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Querido Simón,
Me rogaste que te contara mi pasando, aunque yo siempre me negaba.
Creo que ahora, que estás lejos, debo de sucumbir a tus súplicas, ya que debe de ser lo justo. A lo mejor no te acuerdas, porque hace un tiempo que no hablamos, pero el mes que viene cumplo diecisiete, no me vendría mal que me felicitaras. Hecho de menos tú sonrisa, y esa manera que tenías de solucionar los problemas.

No quiero que ésta carta se me haga muy larga, así que ya voy con la larga historia de mi vida, lo prometido es deuda.

Todo comenzó cuado tenía seis años....

Las hojas de los árboles se movían lentamente por las caricias del viento. En mi ciudad solía hacer buen tiempo, pero hoy no, hoy todo estaba mal.

Mi madre se estaba sonando la nariz con un pañuelo, tenía la mirada perdida, al observarla detenidamente me di cuenta de que el maquillaje de sus ojos se había corrido a causa del constante llanto.
Desde pequeña me fijaba mucho en los detalles y siempre fui una niña que pensaba mucho, y hablaba poco.
Le tendí una mano a mi madre, la cual ella cogió casi inconscientemente con la que le quedaba libre. Todos lloraban y vestían de negro, el único color que destacaba en este paisaje de cielo y tierra negra, era el de los pañuelos y las rosas que todos portaban.
Cuando llegamos a la primera fila de sillas mi madre me ordenó que me sentara y fue hasta el cura. Sólo escuché las primeras palabras del discurso que ambos dieron.

- Tras la muerte de Abrahm Potter Washington, estamos reunidos hoy aquí para despedir a dicho hombre tan valiente en su corta vida...

Tras escuchar el nombre de mi padre se me nubló la vista, me sequé las manos sudorosas sobre el vestido de terciopelo negro. No quería recordar lo que había sucedido, pero era inevitable. La muerte de mi padre había sido mi culpa, y aún ahora lo sigo admitiendo.

Papá acababa de llegar a casa tras un largo día de trabajo, besó a mi madre, como era la rutina.

- Abrahm, ¿pasa algo? Te encuentro extraño.

- Verás Soffie - dijo dándole la mano - el jefe... bueno, no le gustó el trabajo que hice para él.
- ¿Cómo que no le gustó? Estaba perfecto ¿se puede saber cuál es el problema?

- La estadística, no estaba bien hecha. Dice que necesita gente que sepa trabajar bien, y que tiene a muchos nuevos candidatos a la espera.

- ¿Estás diciéndome que te despide? - al ver que asentía con la cabeza añadió - pero... te dará alguna oportunidad, ¿verdad?

- No Soffie, en el trabajo no hay segundas oportunidades.

- Dios mío... que vamos a hacer... - vi que mi madre se llevaba las manos a la cabeza - estamos en la calle ,Abrahm, tenemos a Loren - yo escuchaba desde detrás de la puerta - vamos retrasados en el alquiler de la casa, nos van a echar.

- Intentaré buscar otro trabajo - dijo cogiendole la mano - lo prometo.

- Ya no te creo - por el tono de voz parecía que mi madre se enfadaba por momentos - arreglo la casa, me encargo de la contabilidad, cuido a Loren, tú sólo tenías que hacer bien tu trabajo.

- ¡Ahora me reprochas el trabajo! ¿Y por qué no buscas tú uno?

- Tuvimos a la niña cuando yo tenía veinte años, no pude acabar la carrera. ¡Si no la hubiésemos tenido todo estaría mejor!

Quise pensar que mi madre se arrepintió de esas palabras inmediatamente. Pero en esos momentos mi reacción fue huir, tenía la vista borrosa por las lágrimas y choqué con un armario, tirando así varios libros.
El estruendo tuvo que ser fuerte porque mi padre salió de la cocina, que era la habitación en la que tuvieron su discusión, y vino a buscarme.
Pero era demasiado tarde, yo ya corría calle abajo. Mi padre cogió el coche, y condujo detrás mía. Cuando llegó a mi altura se asomó por la ventanilla y como yo era pequeña me gritó con dulzura que parara de correr.
Seguidamente escuché el horrible sonido de un choque, y el de los cristales caer al suelo. Mi padre, al estar mirándome a mí, no se dio cuenta de que delante tenía un camión de mudanzas mal aparcado, pero que llevaba puesto el intermitente.
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Observando el de mi padre, ya inerte sobre el asfalto. Estaba de espaldas a mí pero eso no impidió que viera un gran charco de sangre que aumentaba y lo rodeaba, el cual manchaba su nueva camiseta que le había regalado la abuela.
Empezaban a salir curiosos de los edificios, y pronto llegaron los de urgencias, con esas molestas sirenas. Y pensar que cuando oía una sirena imitaba ilusionada su sonido, esas cosas jamás pasarán. Porque siempre que se escucha una sirena es que probablemente una familia esté prendiendo a un ser muy querido.
Recuerdo que un policía me cogió del hombro.

- ¿Dónde están tus padres, pequeña?

Señalé el cadáver de mi padre y el rostro del policía se ensombreció.

- Espera un momento guapa.

Y así hice. Vi que se acercaba a una mujer policía y tras susurrarle una cosa ambos me miraron. Eché un vistazo a mi padre, tenía muchos médicos a su alrededor. Uno negava frenéticamente con la cabeza, yo ya sabía lo que iba a decir.

- Hora de la muerte, 15:20 - y uno de sus compañeros lo apuntó en una libreta que llevaba el símbolo del hospital central.

- Cariño, ¿cómo te llamas? - era la policía de antes, no entendí porqué me llamaba cariño, no nos conociamos. Pero ahora si lo entiendo...

- Loren.

- ¿ Y qué edad tienes, Loren?

- Seis años.

- ¿Entiendes lo que ha pasado, Loren? - me di cuenta de que la mujer repetía mucho mi nombre.

- Sí.

- ¿Podrías explicármelo?

- Mi padre ha muerto por mi culpa.

Después de esa contestación noté a todos muy nerviosos, y de momento no me hicieron más preguntas. Cuado habían contactado con mi madre tampoco le dieron importancia. Ahora pienso que debieron de pensar que era una respuesta postraumatica. Muchas personas se suele echar la culpa del fallecimiento de sus personas cercanas.

En cierto modo podría haberle echado la culpa a mi madre, por decir eso; o al camión mal aparcado. Pero me eché la culpa a mí, por haber nacido.

Con cariño, Loren.

Cartas Escritas En Sangre (Registrado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora