Día I

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Cuán complicado fue aquel día, pasé horas eternas y melancólicas, el día se hacía largo y agotador, pero, la desesperación no había llegado, estaba en calma. Muchas veces aquello ya había pasado, el primer día era el más tranquilo, sin lugar a dudas. Cuando se llegaba la noche, me sentía tranquilo, ¡Ah! Pero, la calma siempre termina y es cuando la desesperación se apodera del melancólico y le irrita el alma, hasta llevarlo al borde de la locura y encaminarlo por pensamientos de dolor, angustia y alta preocupación; o al menos, eso es lo que yo creo.

El primer día, desde el amanecer fue el más tranquilo, tenía la costumbre de hacer lo mismo diariamente, levantarme de mi cama, hacer algunos "quehaceres" y luego, pasar horas y horas pensando cosas sin sentido. En esos momentos, era cuando la angustia se apoderaba de mi mente, incomprensible al principio pero, extenuante y desesperando después. La mente del hombre puede ser su mayor enemiga.

Leía libros, muchos libros, ya ni recuerdo cuantos eran, y este día, no era la excepción, mi desesperación me llevó a leer un viejo libro, para olvidar mi desesperación, mi pena, leí aquel buen libro titulado: "Drácula" de Bram Stoker. Pero aun así, aunque me dejara llevar por las palabras del libro, mi angustia no dejaba de molestar.

Cuando dejé de leer, salí a caminar tranquilamente por las calles del lugar donde yo vivo. Me distraje por un momento, aunque, en el fondo, sentía aquella desesperación, molestando a cada momento. Empecé a correr, por un momento sentí alivio, pero, ¡Fue tan solo por un momento!

La tarde caía lentamente, mi mente daba vueltas, ¡¿Por qué tenía que acostumbrarme a aquello?! Pero recordé: "Es importante para mí", así que soporté nuevamente aquel peso. ¿Qué era un día? ¿Qué eran 24 horas? ¿1440 minutos? ¿86400 segundos? No era nada para un hombre normal, pero, para mí, era el peor castigo.

Llegué a tal punto de no querer saber absolutamente nada de nadie. Quería estar solo. Tranquilo con mis pensamientos, tranquilo con mi malestar, tranquilo con el ambiente que me rodeaba. Me encerré en mi habitación por algunas horas, quería apaciguar toda aquella desesperación que durante todo el día se había apoderado de mí. Pero, fue inútil.

Me fui a dormir, ¡Ah, desdicha! Fue imposible conciliar el sueño, pero, cuando lo logré, ¡Maldita mente! Incluso en los sueños del hombre, la mente le puede hacer malas jugadas; fue la experiencia más desesperante de mi vida, incluso en los sueños la desesperación me hacía recordar cosas que yo no quería, cosas con las que traté de pelear durante el día, ¡Aquel primer día! ¿Cuánto tenía que soportar aquello? ¿Tendría que sufrir no haciendo algo que me había acostumbrado antes? No lo sabía... Hasta ahora.


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