos.

Era una lluviosa y oscura noche de otoño, la correspondiente al 5 de noviembre, nada habitual y sí muy especial, ya que en su constante surfeo por las Redes, Seymour se empezaba a adentrar en unos lugares bastante peculiares, algo que nada tenía que ver con su rutina ciberespacial. El sonido del timbre interior le sorprend ió, pues aquella mansión era una fortaleza extremadamente protegida por la tecnología más puntera y los más modernos y sofisticados sistemas de seguridad. Sin desconectar del todo su paseo, emitió una proyección del exterior, y pulsó un botón dentro de la misma.

— ¿Quién es?

Una voz femenina, dulce, le respondió rogándole ayuda:

— ¡Socorro! Me están buscando y he conseguido colarme dentro de su casa para huir de mis perseguidores. Le suplico que me ayude.

Seymour miró la proyección tridimensional de la figura femenina, atentamente, analizando cada detalle y abstraído por la belleza de aquella mujer. Respiró hondo, cerró los ojos y volvió a abrirlos. Volvió a pulsar uno de aquellos botones virtuales y le indicó que pasase:

— Enseguida bajo a recibirla.


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