—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí—.
Soy un ángel, he venido por que te escuché tu llanto.
—Sí, así es—.
¿Por qué lloras? ¿Es por alguien? —Sí...—.
Me lo imaginaba. (...) Devuelvesela.
—No, no podría... —.
¿Cómo que no? A el no le importó hacerte daño a ti. Escúchame, ve a su casa y échale algo realmente asqueroso en la cama o en la comida, para que se acuerde bien de ti.
—No, ya te he dicho que no puedo—.
Claro que puedes, yo te ayudaré, haz caso a tu ángel.
—¿Ángel? Te asoman las pezuñas por debajo del vestido, y dime, ¿esos cuernos son para sujetar el halo?—.