Parte 1

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"Bambino tonto!, terminarás muerto si sigues así"- le repetía su madre cada mañana cuando el se trepaba en los techos de la gran Florencia.
Don Vito, quién entonces era el gobernador de la ciudad, había dado la orden a los ballesteros de que hicieran guardia en los tejados, ya que en ese entonces eran completamente accesibles para cualquier persona, incluyendo criminales. Pero a pesar de esto Felice, quien no era peligroso para nadie del barrio, tendía a treparse y deambular de forma rebelde a los edificios más altos, las iglesias mas ornamentadas, las terrazas mas privadas. La mejor parte de esta rebeldía era observar el paisaje, lo cual le encanta hacerlo recostado cada tarde sobre unos salientes de la altísima muralla. No había nada mejor que observar los obesos mercaderes discutiendo, a los esposos siendo infieles, a las cortesanas hurtando hombres ricos pero lo que mas le fascinaba eran los inventos del "Loco Da Vinci", así lo llamaban los vecinos.
Para Felice el Loco se llamaba Leonardo, a pesar de nunca haber hablado con el. Leonardo solía probar sus inventos en su jardín cada día de por medio. Cada primavera y otoño tenía un nuevo invento, cada uno mas raro que el anterior y Felice no se perdía de un solo día, allí en el rincón de un balcón a lo alto del jardín observando. Era todo lo que mas lo emocionaba hasta que un día todo cambió. Una mañana, intentando ser normal como las demás, Leonardo Da Vincí se fue...
"Al loco lo mandaron a Venecia"- chismoseaban las ancianas mientras tejían cerca del acueducto.

Felice no creía en lo que decían, no quería creer. Hasta que fue a echar un vistazo, trepó las ventanas hasta llegar al tejado mas cercado, y empezó a correr con nudo en la garganta. Sus pisadas eran tan rápidas y brutas que hacia que las tejas de desplomaran en las calles. A lo lejos, un ballestero se alertó.
"Sacco di merda" insulta al aire creyendo que Felice era un ladrón escapando. Rápidamente prepara su ballesta y apunta, el primer disparo fue fallido pero advirtió a su objetivo. Aceleró el paso y se escondió tras una chimenea.
Su corazón y la del ballestero palpitaban como pisadas de corceles, lo único que oía era al guardia acercándose mientras el aliento de Felice hacia eco en el vano.
"Sal ahora mismo y acepta el castigo por tus crímenes!" - grita exhausto.

Felice lo ignora, lentamente como si se tratara de una delicada cirugía, toma con su temblorosa mano un pedazo de teja quebrada. Retiene la respiración y lo lanza al lado opuesto de donde el guardia se acercaba. Desperdicia su flecha lo cual era la oportunidad de escape para Felice, ya que llevaba mas tiempo recargar la ballesta que pelar una naranja.

"Lo siento" se disculpa y desaparece.

"Primero la diabólica de mi esposa y ahora un tonto bambino, inútil, inútil, eso es lo que soy!" golpea la pared con su ballesta.

Al llegar, desperdiciando aire como un perro, se dio cuenta de que Leonardo había partido, que sus días de espiar se habían acabado. Rápidamente fue descendiendo por la pared, sujetándose de las decoraciones pero el día, a pesar de estar anocheciendo, recién empezaba. Se resbaló y cayó tendido en el jardín, con lagrimas en los ojos se desmayó.
De a poco fue abriendo los ojos, aclarando la mente, olía el aroma de las rosas a su alrededor y sentía el dolor de su dedo roto. Escuchó una dulce voz: "No te conozco pero eres tonto como un bebe"
Al escucharla se despertó por completo, su voz le era tan familiar aunque nunca la había visto. Se levantó bruscamente y notó que su dedo roto había sido vendado.

"Despacio despacio" - le ayudó a levantarse- "Te rompiste el dedo al caer del techo, ¿Que hacías en el techo? ¿Como te llamas? ¿Acaso estas loco?"

La extraña le seguía bombardeando a preguntas, como si fuera su madre, hasta el pórtico que llevaba a la calle mercante.

"Gracias" -fue su única palabra al salir. Ella suspiró, se preocupó y luego sonrió.

