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Sadisha bajó los peldaños de hormigón con cuidado haciendo lo posible por no tropezar con la falda de algodón larga hasta los tobillos. Cruzó la calle y rodeó la casa de Zara para esconderse en el patio trasero. Espero unos minutos hasta que los ojos curiosos de su hermana se alejaran de la ventana.

Conocía el horario de trabajo de su amiga, desde un principio supo que no podría acompañarla a hacer las compras. Para su familia no estaba bien visto que una mujer que pronto contraería matrimonio pasee sin compañía por la ciudad. Pero algo en su interior le gritaba que aproveche la oportunidad. Por un único día Sadisha quería sentir lo que las mujeres occidentales dicen sentir cuando se autodenominan mujeres independientes.

Como mujer independiente tomó el autobús 17. Se dirigía al centro. Iba vestida con una falda beige larga hasta los tobillos y una camisa de seda blanca que le cubría el largo de sus brazos. Además de algunos delicados velos que le habían regalado sus tías de Marruecos, aquella camisa era la única de ese material. Amaba la seda. Exigiría mucha seda a su marido. Su cabello estaba cubierto por un velo amarillo patito que resaltaba su tez caramelo. Era un look muy veraniego. Sin joyas, sin maquillaje, muy natural.

El chofer le indicó la parada con una amable sonrisa que traslucía un alma bondadosa. Tendría unos setenta años y su barba espesa y blanca dibujo en su mente el retrato del gordito rojo que allí apodaba Santa Claus.

Se bajó del autobús.

El mes de noviembre comenzaba a atraer los fieles turistas que se reunían en las tiendas y heladerías y  huían de la brisa veraniega junto al mar de esa hora del día. Recorrió los largos metros de la Calle Gorlero observando las vidrieras a través de los vidrios relucientes. Nada de lo que veía iba con ella. Hacía diez años que vivía ahí, pero sus ojos no se acostumbraban a ver tanta piel desnuda con naturalidad. No podía imaginarse en una playa usando aquella maya blanca con florcitas celestes sobre su cuerpo. Las dos piezas diminutas se veían exactamente igual a ropa interior. No veía diferencia entre una prenda y otra.

Llegó a la tienda, una de las pocas que vendía vestimenta para mujeres que necesitaban cubrirse todas las partes del cuerpo. El comercio era pequeño y limpio, con unas pocas estanterías blancas en yeso que le daban una apariencia minimalista y prolija. Encontró la túnica negra que buscaba al instante. No se la probó. La midió sobre su cuerpo, pagó los 450 pesos que costaba a la muchacha menuda de la caja y se marchó.

Por un momento consideró la idea de dar una vuelta por O'Sarah, una de las mejores dulcerías de la ciudad, sus tortas y galletas eran inigualables, decoradas con azúcar sobre una masa de manteca suave y crujiente a la vez. Vendían un montón de ingredientes para hacerlas en casa. Esa idea la tentaba, ponerse a cocinar, experimentar sabores. Pero aquel día no era el indicado.

Como los rayos del sol habían disminuido su potencia decidió dar un paseo por la playa. Quería aprovechar aquel momento de independencia.

Había recorrido aquella playa varias veces con su familia. Era su paseo favorito, sentir los rayos del sol sobre su rostro y el tacto de la arena fina como la harina bajo sus pies.

Caminó por la costa, aspirando la brisa salada, oyendo las olas romper en la orilla dejando su rastro espumante cuando morían. Solía juntar los trocitos de corales que las aguas abandonaban a su paso, corales muertos que alguna vez vivieron en lo profundo del océano. Pero aquel día no llevaba una canasta ni tenía a Amina a su lado para competir por el mejor coral.

Las personas eran pocas aquella tarde. Observó anhelante las hermosas casas que se alzaban sobre la playa Brava ¿ cómo seria despertar todas las mañanas con aquel espectáculo?, ¿ se aburrían alguna vez de ver el sol nacer y morir en el horizonte?

Los soles oscuros de SadishaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora