Día 0.

Julia se despidió de Samuel con un beso aquella mañana, como cada día desde que habían comenzado a vivir juntos. Él se dirigía a cumplir con sus estudios de psicología, mientras ella acarreaba con el trabajo de ama de casa antes de dirigirse al trabajo.

- Hoy va a ser un buen día, aunque sea lunes. Va a ser un buen día. - se autodecía Julia con una sonrisa al salir de su pequeño piso y poner los pies en la calle. Así subía su ánimo por las mañanas, prometiéndose de alguna forma que no decaería bajo ningún concepto.

Comenzó a caminar sintiendo con fuerza sus pisadas optimistas. Desde siempre pensaba que lo mejor de acicalarse y arreglarse era la energía positiva que se obtenía con sólo subirse a unos tacones y un poco de maquillaje, y ese día se sentía increíble, hasta que una llamada rompió con sus pensamientos.

- Julia, soy Laura. Quería recordarte que me ibas a prestar el vestido que llevaste en la última cena de empresa. Espero que no se te haya olvidado. - dijo su compañera de trabajo tras el teléfono. Por suerte, le había recordado que el sábado anterior le comentó que le prestaría el vestido para una futura cita.

- Tranquila, Laura, no lo he olvidado. Lo llevo en el bolso. Nos vemos ahora. - dijo la voz temblorosa de Julia al dar la vuelta y acelerar el paso, que casi la delata de su olvido.

Subió las escaleras lo más rápido que pudo mientras sacaba sus llaves del bolso. Una vez consiguió abrir la puerta y entrar en el piso, se dirigió al armario en busca del dichoso vestido.

- ¿Dónde estás, dónde estás, dónde estás...? Voy a llegar tarde... - se repetía nerviosa. - ¡Ajá! Aquí estás.

Sujetó el vestido y comenzó a doblarlo cuando contempló el desastre que había en su habitación y ella no había hecho. Su corazón se heló y su piel palideció. Guardó el vestido en su bolso y lentamente recorrió su casa completamente indefensa. "¿Habrán entrado algunos delincuentes buscando algo de valor?", pensó. Aquel pensamiento sólo empeoraba su temperamento, consiguiendo que su estómago diera un vuelco, y los latidos en sus oídos le recordaban que eso podría no ser una broma, que ese caos no era normal.

Con pasos lentos y sigilosos, avanzaba por el pasillo principal, mirando en cada habitación si había algo que pudiera usar para defenderse en caso de tener que hacerlo. Pasó enfrente del cuarto de baño y paró en seco al verse en el espejo, observando su propio rostro reflejado. Viéndose aterrada, intentó pensar algo coherente, y pensó en llamar a Sam. Cogió el móvil de su bolsillo, pero no llegó a marcar ningún número. De repente, un golpe en la espalda le hizo estremecerse de dolor dejando caer su bolso y tu teléfono. Dolorida, agarrada al marco de la puerta del baño, intentaba mantenerse en pie, mientras notaba cómo empezaban sus párpados a volverse más pesados por segundos. Antes de caer dormida, miró por última vez al espejo, viendo a un hombre completamente de negro y con un extraño pañuelo cubriendo gran parte de su cara, tapándole las fosas nasales y la boca con un trozo blanco de tela impregnado de un peculiar olor, y luego todo se volvió negro.


Guerra SantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora