En cuestión de segundos

171 9 1
                                    

No debería estar aquí.

Yo solo quería volver a casa.

Ya no hay vuelta atrás.

Es él.

Me persigue, me está mirando.

Sonríe como si disfrutara, sonríe como un loco, como un asesino.

Se está divirtiendo, sé cómo disfruta con los gritos de sus víctimas implorando ayuda. Lo he leído, todo el mundo habla de ello: un asesino en serie acecha la ciudad en busca de mujeres, las tortura hasta que exhalan su último aliento de vida.

Ahora su víctima soy yo, y no tengo esperanza.

Aún está lejos, se está acercando poco a poco.

Corro, sé que no sirve de nada, pero corro todo lo rápido que puedo.

Escucho sus carcajadas, fuertes y maníacas.

Me estoy muriendo de miedo.

Me he caído. Se ríe aún más fuerte.

Voy a ser fuerte: no voy a gritar; ni llorar; y no pienso pedir piedad. No le voy a dar ese gusto.

Tengo mucho miedo.

Me levanto a duras penas, me tiemblan las piernas y me he torcido el tobillo.

Seguro que es una dulce caricia comparado con lo que te espera. Ese pensamiento me hace empezar a correr de nuevo y empiezan a castañearme los dientes. Mientras corro mi mente debate entre si es por el miedo o el frío. Concluyo que ambas.

Estoy llorando.

Me va a matar.

Nos separan unos pocos metros. Puedo verle la cara. Escucho mis propios sollozos, me tiembla todo el cuerpo.

Me va a matar, me va a matar, me va matar...

Es de madrugada y la calle está muy silenciosa, salvo por él, que no deja de reírse de mí.

Su mirada penetrante, aterradora, se clava más allá de mí. Y sonríe, aún más. Me pregunto qué estará mirando, quiero girarme para averiguarlo, pero no me aterra dejar de mirarle.

¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho?

Corro de espaldas y me choco contra algo duro: pared. Mis sollozos se intensifican, me cuesta respirar, las lágrimas no me dejan ver bien.

Está ya aquí, va a venir a por mí, me va a matar, me va a matar...

Intento escapar y tropiezo con algo y caigo al suelo. Noto un dolor punzante en la mano: me he cortado la palma con un trozo de vidrio roto y me sangra.

Me miro la sangre de la mano, atontada.

Levanto la mirada.

Ya está aquí.

Escucho un desgarrador grito de terror.

Miro a mi alrededor: mi vista se clava en el trozo de vidrio roto. Lo cojo.

Está a dos pasos de mí.

Házlo.

Me agarra del pelo y tira de mí, arrastrándome por el suelo.

Házlo.

Aprieto el vidrio contra mi mano.

Házlo.

Me desgarro el cuello.

Dejo de gritar.

Sonrío.

Se me nubla la mente, siento cómo mi cabeza golpea contra el suelo, y después, nada.

En cuestión de segundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora