2. Helada sinfonía de violin

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¿Qué era este maldito nudo que sentía en mi garganta? No lo sé, pero me impedía hablar, tenía ganas de llorar, por Dios ¿Qué era este terrible sentimiento? Angustia en el pecho, presión en mi boca del estómago, temblores y pupilas dilatadas. Ni que hubiera tomado algún tipo de sustancia química o droga.

Rina observo como mi pálida piel se erizaba como si acabara de sentir una corriente fría chocar contra mí, pero las ventanas estaban cerradas. Su ceño se frunció, y aquello ya lo había visto antes, justo cuando se enteraba de algo que ella no sabía. —Sí, esta es la clase de artes ¿eres nueva? Nunca te he visto por aquí.

Sus pupilas se posaron fijas sobre las blancas baldosas del suelo, sus dedos se enredaron una y otra vez, como si jugara con su fino cabello y por ultimo; separo sus pies para jugar a juntar las puntas, poniéndolas repetidas veces unas encima de las otras. «Eso le ha resultado incómodo. Se ha puesto nerviosa» razoné justo antes de intentar amortiguar aquella situación diciendo que aquello no importaba, pero esa joven, aquella muchacha, dejo su vergüenza a un lado para abrirse paso en el silencio con firme voz:

—Sí, soy la transferida. Intuyo que ya habréis escuchado hablar de mi— Aquellas diminutas pupilas que hasta hace unos segundos habían sido posadas con miedo sobre el blanco suelo, ahora se encontraban dilatadas, mostrando tan solo el haz verde alrededor de estas. Fijas sobre Rina. Fijas sobre mí.

Trague saliva, intentando tranquilizarme. Mis músculos se relajaron a la vez que una de mis manos se posaba sobre el hombro de Rina, apretando débilmente, haciéndome notar.

—Esta de aquí es mi mejor amiga Rina. Yo soy Martina— Mis dedos dejaron de hacer fuerza — ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

El irritador sonido continuo de la alarma resonó por todos los pasillos. Un señor de unos 70 años entro por la puerta. Su barba a lo Gustavo Adolfo Bécquer resaltaba entre todos los presentes, esta era blanca y densa. Su pelo estaba peinado hacia atrás con un notable exceso de gomina y sus ojos eran rodeados por cientos de pequeñas arrugas, tapadas por unas gafas bajas sin montura por arriba, antiguas. Se sentó en su silla y espero a que finalizaran de entrar el alumnado. Mi mirada dejo de estar fija en aquella hermosa mujer. Me senté en mi banqueta y colgué de mi cadera una funda llena de lápices, pinceles... unidos a un cinturón. Guardamos silencio. El señor Louis –así se llamaba nuestro querido profesor de artes– carraspeó su garganta justo antes de levantarse de la silla y posicionarse cerca de aquella muchacha.

—Hoy deberíamos de dar gracias a tener a una compañera nueva entre nosotros. Como bien sabréis no quiero ningún comentario ofensivo hacia ella ni de su procedencia, menos aun de sus motivos de traslado. Su nombre es Adeline Rose –miro por encima de todos los lienzos, buscando algún asiento libre y descubriendo que a mi izquierda, había una banqueta vacía—Se sentara justo al lado de Martina.

Louis me fulminó con la mirada. Destrozándome con ella y haciendo que le devolviera una sonrisa de "¿que se supone que estás haciendo?". Adeline se encamino hacia mí, pasando por detrás de mí y de Rina para sentarse a mi izquierda. Mi mejor amiga la siguió con la mirada hasta que se acomodó. Intente no hacerla mucho caso pero ¿Qué me pasaba? Me sentía más que adormilada. Se me nublaba la vista. Hice caso omiso a mis problemas, sacando un lápiz y preparándome para hacer la figura que nos pusieran en el lienzo. Situada sobre una especie de altar de madera había una muñeca de trapo con botones por ojos.

Líneas finas, líneas rápidas. Bocetos y movimientos de muñeca. La mire de reojo. Estaba yendo más tranquila, pero su perfección de posición me daba a entender que no era su primer año en la universidad, posiblemente era repetidora. Paro en seco, descubriendo que la estaba mirando fijamente. Giro su cabeza hacia mí y bajando sus manos, relajándose al completo y estirando el cuello; me preguntó.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2015 ⏰

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