Synia

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De nuevo había caído la noche, en esa infernal cabaña se oía los pasos de las lodosas botas de aquel miserable hombre, una vez más aprovechando de que aquella residencia se encontraba lejos de cualquier ciudad. Su ebriedad se notaba a leguas, portaba en su mano esa botella que hacía horas había vaciado, acercándose a la habitación de su pequeña, sangre de él.

Ella sabía que llegó el momento, el cuál siempre transcurría a aquellas horas, ella ya estaba acostumbrada, y lo que más soñaba era volver a los tiempos en los que no lo estaba y no necesitaba estarlo. La puerta de su habitación se abrió de golpe, haciendo visible aquel objeto de vidrio el cual cayó al suelo segundos después.

Se le abalanzó sin dar aviso, pero eso ella ya lo esperaba. Con manos torpes y brutas rasgó sus vestiduras, pero ella ya lo esperaba. Con la fiereza de un semental, la penetró de golpe, y como de costumbre, ella no podía hacer nada a parte de llorar en silencio. Terminó rápido, concluyó esa visita diaria con un golpe en su cara, retirándose torpemente sin pantalones de ese lugar.

Adolorida, se dirigió a su ventana, aquella que le daba esperanzas de que algún día abandonaría ese lugar infernal. Como de costumbre, oró a su Dios, el cual nunca escuchaba sus plegarias, y antes de persignar se detuvo, divisó a aquel hombre que le hacía sufrir todas las noches, dirigiéndose al roble cerca del pozo.

En lo más profundo de su ser, sintió eso como un llamado para terminar su sufrimiento, debía de salir a enfrentarlo. Con solo 7 años de vida, ella había experimentado sucesos atroces, pero ya no quería permitirlo más.

Al salir, el viento caluroso de la noche se vino de golpe a su rostro, ese hombre se encontraba ahí, devolviendo, a raíces del roble. Ella avanzó, silenciosa, tomando del suelo arenoso con pocos pastizales, una de las botellas rotas. Su frente estaba cubierta por una capa de sudor frío, le temblaba las piernas, le dolía hasta la conciencia, pero no retrocedería. Al estar a pocos metros de él, pensó, suspiró, tragó saliva y avanzó un poco más. Cuando lo tuvo en frente de ella, se le impregnó el olor mugriento que emitía, olor a bebida mezclado con estiércol y vomito, aprovechó la desnudez de sus piernas y le clavó aquella botella en su pantorrilla.

Aquel miserable soltó un grito seco, casi como un ladrido de sufrimiento, quitando el vidrio de su pantorrilla divisó a su pequeña, corriendo hacia el pozo, fue todo muy borroso. Con la rabia se acercó a ella mientras de su herida manaba sangre, pensando en meterle una rama por el culo hasta que llegue a su garganta, cuando pensó en tenerla cerca se inclinó para agarrarla, pero no fue lo que él esperaba. Al inclinarse cayó, cayó por un buen rato hasta chocar con pequeñas piedras húmedas, levantó su vista para maldecir y suplicar a la pequeña perra, pero esta cerró lentamente aquel pozo, dejándolo en la oscuridad, maloliente y sangrante.

Por primera vez, sentía la libertad de abandonar aquel lugar, de buscar un mejor hogar, de olvidar todo lo ocurrido ahí, pero no supo a donde dirigirse. Mientras que estaba absorta en sus pensamientos, el cielo mostraba colores morados que se convertían en rojizos y anaranjados, los pudo contemplar, suspirando, vio la fecha, el día en que quedó libre, tomando todas las pertenencias que se le antojó, caminó hacia donde el sol se asomaba, decidida a buscar un nuevo lugar para vivir.

Pero no duró mucho tiempo, tuvo que afrontar la realidad, aceptó que disfrutó los pocos días que estuvo libre, y también aceptó que sí había un Dios, este le había abandonado, capaz fuese por pecar, no haber respetado a su padre, por haberlo encerrado, pero no se arrepentía.

Tirada en pleno camino, donde ya no había ni un ápice de pastos, ni una pizca de agua o comida, decidió rendirse a seguir, ahí terminaría sus días. No sabía sí era alucinación suya, pero pudo presenciar algo que nunca olvidaría, amor. Vio pasar frente a sus ojos una familia, una familia la cual consistía en un hombre, una mujer y una pequeña, no sabía sí sentir envidia, tristeza o alguna otra emoción, no sabía como interpretarlo. Las imágenes que veía pasar eran felices, aquella familia disfrutando sus días, viendo como aquella pequeña crecía, se formaba saludablemente, y sonreía con toda la inocencia que ella nunca pudo haber disfrutado.

No murió, despertó, con sed, con hambre, con las mejillas húmedas y las orejas calientes. El horizonte le sonreía con el cielo anaranjado, delicadas líneas de nubes grises, con un sol escondiéndose y con vientos frescos, no sabía como, no sabía por qué, y no sabía de dónde había quitado las fuerzas, pero continúo con su camino.

Synia despertó, estaba tendida en el escritorio de su oficina, esperando a que se cumplieran las 8 horas establecidas, sonrió, después de trabajar tendría que visitar a sus verdaderos dioses, aquella mujer y aquel hombre que la encontraron millas después de donde se desmayó, hasta ahora le sorprendía de que haya sobrevivido en ese momento.

Se había prometido olvidar aquellos sucesos tan horribles, vio la fecha del día y supuso que fue por eso aquel sueño, pero se sentía realizada, no se rindió, no terminó en aquel lugar, y aquel hombre no atormentaría a nadie nunca más, ya habían pasado 18 años de eso, marcó en su calendario esa fecha de nuevo y se retiró.

Todos en su trabajo se preguntaban el por qué, pero ella solo sonreía y decía: "El pasado no tiene importancia alguna, uno tiene que ser feliz con lo que tiene ahora". Y por más que respondía eso, todos estaban intrigados por lo que le había ocurrido en esa fecha; 12/05/82.



Mayo del 82Donde viven las historias. Descúbrelo ahora