Al abrir la puerta de su casa, para el colmo, estaba su madre con la misma cara de siempre. "Bambino mío, eres lo único que quiero de todas mis pertenencias, un día de estos entraras por la puerta en un ataúd y yo me quedaré sin nada!" -le decía mientras Felice se dirigía a su recamara- "¿pero que te ha sucedido en la mano? ¿Otra vez lanzando piedras tras el muro huh?" Ignoró completamente a su madre no por que quisiera, el lo amaba, sino por que estaba tan confuso y mareado que el dolor era lo último que lo perseguía. Se sacó las botas con la mano sana, se acostó en la cama, se cobijó y suavemente fue cerrando los ojos tras parpadear como un niño mirando el bello trapo con el cual estaba vendado su dedo.
Había dormido un día y una noche, ni los molestos cantos de los pájaros pudieron perturbarlo. En esa larga siesta, tuvo un sueño extraño y dulce en el cual estaba la aquella hermosa chica, cantándole mientras le pelaba una manzana bajo un árbol en el cual las sombras no dejaban que la luz del sol atraviesen hasta tocar sus rostros, sobre una pequeña elevación con infinito suelo verde y vientos que daban la sensación de estar en perfecta armonía. Era tan real que al despertarse sentía el sabor de la manzana en los labios y la cariñosa voz de aquella chica.
A la despertarse el dolor había cesado con esa larga siesta. Se levantó, se estiró y se vistió. Tenía tanta hambre que se comería un jamón del tamaño de un elefante. Mientras su madre le hacia preguntas tras preguntas, le preparaba un delicioso y jugoso caviar con leche. Con las manos en las caderas, mirando a su hijo perdido pensando en otra cosa le dice:
"Felice!" -le grita y el la mira con atención "Fue por ese loco no? sabes, por algo le dicen loco, lo único que hace son locuras. ¿Sabias que una vez trato de volar como un pájaro?"

"Si, fue asombroso" -le respondió Felice.

"Destruyo la iglesia! y lo peor de todo es que salio sin un solo rasguño!" -

Terminó de comer, dio un beso a su madre a cambios de los mismos parloteos de siempre. Mientras iba caminando medio tambaleando por la poca concentración, pensaba en aquella chica y en el sueño que tuvo, su mente le hacía a el mismo infinidades de preguntas sin contestar, pensaba y imaginaba: ¿que pasaría si la vuelvo a ver?. Sin darse cuenta había caminado por todas las cuadras del barrio, un médico ambulante lo miró raro por haberlo cruzado por tercera vez.
"La iré a ver" -se dijo a sí mismo, fue corriendo por un pasillo hasta llegar a una vieja escalera sostenida por el muro de la ciudad, de allí se trepó y fue caminando sigilosamente para evitar a los guardias. Saltaba, cruzaba las rampas de los guardias, atravesaba grandes árboles, pero cuando estaba a punto de llegar escuchó un grito. Era un maleante robusto pisoteándole la mano agonizantemente al mismo guardia que había intentado atrapar a Felice, gritaba auxilio colgado por un par de vigas al aire a punto de caer. En la conciencia de Felice pensaba en no ayudarlo, también pensaba en que dejarlo morir sería una carga pesada que debía sostener, su ética no lo permitiría. Aquel hombre reía gruñendo malvadamente mientras lento seguía torturando al guardia, Felice se apoderó del arco que estaba tirado cerca la chimenea casi destruida por completo y lo partió en pedazos contra la cabeza del criminal. Cayó tumbado al piso, aprovechando esto, Felice le alcanza la mano al guardia y lo ayuda a subir. Al principio el guardia no lo había reconocido y le agradeció por salvarle la vida, pero un momento después:
"Tu! bambino! ¿Que haces aquí? ¿Por que me has salvado? yo te mataría sin dudar"

"Lo siento, no tengo intención de cometer ningún crimen, solo me gusta andar por los tejados, no tengo otra cosa mejor que hacer." -dice Felice-

Luego de un breve silencio - "Así era yo, ahh que buena época, no existían los guardias e iba a cada tarde, trepando los tejados, a ver a Sofía quien ahora es la diabólica de mi esposa. En fin, te debo la vida y si me prometes nunca cometer una maldad haré la vista gorda y te permitiré deambular por aquí, pero si alguna vez me fallas no dudaré en disparar, has entendido?" -Le dice el guardia y Felice asienta luego se va.

Una Razon Para Escalar TejadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora