Tristeza.

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Me enseñaste a ir corriendo hacia tus brazos cada que la tristeza iba llegando de nuevo a mi vida.
Decías que contigo todo estaría bien, y lo estaba.
Decías que existían abrazos más fuertes que cualquier tristeza, y los tuyos lo eran.
Pero entre tantas cosas que me enseñaste no me enseñaste qué hacer, a dónde ir, a quién recurrir cuando la tristeza fuera por ti.

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