Capítulo 1

141 5 1
                                    

Mis oídos despiertan del paraíso donde se postraron, ante el frio rumor del viento que cruza cada pestaña y detiene el movimiento de mis parpados helados, una fría pesadez hace que mis hombros rocen la fría sabana, cada caricia era como frotar mis dedos húmedos contra la corteza de un durazno, un gran y viejo durazno. Tenuemente percibí voces, esas voces parecían atravesar las paredes de mi cuarto, como un sutil cantico dominical, pero con aroma a frialdad.

La inquietud por traducir esas pequeñas voces fue incrementando, mis oídos se había destapado del todo, lograba reconocer el cantar de los ruiseñores azules de la vecina, maravillado por su canto he decidido levantarme. Inclinando la cabeza buscando el techo abrí los ojos por completo, muy azul por la luz que atravesaba mis cortinas, haciendo movimientos torpes para poder pararme del todo de la cama, mis articulaciones se acomodan haciendo una opera con el sonido de su tronar lento y estruendoso.

Con los pies desnudos di mis primeros pasos hacia el balcón de dónde provenía tanta luminiscencia, cada paso era como caminar por las faldas de un volcán, un suelo helado, mi lento caminar me llevo frente a las cortinas. Una vez que las abrí, mi panorama de la situación era otro, ver entrar carruajes por el gran zaguán de la entrada no era normal, aun menos normal que se acumularan decenas de carruajes en el jardín principal.

Sorprendido, di la media vuelta y apenas pude dar un paso, un agudo silbido del viento de las seis de la mañana, que cruzaba las puertas del balcón me paralizo, erizó cada pequeño cabello de mis brazos, mi sentido me hizo saber la traducción de ese silbido, no era nada bueno lo que estaba pasando.

De un tirón jale la puerta y salí al pasillo que albergaba grandes fotos familiares con miles de ojos que me observaban con tristeza.

-Oh no- Exclame al ver las caras de esas fotos, mi respiración se agito, mis labios comenzaban a temblar, el pasillo parecía medir trescientos metros y dar un paso parecía que duraba años.

Finalmente logre llegar al final del pasillo que daba la vista al gran salón de bienvenida que tenía la casa, me acerque a un pilar y por detrás de  él, mirando de reojo que pasaba, distinguí muchos rostros de familiares, como mis tíos, tías, primos y primas, no eran rostros comunes, eran rostros demacrados, marcados por una gran herida abierta que parecía no dejar de lastimarlos, caras húmeda, frías y brillantes por culpa de esas hermosas compañeras de nuestros ojos, lagrimas grises, hermosas lagrimas grises que se contagiaban en el aire, parecía una enfermedad contagiosa, no dejaban de llover lagrimas grises.

Es por fin que vislumbro entre tantas personas a mi padre,

-Padre- dije alzando un poco la voz, el volteo a todos lados tratando de averiguar de dónde proviene mi voz, pero no me encontró. Después de repetidos intentos por llamar la atención de mi padre, es como el me ve desde lejos y aceleradamente sube las amplias escaleras de mármol que rodean el salón.

-¿Padre que pasa?, porque hay tanta gente y el ambiente luce tan gris- dije un poco desconcertado,

-Ahhhh, hijo, ha ocurrido- dijo con una voz tan tranquila, como si nada estuviera pasando realmente.

De inmediato supe que más que la muerte de mi abuelo, sería la llegada de problemas, era hora de escapar, de irnos y hacer nuestra vida exiliados de la sociedad.

Pero algo me impidió tomar decisiones apresuradas,

-Tómalo con calma- me dijo mi papa repetidas veces mientras me daba palmaditas en el hombro.

Quizá es extraño que no me haya dolido la muerte de mi abuelo, pero es que

no puedo extrañar a alguien, que nunca nos abandonó.

Los ojos de AmberDonde viven las historias. Descúbrelo ahora