Capítulo 13: Teoría de la red

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22/02/1999

Hasta aquel día, Alex había aprovechado el tiempo para leer en profundidad el expediente de Jamie. Uno que sus colegas predecesores habían redactado con marcado tinte policiaco, casi como si se tratase de una novela de misterio. Nadie podía decir que ellos no habían intentado descifrar al muchacho, pero del mismo modo, nadie podría decir que en verdad, hubiesen tenido alguna oportunidad de hacerlo. Alex tenía mucho sobre lo cual pensar. Sabía que el hecho de que Jamie los hubiera definido como: ‘los fracasados’, no podía ser casual. Allí había mucho por entender. Y del mismo modo, la voz de Cross con aquellas palabras que usó para referirse a lo que creía, sería él; llegó de inmediato a su mente:

“Perfecto, así tendré tiempo de informarle a Jamie que llegó un nuevo conejito de indias para él”.

La verdad era que, Alex; estaba llegando al final de un camino y lejos de haber reducido las opciones, estas parecían haberse multiplicado. Él conocía la razón: su orgullo y el amor propio le impedían limitarse a lo acordado. Aún si Smith estaba consciente de que solo debía esperar a que el muchacho, cansado de hablar, dijera lo que todos estaban esperando, no podía permitir que fuera tan simple. Del mismo modo en que la mutilación en la oreja de Van Gogh, tenía muchas interpretaciones que intentaban explicar el hecho; Alex pensaba que ese era su momento. No podía obviar su creencia de estar frente a su propio árbol del conocimiento y su necesidad de explorar cada rama. Él no podía permitir que su profesión fuese denigrada de ese modo, porque, para sí mismo, tenía la obligación de juntar todas las piezas que pudieran revelar la verdadera imagen de su paciente.

Entendía que allí estaba la clave, porque si podía conseguir entender a alguien como Jamie Truman y realizar un diagnóstico certero sobre su(s) desorden(es) psicológico(s),  tendría su merecida confirmación personal. Después de eso, ya no sería capaz de volver a dudar de su vocación ni por un solo instante.

«¿Cómo hacerlo?» —se preguntó esa tarde retomando su viaje, directo a la prisión.

Antes había hecho una parada en una tienda bastante particular. Casi tan particular como peculiar era el cuidadosamente envuelto regalo que compró para Jamie. A la joven mujer en el mostrador, le había costado entender que un hombre como él: joven, apuesto y tan formal; decidiera entrar a comprar en su tienda. De hecho, así se lo dijo en un tono que no se decidió entre ser amable y ser una disculpa:

“Pensé que se encontraba extraviado y estuve a punto de ofrecerle un mapa”.

La razón de aquel comentario fue demasiado obvia. —incluso para un psiquiatra— Ella no era la clase de mujer que hacía declaraciones como esa a diario. Alex reconoció el débil coqueteo, pero solo se limitó a ser amable:

“No es para mí. Hay un muchacho al que quiero ganarme”.

La mujer no pudo evitar la vergüenza evidente en lo rojo que se puso su rostro de inmediato, parecía que toda la sangre de su cuerpo se había reunido allí. Alex entendió que aquella frase no podría haber sonado peor y luego de pagar, solo atinó a retirarse sin decir nada más. Ella le había resultado muy atractiva y por eso mismo, nunca volvería a verla. «Es mejor que piense lo peor». —se dijo a sí mismo. Al fin y al cabo, era otra de esas frases desastrosas que decía con la intención de sabotear el interés mutuo que podría llegar a tener con alguna mujer.

Sesión 11:

—¿Cómo estás Jamie? —cuestionó Alex pensando en el momento justo para darle su regalo.

Jamie Truman: Historia de un asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora