Capítulo 1

18 0 0
                                    


En la parte trasera de un almacén, en Belleville
(New Jersey, EE.UU)
Actualmente

Las balas pasaban por encima de nuestras cabezas emitiendo leves silbidos. Dante salió del gran almacén con dificultad mientras yo le cubría con un par de ráfagas. Las balas venían de todas direcciones. Debía de idear un plan. Los enemigos me habían acorralado, y mi subfusil pronto se cansaría de este juego de policías y ladrones. Estaba agachado entre una larga fila de gruesos tablones de madera, desde allí escuchaba a mis enemigos soltar alaridos y vociferar insultos entre ellos. Estaban agitados ¿Quién no lo estaba? Dije entre dientes. Conté más de quince hombres; tal vez eran menos, no estaba para sacar cuentas rápidas. Solté varios disparos a ciegas para mantenerlos a raya, pero respondieron al instante. Otra ronda de disparos se estrellaba contra los tablones haciendo que el miedo comenzara a apoderarse de mí.
Dos mercenarios aprovecharon la situación para llegar hasta mí. Descendieron las escaleras metálicas con fuertes pisadas. Parecían llenos de vigor, como antiguos guerreros que entraban al campo de batalla, totalmente decididos a dar su vida por una causa. Y sí que estaban dispuestos a morir. ¿Cuánto dinero les pagarían por hacer todo esto? ¿Mi causa era igual de importante como para dar mi vida? Vaya causa de mierda, susurré.
Alcancé a ver a los dos sujetos por una pequeña abertura que había entre los tablones. Se desplazaron con grandes zancadas, mientras de lejos, sus compañeros caminaban lentamente; recordé las viejas películas de Vietnam, que mi padre me hizo ver de pequeño. Las escenas donde los soldados en el pantanal, daban un paso tras otro con extrema cautela, tratando de evitar las minas ocultas en el fondo del lodazal, aparecieron en mi mente. El miedo se refleja siempre en los ojos, decía mi padre. ¿Qué diablos podría saber él?
Por unos segundos, atisbé a los otros soldados, que con incertidumbre en sus rostros, tomaron posiciones defensivas usando los barandales de hierro, como punto de apoyo para sus armas. Daba gracias a Dios a que los malos siempre tenían mala puntería, o ese era el consuelo con el que me aferraba fuertemente. Era creer en aquella absurda afirmación o esperar a que viniera la caballería.
A lo mucho, a mi arma le quedaban unas quince o veinte balas, no estaba en posición para desperdiciarlas. Los dos sujetos se aproximaron rápidamente, quizás a la misma velocidad que le tomó a mi mente, ordenarme salir de mi cobertura para dispararles. Estaban a pocos metros, imaginaba sus balas haciéndome añicos. El agujero negro de las armas apuntándome, me hizo sentir un miedo que no sentía desde hace años.
Sujeté la Micro-Uzi con firmeza, mi corazón se sacudía dentro de mi pecho. Las voces resonaban por el almacén. La imagen de Victoria apareció en mis pensamientos, prensé todo mi rostro y le disparé a los dos sujetos.
Los tres primeros proyectiles se incrustaron en el chaleco de kevlar de unos de los soldados. La presión de las balas lo hicieron retroceder, pero en su regordete rostro apareció una sonrisa de victoria. Se infló por el ego de seguir con vida; no obstante, antes que hubiese podido contra atacar, otros dos disparos salieron de mi arma, y esta vez, le dieron. Su sonrisa socarrona se desvaneció mientras se dibujaba en su lugar una mueca de dolor y espanto. La sangre escurría de su cuello, y de su boca brotaba una marea escarlata intensa. Una polea imaginaria parecía tirarlo hacia el suelo desde su nuca, mientras que sus piernas perdieron totalmente el control, y su cuerpo caía ante el abismo de una muerte cínica.
El otro mercenario, que se había colocado detrás de unos bidones metálicos para guarnecerse, abrió fuego en mi dirección junto con el resto de sus compañeros. Las balas no vinieron a mí como sucede en la televisión. No hubo una ralentización, ni movimientos espectaculares de cámaras. Me oculté al instante; las balas se estamparon con fuerza en los tablones, que las astillas y trozos de madera volaban sobre mí. Me arrastré hacia la esquina derecha con la intención de asomarme por el bordillo. Ajusté mi subfusil, y con una ráfaga de disparos abatí al segundo tirador. La sangre le salió de su cuerpo a borbotones. Para mi fortuna, la ausencia de un chaleco en aquel mercenario, me facilitó la situación. El líquido vital manchó la superficie de la escalera con una brillante tonalidad rojiza.
De lejos vi claramente al resto del grupo, que aún permanecían con vida y estaban a punto de disparar nuevamente. En ese momento comprendí que Dante y yo, sí que habíamos jodido toda la investigación, pero no era momento para lamentarse. No todavía. Si pretendía lamentarme, necesitaba al menos, un vaso de whisky a mi lado.
Sin muchas esperanzas de atinarle a uno de ellos, terminé de vaciar el cargador del arma; después la arrojé aun lado. Uno de sus compañeros se desplomó en la pasarela. Aprovechándome de la adrenalina que fluía libremente por mis venas, emprendí una carrera hasta la salida, la misma por la que se había marchado Dante, hace un par de minutos. Las balas de los enemigos llevaban escrito mi nombre, aunque ninguna logró herirme. Salí ileso de esa oleada de disparos; y aquello significaba una sola cosa: su apuesta sobre quién me fulminaba primero, aún permanecía en pie.
Al salir del almacén logré encontrar a Dante fácilmente entre los contenedores de importación y exportación de los almacenes, de seguro estaba esperándome mientras reflexionaba sobre la investigación. ¿Cuándo terminará esto? solté con frustración mientras el viento helado me hacía reaccionar. Dante lucía un mal aspecto, pero yo no parecía ningún modelo de Lacoste.
Apoyándose en mi hombro, logramos escondernos tras un largo contenedor a unos metros más abajo, una vez en el suelo, le di una pistola automática que tomé prestada de uno de esos bastardos. La sujetó con inseguridad, como si no supiera para qué servía. Sus ojos vacilaban entre la plateada arma que tenía en sus manos y el vendaje en su pierna izquierda, la venda seguía impregnada de un fuerte color carmesí. Yo aún traía conmigo a la pequeña M1911 que me acompañaba siempre en cada misión. Sentí ganas de despedirme de ella, era como si supiera que había llegado nuestro final. Nuestra última balada. Estaba agotado, furioso y con solo cinco balas en la recamara de mi fatigada arma.
El grupo que estaba en el almacén apareció con sus subfusiles y fusiles de asalto, que con sus sonoros disparos eran como unas fieras salvajes, luego de aquel acto, nos sentimos intimidados fácilmente, nos habíamos convertido en sus presas indefensas. Para empeorar aún más nuestras vidas, temblábamos a cada instante, no sabía si era por el horrendo clima o por los estruendos de sus armas. El miedo tenía un extravagante olor a pólvora y a humedad.
La intención de ellos era clara: matarnos. Aunque optaron por acorralarnos primero. Así les resultaba más sencillo darnos caza. Hacerles frente era algo absurdo, la única opción disponible era escondernos y resistir lo más que pudiéramos. No era mucho... ¡no era una puta mierda! Llevábamos todas las de perder. La vida te escupe a la cara si pretendes ser el mejor en algo en que, ni con toda la suerte del mundo lo serás. Esa lección no podría olvidarla nunca.
Tanto tiempo invertido en este caso, y heme aquí: con frío, hambriento, y con unos mercenarios a punto de volarme la cabeza. No me trajeron a este mundo para morir a manos de unos imbéciles que no sabían empuñar un arma. Dios hubiese querido que muriera de cansancio, después de una gran explosión tras salvar a la chica linda de la película. Estos miserables deseaban nuestra muerte a toda costa pero no les daría ese gusto. Si he de morir, lo haré luchando.
¿Dónde diablos está el equipo de rescate? Dante seguía mareado por la pérdida de sangre. Me tranquilicé, luego comencé a pensar con claridad. Venir a este sitio fue algo verdaderamente estúpido. Debía tomar una decisión, puede que la más alocada nos diera un par de minutos extras de vida. Lamentarme por mis acciones no nos sacarían con vida. Recordar el pasado es como cavar una tumba para nuestra alma, poco a poco la cubrimos con imágenes dolorosas al punto de que lo que queda de ella, es la réplica de ese ser que tratamos de ignorar cuando lo vemos reflejado en un espejo.
Teníamos que marcharnos antes que los mercenarios nos atraparan. No se permitirían otro interrogatorio. No después que Dante asesinara al idiota de Mariano frente a todo el mundo; en ese momento se terminaron las negociaciones.
El cielo estaba nublado y hacía mucho frío, las luces de los postes parpadeaban con nerviosismo y la lluvia escurría por todo mi cuerpo, nuestra ropa estaba empapada de sudor, friolentas gotas y salpicaduras de sangre. Todo se estaba yendo al demonio ante nuestras narices pero aún mantenía algo de esperanza, como que apareciera el capitán Sullivan, liderando algún equipo de rescate.
Los disparos cesaron de momento. Los muy imbéciles agotaron un par de cargadores disparando al contenedor donde nos habíamos ocultado, todo por la esperanza de darle a uno de nosotros. En ese instante de aparente paz, decidí asomarme. En primer lugar no deseaba hacerlo, pero alguien debía sacar nuestros culos de ese sitio y Dante no estaba de ánimos para jugar al héroe de guerra.
Mientras veía por el rabillo del ojo, sentía que estaba eligiendo la parcela donde pasaría mi descanso eterno. Divisé a dos guardias, parecían intranquilos, vi el terror en sus rostros. Se trataba de un par de novatos; y ninguno estaba mirando en nuestra dirección. Error. Esa era mi oportunidad.
En ese instante me acerqué por el extremo derecho del contenedor, y con la ayuda de unas cajas empaquetadas, logré subirme a otro contenedor que estaba justamente a un costado de donde se encontraba Dante. Desde allí, y recostado lo más posible a la fría superficie metálica, podía calcular y realizar los disparos que nos llevarían a mí y a mi cojo compañero, fuera de este maldito lugar. Era una idea pésima pero era lo único que tenía. El mundo estaba hecho de pésimas ideas, así que ¿Qué más da? Era un plan simple, estúpido y arriesgado. Un disparo a la cabeza a cada uno, luego un tercero al candado en la reja que estaba a nuestro flanco izquierdo, y finalmente podíamos emprender una carrera para escapar por los callejones. Al final no se trata de lo astuto y bueno que puedas ser, lo que importa es que la confusión y la suerte este de tu bando al momento de luchar.
Después de tomar un poco de aire para calmar mis ansias, me sentí preparado para actuar. Justo cuando me disponía a realizar mi maniobra... ocurrió.
Una detonación sónica me estremeció, y con una fuerza descomunal explosionó una granada muy cerca de mí, a la altura del contenedor en el cual estaba protegido. La onda me lanzó contra el suelo. La suerte siempre suele venir con la factura incluida en la etiqueta junto al precio a pagar. Mi suerte estaba caducada. Había expirado en el momento en el que decidimos entrar a este almacén.
Estaba muy adolorido por el impacto contra el suelo, y con rapidez comencé arrastrarme en dirección a Dante. Era como intentar reunir más arena para nuestro reloj, pero era en vano. Nuestro reloj estaba agrietado, pronto se acabaría el tiempo. Dante seguía malherido por todo lo que había pasado durante su tortura, sumado la pérdida de sangre, creía que no saldría de esta. Sostenía su pistola como quien despertaba con una fuerte resaca y no sabe qué tiene entre sus manos.
Nuestros captores nos rodearon al poco tiempo. Aparecieron con unos nuevos "amigos". Y uno de esos capullos me pateó el arma. Aquellos tipejos llevaban equipos tácticos y de alta gama, chalecos de kevlar, armas de alto calibre y comunicaciones de largo alcance. Todo un escuadrón de la muerte estaba frente a nosotros dos.
Tras el grupito de fortachones robotizados, estaba él. El mismo Diablo en persona, traído desde la Madre Patria. Estaba apuntándome con la Desert Eagle enchapada en oro de Mariano.

Maniobra CeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora