Capítulo I: Look after you.

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Con el décimo suspiro que llevaba en el transcurso de la mañana, terminé de acomodar mis novelas en el estante más alto del armario, volviendo a resoplar por lo bajo al dar una vuelta y contemplar lo que sería mi nuevo escape, mi refugio.

Mi habitación.

No está mal, me dije a mí misma. Bastante impersonal: paredes blancos, una frazada curtida de colores oscuros recubriendo mi cama y pocos cuadros colgados, más que nada fotografías de mis amigos que había dejado atrás. Ni una sombra de mi antiguo cuarto, pensé. Los afiches de Green Day (incluyendo el que más me gustaba y que me hacía cavilar en medio de la oscuridad bajo las sábanas: una mano sosteniendo una granada en forma de corazón) se habían esfumado.

A veces, me quedaba mirándolo fijamente con cierta  sensación de punzadas por todo mi cuerpo. Recuerdo que, en medio de la noche, me llegué a preguntar si algún día me volvería a enamorar tan locamente de alguien que no me importaría darle mi alma desnuda, entregarme tan frágil y vulnerable, como una figura de cristal.

Probablemente, lo que más me atemorizaba de esa incertidumbre era ser oprimida, aplastada como la mano parecía hacer con el ensangrentado órgano. Sacudí la cabeza, porque empezaba a recrear mis días pasados y lo menos que necesitaba para olvidar era eso. Hasta aquel momento, no había derramado lágrima alguna. Ni cuando mi mamá me dijo horas antes de marcharnos en la madrugada que nos íbamos, o cuando pasó aquello por lo cual las cosas nunca volvieron a ser las mismas con las personas que amaba.

Los escalofríos recorrieron mi espina dorsal y en un vano intento, traté de mantener la calidez abrazándome a mí misma. Sin embargo, la áspera y gélida brisa que se colaba por la ventana semi abierta era quizá más poderosa que yo, terminando por cubrirme por completo. Me senté en medio del mármol blanco, palpándola con mis dedos temblorosos. Alcé la mirada y me encontré con el  cielo, perfectamente visualizado por la transparencia del techo.

No está mal, me repetí. Me levanté con mucho esfuerzo, casi tambaleando y con el pulso acelerado a mil, el dolor de cabeza tampoco contribuía a un mejor semblante. Me apoyé en el marco de la ventana, divisando a poca distancia el balcón de la recámara de la casa de al lado. Era  una característica particular de esta pequeña ciudad: todas las residencias estaban bastante pegadas una de las otras, lejos de ser el típico pueblito aislado y desolado.

Daba la impresión que todas las viviendas se mantenían juntas para poder enterarse mejor y entrometerse en los asuntos del otro y así sucesivamente. Seguramente todos se sabían los trapos sucios de todos y en mi caso, por ser la recién llegada, no iba a ser la excepción. Probablemente hasta advertencia les habían dado a los niños pequeños de no acercarse a mí, tomando en cuenta lo tradicionalista y conservadores que aparentaban ser. Por lo poco que había alcanzado a advertir, las chicas ricas se comportaban como era de esperarse según sus lugares en la sociedad de élite: encargarse de las labores domésticos, acompañar a las madres al mercado local para comprar víveres, participar en el coro de la iglesia, vestir largos y bonitos vestidos que, ni en sueños, yo habría usado por nervios de mostrar mis gruesas y toscas piernas.

Mostraban enaltecimiento al ser hijas de los padres más acaudalados del lugar, a pesar de representar una minoría. No obstante, con o sin recursos monetarios, me sabía de antemano que asistiría la secundaria local por ser más blandos en cuanto a no examinar con ojo crítico mi historial académico. Les había bastado con mi nota un poco superior al promedio y previniendo a mi madre, que a la primera infracción, 'paticas pa' la calle'. Es decir, expulsada sin contemplaciones.

No me preocupaba pertenecer a un colectivo porque estaba consciente que jamás lo lograría. No era ni la cuarta parte de sociable o extrovertida como mis compañeros de clases, poniendo de ejemplo la escuela anterior. Tampoco era de muchos amigos y dos de los cinco que consideraba verdaderos hermanos me habían clavado un puñal en la espalda. Tal vez por ello, no tenía expectativas ni para amistades ni amores. Los estándares que poseía en el momento estaban muy por debajo de los que alguna vez había asumido. Sin esperanzas en la gente, te decepcionabas menos. Esa lección la tuve que aprender forzosamente, con muchas caídas y golpes bajos de por medio.

The Moments We Left Behind [One Direction]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora