Prefacio

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Prefacio

Un abrazador sol de desierto, caía a plomo sobre la menuda figura de la mujer que, a paso seguro, se dirigía a la fortaleza más peligrosa de toda esa zona.

Leyendas contaban que los mercenarios, habitantes de dicha fortaleza, eran poseedores de una ferocidad inigualable y las armas más poderosas que se podían conseguir en el mercado negro.

Varios jeeps de combate, armados con ametralladoras de calibre 50, estaban aparcados a las afueras de los muros que rodeaban la enorme propiedad. Nadie sería tan estúpido como para tratar de robarlos.

La chica vestía botas militares, pantalones de color marrón, una blusa ligera y sin mangas, todo ello cubierto por una capa que contaba con capucha, donde escondía por completo su cabeza.

No era común que una mujer anduviera por esos rumbos, en medio del desierto y en zona de mercenarios y caza recompensas. Pero ella marchaba sin temor hacia su objetivo.

Alrededor de la imponente estructura, había otras de mucho menor tamaño, donde varios hombres de muy mala apariencia (muchos de ellos, cubiertos por cicatrices) hablaban vulgarmente y reían de forma grotesca. Uno, vestido de jeans agujerados y una camisa manchada de comida de hacía varios días, gritó improperios a la bella chica que caminaba entre ellos sin temor alguno.

Dos hombres de piel oscura, ataviados con uniformes militares y armados con un par de ametralladoras AK-47's, cuidaban con seriedad la puerta de la mencionada fortaleza.

Uno de los sujetos, le impidió el paso de un empujón y la miró de arriba debajo de forma seductora y repulsiva.

La mujer sonrió a esto.

Adum Abda La, líder de los mercenarios (gordo, barbudo y de baja estatura), reía y bebía, mientras contaba chistes a dos hombres que habían ido a hacer negocios con él.

Su cuarto era una perfecta representación de los aposentos del antiguo medio oriente y estaba lleno de joyas y todo tipo de excesos, su vestimenta emulaba la de un Safir. Dos soldados suyos, cuidaban desde fuera la habitación.

Fue interrumpido por un par de gritos y disparos que pronto cesaron. Los otros hombres de aspecto nervioso, casi se escondieron debajo de la mesa donde compartían alimentos con Adum.

- ¿Qué demonios es eso? -Rugió el acaudalado hombre. Sus guardias corrieron a averiguar.

Más balas y gritos se apoderaron del ambiente.

Adum tomó su Bereta 9mm, hecha de oro puro, y salió alarmado de su cuarto.

La mujer se enfrentaba a más de una docena de mercenarios, los cuales disparaban como locos en dirección a ella. La chica era tan rápida como el sonido. Evitaba las balas casi como tele transportándose.

Algunos incautos se acercaban a ella, para una lucha cuerpo a cuerpo. Grave error.

El primero se abalanzó sobre ella, atacándola con un cuchillo de gran tamaño. La chica evitó el golpe con agilidad y tomó la muñeca del sujeto, doblándola al instante y obligándolo a caer de dolor. Otro aprovechó el momento para atacar por la espalda, a lo que la bella mujer respondió con un taconazo elevado a la barbilla del ahora inconciente hombre.

Uno a uno fue cayendo a los pies de la recién llegada. Adum miraba atolondrado cuando dos de sus hombres, lo sacaron del lugar y lo condujeron rápidamente a uno de los Jeeps.

- ¿Qué fue...? Yo no... - tartamudeó Adum.

- Una nocturnis, señor -respondió uno de sus asustados subordinados.

- ¡Pero eso es imposible! ¡El sol...! -trató de decir el regordete hombre, cuando algo lo interrumpió.

La chica había aterrizado en el cofre del auto. Los mercenarios trataron de hacerse de sus armas, pero de un veloz movimiento, su atacante atravesó el parabrisas del auto y sujetó los cuellos de ambos individuos. De la misma sencilla y hábil manera, lanzó a los hombres fuera del Jeep.

Adum apuntó su arma a la agresora y disparó un par de veces, siendo evitados sin ningún problema por la encapuchada. Sin más aspavientos, tomó a Adum de los ropajes y lo elevó a su nivel sin esfuerzo aparente.

De sus ropas, la mujer sacó un pergamino, y se lo mostró a Adum, quien lo miró atolondrado.

- ¿Dónde está? -exigió la chica.

- Yo...no, no sé qué...-trató de articular Adum.

La mujer entonces, lo lanzó con fuerza a varios metros de distancia. Sin embargo, ella llegó primero al lugar del impacto de un casi invisible movimiento y lo atrapó antes de que el aterrado hombre cayera.

- Por última vez, ¿dónde está? -preguntó severamente.

- Yo, sólo sé rumores, nada más... lo... lo juro...-tartamudeó Adum.

- Dímelos -ordenó la chica, dejándolo caer sin remordimientos.


El diario de esa noche: La espada de SalomónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora